Se llamaba Anne pero en su fuero interno bien podía llamarse Jane. De cuna acomodada y vida artificial, la última protagonista de Jane Austen encubría bajo su delicada apariencia el poso de todos los personajes de una carrera finalizada prematuramente. Persuasión (1816) recogía aquella rabia tan bien contenida que expresaba Austen, la profunda pero bien llevada frustración que le provocaba una vida de apariencias y de temor al qué dirán. Ese juego de simulaciones, de protocolario cortejo, de estrategias marciales en el uso social más mundano escamaba a Jane Austen, quien después de una vida amando con una intensidad todo menos burguesa, descubrió que amar no es ni lo más natural ni lo más sencillo del devenir humano. Séptima hija de un austero reverendo y hermana de seis varones, sólo su hermana Cassandra comprendía la profundidad de la joven Austen, cuya carrera literaria empezó con la redacción de sus primeras novelas a los veinte años. Enamorada en varias ocasiones, ninguna de estas relaciones prosperó, bien por la posición económica de sus pretendientes, siempre inferior a las expectativas familiares, bien por el infortunio, dado que uno de sus más hondos amores falleció antes de que el protocolo derivase en consolidación. Tampoco Cassandra prosperó en sus aspiraciones emocionales; comprometida durante años con un pretendiente sin holgura económica, sus ansias por contraer matrimonio le llevaron a enrolarse en el ejército. También él murió, y así Cassandra, al igual que Jane, renunció al matrimonio de por vida.
Imagen de Persuasion (1995), producida por BBC Films, Millésime Productions, WGBH y France 2. Distribuida por Columbia TriStar Films de España. Todos los derechos reservados. |
Esta biografía esbozada en líneas gruesas, perfila brevemente los elementos más sobresalientes de la obra de Austen, como lo son las constantes referencias al Ejército, a las aspiraciones económicas de una familia burguesa, al trato desigual entre sexos, la resignación de una mujer frente las apetencias sociofamiliares y su sometimiento ante cualquier varón. A ello habrá que añadir la postergación de las propias apetencias e impulsos frente a las exigencias sociales y el comedimiento por encima del corazón. Por ello no es de extrañar que sea suya, y sólo suya, una novela como Orgullo y prejuicio (1813), obra cumbre de su carrera literaria que ahora cumple doscientos años y que habla de la decepción que supone vivir suplicando ser libre, súplica que se repetirá en Emma, Sentido y sensibilidad, La abadía de Northanger y en Persuasión, sobre todo en Persuasión.
Porque la última novela de Austen recoge el testigo abatido de las anteriores pero añade la amargura llevada con increíble sensatez. Anne no es un alter ego de Austen pero sí un reflejo ineludible de su propia vida. Hija de un baronet, Sir Walter Elliot, la vida presuntuosa del hombre y la alta estima en que se tiene a sí mismo impiden que vea en Anne ningún atisbo que merezca ser respetado o valorado. Delicada, oscura y frisando la treintena, Anne no se parece en nada a su hermana Elizabeth, vanidosa como su progenitor, frívola y descastada, mayor que Anne pero mucho más atractiva y sugerente. Sir Elliot y Elizabeth sucumbirán ante el poder del rango por encima del de la cultura y la razón, lo que convierte a la postre a Anne en el único miembro fascinante de una familia de carácter fútil y trivial. Aunque Anne tiene a Mary, hermana menor y madre de dos niños, su hipocondría hace utilizar a Anne de ama de compañía, criada y enfermera en nombre del amor. Pese a que Mary está casada con Charles Musgrove, éste se decidió por ella cuando Anne rechazó su propuesta de matrimonio, aunque siga admirando la fortaleza de esta mujer menuda y profundamente inteligente. Sin embargo Anne no ha podido restituir su vida amorosa, no desde que hace ocho años se enamorara de Frederick Wentworth, un joven sin recursos económicos que le pidió su mano y que tan sólo recibió un “no” por respuesta. Hele aquí el poder de la persuasión. Aunque Frederick es ahora un capitán enriquecido por la guerra, cuando inició relaciones con Anne resultaba un pretendiente poco adecuado para el apellido Elliot. La nobleza nunca había de unirse con los de inferior rango, los Elliot no podrían haber soportado esa afrenta. Por ello Lady Russell, confidente de Anne, había persuadido a la joven de rechazar a Frederick, ya que no merecía la pena perder el tiempo ni poner en entredicho su posición. Y así se hizo. Rechazada la propuesta de matrimonio, Anne se plegó sobre su dolor y siguió adelante anclada en el pasado, un pasado que vivió una vez y que no cicatriza nunca, ni tan siquiera cuando la bancarrota llama a la puerta de los Elliot y deben abandonar su mansión Kellynch Hall. Ninguna tribulación, ninguna sorpresa del destino se igualaba a la herida abierta que el recuerdo de Frederick dejó en Anne.
