It´s time es el título del famoso single del grupo estadounidense Imagine Dragons, un cuarteto cuyo nombre no es más que un anagrama, una expresión que incluye en su interior otra con mayor significado para la banda y que, de hecho, solo sus integrantes conocen.

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Imagen de Pedro y el dragón Elliot, producida por Walt Disney Productions y distribuida por Walt Disney Home Video. Todos los derechos reservados.

Y es cierto, es tiempo ya de muchas cosas, de hacer lo que nunca hemos hecho, de vivir como nunca hemos vivido y de ver lo que nunca hemos visto. Dragones por ejemplo. No es un anagrama, el sentido de este término es literal. Hace muchos años, cuando apenas contaba con cuatro, me vi sometida a una amigdalectomía, algo que en sí no reviste importancia alguna y que según qué adultos, en niños se hace más llevadera por la ingesta de helados y bebidas frías, aunque lo cierto sea que ningún niño quiere pasar por semejante dolor y menos por un helado. Ni tan siquiera por dos. Aquel febrero polar, trufado de voz gangosa, sorbetes de limón y ardor de garganta, solo se hizo más llevadero por la compañía de mi también enmudecida hermana mayor, operada una semana después que yo, y por la promesa de ver una película antigua, una de esas cintas Disney que por aquel entonces había sido remasterizada en VHS y que yo esperaba ver con impaciencia, Pete´s Dragon (1977, Don Chaffey). En tantas horas de improductiva espera, arropada por el calor de mi siempre abnegada madre, ocupaba mi tiempo imaginando cómo sería la película de Pedro y el dragón Elliott, un filme cuyo anuncio prometía aventuras, combinación de animación y realidad y un entrañable doblaje latinoamericano que siempre me ha gustado, sin él el cine Disney no me parece real.

Tal era la agitación que sentía al ver el anuncio, que pronto se lo contagié a mi hermana y a toda la familia. No entiendo por qué sentía semejante expectación al ver a aquel dragón verde de cabellera rosa protegiendo a Pedro (Sean Marshall) un niño huérfano, comprado como sirviente al más puro estilo de Los Miserables, al que el dragón ayuda a escapar de su cautiverio y huir al paradisíaco Passamaquoddy. En aquel pueblo pesquero, Pedro (o Pete) es acogido por Nora (Helen Reddy), la guardiana del faro que espera a un amor perdido en el mar, y que vive con su padre Lampie, un hombre anciano que resulta ser Mickey Rooney, otro peso pesado de la actuación que comparte plantel en esta cinta con la gran Shelley Winters.

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Imagen de Elliot, mi mejor amigo (Misunderstood), producida por Accent Films B.V., Producers Sales Organization (PSO) y Vides Cinematografica. Distribuida por MGM/UA Entertainment Company. Todos los derechos reservados.

Como soy obstinada, y además persistente, conseguí que mi madre, ahora al cuidado de dos hijas de voces ininteligibles, persuadiese a mi padre de ir a por la película a un videoclub, aquel establecimiento tan en boga en los ochenta y los noventa, donde se encontraban películas novedosas de manera legal. Mi padre, que nunca puso especial atención en lo que decíamos o queríamos, fue a regañadientes a por la cinta, regresando al cabo de media hora con un vídeo de carátula confusa, Elliot, mi mejor amigo (1984, Jerry Schatzberg), una película cuyo título original era Misunderstood y que por supuesto, casaba limpiamente con mi percepción, no había sido entendida. Durante todo el metraje solo emergía en mi mente una pregunta, y era dónde diantre estaba el dichoso dragón. Pero no aparecía. En su lugar estaba Gene Hackman, un hombre viudo cuyo duelo le hace centrarse en su hijo menor, un niño caprichoso, consentido e insolente que hace la vida imposible a su hermano mayor (Henry Thomas), quien por cierto, y siento el desvelamiento, acaba muriendo. Se trataba de un remake de Incompreso, de Luigi Comencini, basado a su vez en la novela de Florence Montgomery, un bagaje del que la película, a mi entender, no supo sacar provecho. Mi hermana, con ojos de inquina, me recriminaba sotto voce que hubiera querido ver semejante película, ya que ella, por supuesto, no quería morir y menos a causa de su hermana menor. Yo ya no pensaba en el dragón, sino en la cómica expresión de mi fraternal compañera al creer ultrajado el gremio de los hermanos mayores. Elliot ya no era el protagonista de E.T., el extraterrestre, sino el desgraciado niño que no tuvo un dragón que le salvase ante dos operadas y maltrechas niñas.

Pasaron los años y el azar, porque siempre está presente, hizo que hace un par de semanas la tecnología a la carta llevara a mi tableta una película, un musical de rabiosos colores e imposibles coreografías que más tarde se reveló como Pedro y el dragón Elliott. Después de tantos años, la fortuna hizo que el niño no muriese en aquel acantilado, sino que encontrase en los brazos de un dragón verde de rosa cabellera, el calor que se hubiera esperado en aquella tarde de un invernal febrero. No la imaginaba  así, una película tan de los setenta, desgastada por el tiempo pero atractiva en su planteamiento, con comentarios subidos de tono pero grandes actores y un dragón, al fin un gran dragón de alas diminutas que hizo redimir a aquella niña que aguardaba expectante sus aventuras.

Ahora, cada vez que escucho la canción It´s time de Imagine Dragons, evoco en la mente mi propio anagrama, el de un dragón que después de décadas ha venido al fin a visitarme. Va a ser verdad, como dice el grupo de Las Vegas, que nunca cambiamos quiénes somos.

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