Hace años, siendo niña aún, visioné una película que marcó mi infancia y me acercó a lo que décadas después se denominaría conciencia ecológica. El oso, una cinta a medio camino entre el documental y la ficción, estaba firmada por un director extraordinario, capaz de cometer lo que por aquel entonces parecía un anatema: darle protagonismo cinematográfico a un animal. Alguna década después Jean-Jacques Annaud regresa a la gran pantalla con otro drama de conciencia universal y tremendamente conmovedor, El último lobo, basado en la novela de Jiang Rong, Tótem lobo, en la que vuelve a situarnos como artífices del desequilibrio natural. Viendo su cine, uno entiende el calado moral de un cineasta como Jean-Jacques Annaud; el multipremiado director y ganador de un Oscar, tiene por fuerza que ser hondo, consciente y respetuoso. Eso dice su trabajo y eso dicen sus ojos. Le conozco en la Academia de Cine, en pleno corazón de Madrid. Es una tarde calurosa de primavera y el director se presenta risueño e incansable, simpático a pesar las permanentes acometidas de reporteros y redactores. Le encuentro en plena sesión fotográfica, jugando como un lobezno con la cámara. Saca las garras, ríe, ruge y muerde sus gafas. Tienen algo esas gafas de literarias y cinematográficas. Simulan las monturas antiguas, más redondas que ovaladas, de otra época y otro lugar. Como las del El acorazado Potemkin o incluso las que luce el Quevedo de Velázquez, también las de Jean-Jacques Annaud son metálicas y mates, como dos monóculos que han decidido de mutuo acuerdo fundirse en unidad. Me mira a través de ellas y puedo apreciar una mirada azul muy limpia, chispeante. Me da la mano respetuosamente y se presenta. Le confieso que puedo rastrear en El oso los indicios de mi conciencia ecológica, y me regala una sonrisa con halago. Admite que cada día consume menos carne, aunque subraya que, cuan monje tibetano, come “con apetito la carne de animal” pero le pide perdón. Ambos reímos y tomamos asiento. Todo él rezuma espiritualidad y buena energía, en especial el modo en que se expresa, las ganas que muestra de ser entendido. Es difícil no sucumbir ante su vibrante carácter. Mientras habla se expande; sus gestos se suceden mientras dibuja escenas en el aire, en el espacio que crea entre sus dos brazos. Habla, canta y sonríe, señalando que también él tiene “ese lado animal”. Conocer a Jean-Jacques Annaud es toda una lección de humildad, la que tiene un artista que se fascina por el oficio del cine, y que no olvida que aunque animalesco, el ser humano tiene mucho por lo que luchar.

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Imagen del rodaje de El último lobo, película distribuida en España por Vértigo Films © 2015 China Film, Repérage, Beijing Forbidden City, Mars Films, Wild Bunch, China Movie Channel, Beijing Phoenix Entertainment, Chinavision Media Group Limited, Groupe Hérodiade y Loull Production. Todos los derechos reservados.

Lucía Tello Díaz.- Ante todo le felicito porque El último lobo es una película conmovedora. Como en otras ocasiones, también es una adaptación literaria. Como lo hiciera con Marguerite Duras o Umberto Eco, no es la primera vez que se decide por una obra literaria, de hecho, siempre ha obtenido éxito haciéndolo. ¿Qué le empuja a buscar libros que sirvan de eje para sus películas?

Jean-Jacques Annaud.- Para empezar, es muy difícil hacer una película. Cuando partes de la base de algo que te ha entusiasmado, ya tienes muchísimo trabajo hecho, porque lo importante al hacer una película es contar una bella historia y a veces ésta es una historia que te llega o que te ha ocurrido a ti, o una obra de teatro formidable; también ocurre mucho que una película surja a partir de unas líneas de un libro o de un periódico, o de leer una novela apasionante. Esto último es muy difícil porque, a menudo, los libros que son muy buenos también son muy complicados. Tuve ese problema con El nombre de la rosa, me pasé dos años y medio o tres pensando en el escenario, hice diecisiete versiones. Para ésta, solo once –ríe-. Cuando tienes esta especie de certeza, de que tienes un material excepcional, es estupendo. En este caso tenemos una historia verdadera que me ha hecho sumergirme en un universo de relaciones entre los seres humanos y los lobos. Me entusiasmaba la personalidad de los ambos. Sin embargo, he descubierto que los lobos son increíbles actores porque son complejos. Ya sabes que rodé con tigres y con osos. Los tigres son muy hermosos, son como modelos, tienen unos ojos magníficos y una ropa estupenda, pero no tienen tanta complejidad. En las películas son como héroes de acción, están seguros de sí mismos, hacen cabriolas estupendas, realizan artes marciales muy bien; los lobos son inquietos, por tanto son prudentes, viven en grupo y están obligados a comunicarse con la mirada en silencio, por eso son actores psicológicos estupendos. Los osos no hacen nada. Son miopes. Un oso feliz es así –realiza una mueca de total apatía-, un oso cansado es así –reitera la misma mueca-, y un oso cabreado es así –de nuevo, la misma expresión-. Por tanto, un oso es el ejemplo absoluto del actor que no hace nada –sonríe-. Teníamos un gran actor en Francia que era Jean Gabin, que efectivamente era igual: se enteraba de que su gato se había muerto, y no hacía nada; se enteraba de que su hija se acababa de casar con un rico heredero, y tampoco hacía nada –ríe-.