Hermanada en sus elementos esenciales con las novelas predecesoras, Persuasión se ha visto adaptada al cine en dos ocasiones, siendo de hecho una de las obras menos versionadas de Austen y, sin embargo, una de las más completas. Exquisitamente rodada por Roger Michell en 1995 y ganadora de un Premio Bafta, la primera versión fue interpretada por Amanda Root y Ciaran Hinds, dos pesos pesados de las tablas inglesas que aportan su profesionalidad a una historia narrada con verismo, sentimientos taimados y miradas penetrantes. Sus rostros quedarán unidos a los de Anne y Frederick de manera irremediable, pese a que en 2007 la misma novela fue llevada al cine por Adrian Shergold, contando para sus papeles principales con Sally Hawkins y Rupert Penry-Jones. A pesar de la valía de esta segunda adaptación, tal vez por la intensidad con que fue interpretada su versión antecedente o bien por los cambios que incluye con respecto a la novela original, lo cierto es que no posee el grado de autenticidad que alcanza la de Michell, siendono obstante un acercamiento lúcido y muy humano a los personajes de Anne y Frederick, especialmente remarcable la actuación de Sally Hawkins, magnífica a la hora de derramar una tímida lágrima como única manifestación de un amor profundo y también irreparable.Cuando Kellynch Hall es arrendada a unos nuevos inquilinos, la fortuna hará que la señora Croft viva en la que fuera casa de los Elliot, algo que no revestiría importancia alguna salvo por el hecho de que la señora Croft es la hermana del capitán Wentworth. De nuevo Frederick y de nuevo el desconcierto. Porque Anne es ahora ocho años mayor, su carácter, la amargura de su pasado lastrado, su triste resignación han hecho mella en su ánimo. Tampoco Frederick es el candoroso enamorado de años atrás.
Su arrogancia, sus ademanes resentidos y su fingido desprecio hacia Anne hacen pensar que lo que fue amor mutó irremediablemente en animosidad. No parece quedar nada de aquella pasión. Pero la vida de los Elliot da muchas vueltas y Anne se mantiene erguida ante todas ellas. Inamovible, susurrante, su pasión nunca extinta captura a Frederick como el primer día. A pesar de sus intentos por sustraerse de la atracción que suscita en él la joven Elliot, le es imposible no sucumbir. La evita, ignora su bondad, no cede ante su agudeza ni su oratoria. Aunque su genio seduce a los compañeros de Frederick, éste hará expiar sus culpas a Anne, obviando su presencia y rechazando su ostensible condición de mujer, una condición que le atrapó en el pasado y cuyo amor, finalmente, tampoco ha podido superar.
Cualquiera que sea la versión elegida, deliberación que siempre queda a gusto del consumidor, lo cierto es que el espíritu de Jane Austen sobrevuela cada palabra y se posa en el pensamiento de quienes saben que detrás de esta sencilla historia de amor, se esconde el coraje de la crítica social más descarnada. Una obra destinada a quienes entiendan su trabajo y a quienes desprejuiciadamente, se atrevan a descifrarlo.
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