24 de mayo de 2009
Por muchos años que viva, y espero que sean numerosos y plenos, a buen seguro no olvidaré el día en que Álex de la Iglesia fue investido nuevo Presidente del cine español. Citada en la Academia de las Artes y de las Ciencias a las doce de la mañana, durante más de dos horas fui la afortunada testigo del ir y venir de lo más granado del arte audiovisual patrio.
Un apunte: el cine español, nuestro cine, es muy grande. Años, lustros, decenios han empleado ciertos sectores en echar por tierra la labor de nuestros artistas –tanto los que operan delante como detrás de la cámara-, sin reparar en lo injusto, extemporáneo y desacertado de sus comentarios. Así ha quedado de manifiesto en el día de hoy, cuando De la Iglesia ha acentuado la necesidad de revisión de la imaginería que de la industria cinematográfica se da, así como su expreso interés en recuperar grandes figuras como Pedro [Almodóvar] y José Luís [Garci]; al tiempo, sostiene que la Academia debiera servir de nexo de unión entre el espectador y el cine, dándole unos mayores preparación y conocimiento técnico a los niños y jóvenes acerca del aparato creador audiovisual, para que ningún niño, como el propio De la Iglesia indica, “piense que una película en blanco y negro es sólo fruto de un fallo del televisor”.
A esto se añadió que los que trabajan en esta industria tan vilipendiada y poco comprendida “no son unos parásitos subvencionados”, sino otra área laboral que recibe ayudas como cualquier otra, tal como afirmó la nueva vicepresidenta, Icíar Bollaín. Nada hay de deshonroso en percibir apoyo, como lo hace la industria del tabaco o del aceite.
Sin duda uno de los puntos que más unanimidad encontró fue el de la paridad. La escalofriante discrepancia entre la presencia femenina y masculina en las producciones españolas –piénsese en el 7% que alcanzó la participación de mujeres en la realización en los últimos años-, es un enemigo a batir en todos los frentes, siendo obligación moral y ciudadana de toda nuestra industria –y no sólo la cinematográfica-, el apostar por la mujer como se ha venido haciendo hasta el momento con el hombre.
A pesar de esta cifra agónica e irresponsable, existen en nuestro cine damas magníficas cuyo inmenso talento es difícil de superar y olvidar. En aquel hall vibrante, a la espera de noticias sobre la resolución de la Asamblea, vi aparecer a la gran Marisa Paredes, impecable en su traje blanco, con unos envidiables peinado y buen humor. Justo cuando parecía que se perdía entre el gentío del pasillo que llevaba a la deliberación, giró insospechadamente en busca de un mechero con el que prender su cigarrillo. No tuvo mucha fortuna. Apoyada en la pared, percibí de reojo cómo venía hacia mí y, con su estupenda voz de teatro, me preguntó: “Perdona, ¿tú fumas?”. Mal momento para desvanecer expectativas.
Imagen Marisa Paredes en Tacones lejanos. Todos los derechos reservados a El Deseo S.A.
Paso a paso, minuto a minuto, hora a hora, me fui acercando cada vez más a la reunión de la Junta, una sala de proyecciones amplia, policromática y atestada de figuras de renombre conocidas -Enrique Urbizu, Manuel Gómez Pereira, Juan Antonio Porto-, como oraciones cinematográficas que uno aprende en la más temprana infancia. Conversaciones cómplices con damas del teatro, las anécdotas entre bambalinas de alguna de nuestras actrices más populares, los cigarros nerviosos de actores o guionistas madrugadores que dan amena conversación en los pasillos.
He dicho que nunca olvidaré este día y lo sostengo. Nunca olvidaré la merecida ovación proferida a Álex de la Iglesia, su interés en hacer más hospitalaria la casa del cine, la casa de todos; o el abrazo cómplice, sentido y casi fraternal entre Carmen Maura y Marisa Paredes, dos de los pilares básicos del cine español. El día de hoy fue en parte inesperado, arbitrario, puro azar. Lo único que lamento, si he de sacarle un pero a una experiencia como ésta, es no haberle sido de más ayuda a Marisa Paredes. Si de fumar se trata, empiezo hoy mismo.
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