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Imagen de “El último lobo”, película distribuida en España por Vértigo Films © 2015 China Film, Repérage, Beijing Forbidden City, Mars Films, Wild Bunch, China Movie Channel, Beijing Phoenix Entertainment, Chinavision Media Group Limited, Groupe Hérodiade y Loull Production. Todos los derechos reservados.

LTD.- La tecnología forma parte indiscutible de esta película pero de un modo diferente al imperante. Al contrario que otras cintas coetáneas, en las que la historia está al servicio de la técnica, en este caso es la técnica la que está al servicio de una gran historia. ¿Qué le parece la preponderancia técnica sobre la narrativa?

JJA.- Creo que, desde la noche de los tiempos, lo que es interesante es la historia que contamos. Cuando los seres humanos primitivos en torno al fuego contaban una historia, tenían que cautivar a su público. Lo primero es tener cosas interesantes que decir y lo segundo, contarlas bien. Pero no hay que contar bien algo que no tiene sentido, es imposible. Aunque es cierto que cada invento tecnológico provoca un pequeño retroceso narrativo, porque los artistas están tan contentos de utilizar la primera tecnología, que se olvidan de la historia. Por ejemplo el sonido, en las primeras películas sonoras todo el mundo se ponía a cantar –me dice con entonación operística mientras ríe-. Después con el color, todo el mundo llevaba camisas amarillas, chaquetas verdes y pantalones rojos, sobre un fondo de cielo azul. Era un abuso. Luego vinieron las tres dimensiones, y emplearon el 3D para ir lanzando cosas al público. Ahí no hay una historia. No voy a decir: “id a ver mi película porque os vamos a tirar un montón de cosas a la cara”, es estúpido. Siempre hay que dominar la técnica al servicio de la historia que vamos a contar. Personalmente me encanta la tecnología, pero no para ser su víctima, sino para ponerla al servicio de mi historia. De ahí que en esta película tuviera que retirar elementos necesarios para la puesta en escena, sobre todo los adiestradores, que están presentes en todos los decorados, para evitar que los animales se fueran. A ellos tuve que darles un cierto número de indicaciones y luego eliminarlos con técnicas digitales.

LTD.- En Guillaumet, les ailes du courage fue el primer director que dirigió una película de ficción que se exhibiría en formato IMAX, y ahora presenta una cinta con un cuidado 3D, ¿por qué le gusta tanto emplear la última tecnología?

JJA.- Este elemento de utilizar las cámaras modernas tiene un objetivo. Es cierto que trabajo en digital y en 3D, pero ¿por qué? En esta película hay versión de dos y tres dimensiones, porque a muchas personas les molesta el 3D y no tienen por qué verla en tres dimensiones. A los que aprecian el 3D, verán que hay una mayor proximidad con los animales. Por eso he querido mostrar un lobezno pequeño delante de ti a tamaño natural. No es un lobo enorme en una pantalla lejana, sino uno pequeño cerca de ti. El 3D se ha entendido muy mal, a menudo incluso por los propios cineastas. Los directores solo veían el efecto tecnológico y el espectáculo del instante. Querían mostrar cosas monstruosas, pero no se dan cuenta de que una buena historia se puede contar en 3D. Esta entrevista la estamos haciendo en tres dimensiones, te estoy viendo en 3D y no por eso te voy a tirar mis gafas a la cara –ríe-. Si me tapo un ojo ya no tengo exactamente la misma realidad. Creo que desgraciadamente el 3D ha desanimado a muchos espectadores. Lo digo con prudencia, aunque por eso pienso que cada uno tiene que elegir en función de lo que quiere ver. Debo admitir que hago una 3D muy calmada, porque el objetivo no es impresionar, sino que sea cómodo y pueda compartir el espacio con los personajes, ya sean humanos o lobos.

