Hace muchos años, cuando era niña todavía, un paradójico y, pese a ello, extraordinario suceso, llamó poderosísimamente mi infantil atención. Un grupo musical compuesto por cuatro hermanos, consiguió consagrarse en el mundo de la canción, no sin esfuerzo y mucha entrega. La incorporación de un quinto hermano, sin embargo, era rechazada de forma constante, puesto que los parientes mayores, en su fraternal competencia, creyeron insustancial la aportación que el menor de éstos, blando de corteza y con poca miga, podía realizar a su consolidado grupo. Pasaron años y este pequeño niño, sobrado de talento y competencia, resultó ser Michael Jackson, quien con sus avezados hermanos constituyeron ni más ni menos que los Jackson Five. Si saco ahora a colación esta singular historia, es porque la vida, que da muchas vueltas como bien puntea Rubén Blades, siempre acaba noqueándonos con las más peregrinas extrañezas. Así, el más ninguneado del colegio, acaba convirtiéndose en gran empresario; el que padece esclerosis lateral amitrófica, oculta a un físico y cosmólogo portentoso; y la más apocada de la clase resucita para mostrarse la mejor y más adecuada de las dirigentes.

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 Imagen de Buried (Enterrado)”– Copyright © 2010 Versus Entertainment, The Safran Company y Dark Trick Films. Distribuida en España por Warner Bros. Pictures International España. Todos los derechos reservados.

Permítanme otro excursus, esta vez de destino directo. En 2007, una cinta poco conocida y sobrada de aptitudes, salió a la palestra de la cinematografía patria bajo el título de Concursante, siendo la opera prima de un realizador gallego, joven aunque sobradamente preparado, llamado Rodrigo Cortés. Aunque para la taquilla este filme pasó desapercibido, lo cierto es que en él se encerraba el germen de una gran carrera, con una estética rompedora, un espíritu crítico y mucha rabia contenida, transformada –eso sí- en mordacidad digerible bocado a bocado, sorbo a sorbo. El círculo de esta digresión se cierra.

Conocí a Rodrigo Cortés precisamente cuando presentó en Madrid su primer trabajo, momento en que una intensa y sonada carrera como cortometrajista llegó a su fin con su bautismo en la gran pantalla. Nunca me pareció apocado, ni hacía alarde de ese carácter advenedizo del que adolecen muchos de los principiantes en este arte, como si pensasen que no hay hueco para ellos en una industria capitaneada por Scorsese, Ford Coppola o Lucas. Cortés miraba alto, con mucha seguridad. Era preciso en sus palabras y muy ducho en emplear vocabulario que en su boca, la de un joven de larga melena y atavío informal –ahora su esquilado marcial impone igualmente-, daba una apariencia chocante, pronunciando aún más su especificidad y rareza. Tuve la inmensa suerte de departir con él, aunque más tendido que largo, puesto que las miras de los informadores por aquella época, estaban más centradas en darle coba a Leonardo Sbaraglia, protagonista de la cinta, que en profundizar en la personalidad de Cortés, aunque ésta sorprendiera mucho y muy gratamente. Le confesé mi impresión respecto a su película y él lo celebró. Me declaró los motivos que le habían hecho adoptar la perspectiva estética que enhebraba Concursante, y el porqué de la elección de Sbaraglia, no sin antes reparar ambos en la situación del cine español y la profusión de títulos sobre nuestra contienda civil. Aquella conversación nunca se grabó.

No me arrepiento, no se crean, los sucesos más extraordinarios suceden con frecuencia de forma inadvertida e impensada, y son más caros cuanto más inaccesibles. Nuestra conversación quedó sepultada por el tiempo aunque todavía lata su espíritu, al igual que Ryan Reynolds en el nuevo filme de Cortés, Buried. Por aquel entonces, con el material analógico contado (lo que ha ganado el periodismo con las grabadoras digitales sin apenas límite de capacidad), las ansias de los medios iban encaminadas a recoger las impresiones de artistas consagrados, en esta ocasión, de Sbaraglia. Quién iba a imaginar que aquel joven realizador iba a convertirse en la sensación de Sundance, y el último grito en materia cinematográfica. La propia Renée Zellweger, entusiasta de lo que Cortés ha sido capaz de ofrecer en Buried, parlamentó con él para extenuación del director, quien no comprendía por qué una fanática del filme (no descubrió que se trataba de Bridget Jones hasta que se lo comunicaron horas después), era capaz de analizar tan pormenorizadamente su segunda película, como si hubiera descubierto en su asfixiante trama el Arca de la Alianza.

No se trata de un arca, es cierto, pero el ímprobo trabajo del gallego sí resulta cavernoso y oscuro. Rodada en tan sólo diecisiete días en Barcelona siguiendo el guión de Chris Sparling, cuando Reynolds llegó a LAX hubo de explicar la cantidad de arena que todavía desprendía en cada movimiento, así como las innumerables yagas en sus dedos y espalda, las magulladuras y los cardenales. Cualquiera diría que Cortés maltrata a sus actores, si bien resulta una revelación que el flamante esposo de Scarlett Johansson, haya conseguido las mejores críticas de toda su carrera, después de creerle encasillado de por vida en la comedia simplona y fácil. Será que Reynolds es otro Michael Jackson como Cortés, a quien finalmente dieron su oportunidad de pertinente lucimiento.

No he vuelto a usar una grabadora analógica, añadiré concluyendo ya mi viaje por los errores de una profesión en la que la celeridad y el ritmo frenético contribuyen al más que frecuente arrepentimiento. No obstante, siempre me quedará el orgullo íntimo y particular de haber descubierto a uno de los realizadores más personales y con más coraje que jamás he conocido. No grabé nuestra conversación, es cierto. Aun así, ya no hay vuelta atrás: lo Cortés siempre será para mí, sinónimo de valiente. Con o sin grabadora. Con o sin legítimo remordimiento.

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