LTD.- Además de rodar en 3D, y de la indudable complejidad de un rodaje semejante, me preguntaba si había tenido alguna dificultad concreta a la hora de acometer esta película. Sé que con respecto a las autoridades chinas ha admitido que no ha tenido ningún problema, por eso quisiera saber cuáles habían sido sus mayores retos

JJA.- Todo fue un poco más difícil. Es más fácil para mí contar la historia de un director francés, que rodar una película en la que tenemos a una joven protagonista que va a conocer el amor con un amante chino –El amante-. Es un esfuerzo extra también imaginar que soy un monje o un hombre primitivo, como sucede en El nombre de la rosa o en En busca del fuego. Evidentemente, tengo que hacer todavía más esfuerzo extra cuando imagino que mi protagonista es un lobo. Tengo que estudiar, reunirme con especialistas, con científicos que conocen el comportamiento de los lobos para no decir bobadas, pero al mismo tiempo es una excitación, porque escribir solo en torno a ti es muy limitado. Hacer el esfuerzo de pensar como si fuera un lobo de la estepa y después cotejarlo con los adiestradores, y poner a todo el equipo al servicio de la historia, es muy estimulante. También es complicado. Intentar hacer comprender a las 600 personas del equipo, y a las miles que trabajan en postproducción, es muy complejo. Pero ese es el oficio del director, casi es ser director de orquesta, un director-compositor escucha la sinfonía, compone para los diferentes instrumentos y luego ajusta durante el concierto, el nivel del arpa con respecto al clarinete, al trombón y a la percusión. Es mi oficio. El oficio de anticipación y de explicación a los actores, evidentemente, y cuando tengo actores animales, pues a ellos. En cada uno de sus planos he preguntado al adiestrador cómo hacer para que con total seguridad, y sin traumatizar nunca al animal, pudiera obtener la escena. A veces son horas y horas de conversaciones para obtener el resultado final. Es la misma dinámica que con cualquier actor. A veces hay que decirles inmediatamente antes de rodar, que deben actuar como si acabasen de enterarse de que su hermana se ha caído de la bicicleta y está en el hospital. Y en ese momento correr y decir “Venga vamos, ¡motor!”. Con algunos funciona así. Con otros hay que repetirlo y ensayar dos meses antes. Hay que adaptarse a cada uno de ellos. Y cuando trabajas con lobos hay que adaptarse a trabajar con unos actores un poco distintos –sonríe-.

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LTD.- Muchas películas suyas abordan el tema del equilibrio natural universal, de la acción del hombre. En este caso concreto, a través de la extinción del lobo en Mongolia por decisiones erróneas, ¿qué opinión le merece este aspecto particular?

JJA.-  Lo que es interesante es que tanto en el libro como en la película, nos damos cuenta de que es un fenómeno universal. Yo he descubierto este libro en versión francesa y con ojos de francés. Y sé que todo el esfuerzo de Francia ha sido unirse en torno a una cultura única y una lengua única. Yo formo parte de l’Académie des Beaux Arts de Francia, que se creó para unificar la lengua francesa y el arte francés. Por tanto, este esfuerzo es como el de todos los estados en el mundo. Todos los pueblos tienen ganas de unirse y de separarse también, es una noción universal. La película se concentra mucho más en este aspecto universal, porque lo he vivido. El mismo año del rodaje estuve también en África, me enviaron para enseñar cine, y vi a mis amigos de Grenoble que talaron los bosques primarios para transformarlos en plantaciones de cacao y de piña. Crearon un desastre ecológico increíble que hace que hoy la mitad de África no pueda sobrevivir. Es una metáfora de lo que nos va a ocurrir el día del mañana: la desertización del Sáhara, las guerras que tienen lugar vienen de esas acciones que se hicieron en los 60 o 70, que fueron un desastre total. Ahora hay una conciencia global, vemos los peligros del cambio climático y sabemos que se debe a nuestra sobreexplotación de la naturaleza. Lo que me gustó de esta película es que hay un potencial épico, espectacular, de grandes escenas de cine, de la emoción que viene de esta relación del ser humano y del animal, y una temática que se puede aplicar tanto a Francia o Argentina como a Australia. Es universal.

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