Cómo retratar a quien has conocido sin conocer es un asunto de enrevesada solución. Cómo definir a quien tanto y tan sentidamente has definido, es un logro difícil de alcanzar. Cómo decir que has hablado durante casi dos años con una persona cuyo rostro bien distingues y que no obstante, nunca te ha observado y en lo venidero, nunca te observará, es algo que nunca lograré precisar, ni cuando el intento gane la batalla a la imposibilidad. Conocí a Jesús Franco como los demás, a través de sus películas. Con rostro de Peter Lorre y cinefagia erotómana, su cine siempre fue deudor del blues, y su jazz sería el contrapunto de un cine que nunca le abandonaría, ni tan siquiera en las últimas semanas, cuando presentó en sociedad Al Pereira vs. Alligator Ladies, el que será ya su último título.

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El extraño viaje (1964, Fernando Fernán Gómez). Producida por Ízaro Films, Pro Artis Ibérica e Impala. Distribuida por Ízaro Films. Todos los derechos reservados.

La música fluía por sus venas, ese swing de su madre cubana que ejercía de metrónomo de su propia vida, de su devenir singular. Nacido en Madrid el 12 de mayo de 1930, ya desde temprana edad asistió a las clases de Filosofía y Letras a las que le llevaba su hermana mayor, quien puso en brazos del mismísimo Ortega y Gasset a su pequeño hermano, antes de que éste decidiera que la filosofía sólo era apta para ella y su extraordinario esposo, Julián Marías. Aunque estudió piano en el Conservatorio y más tarde Derecho, en 1959 se puso de largo en la cinematografía con Tenemos dieciocho años, tras su paso por el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC). Es entonces cuando comienza el mito de Jess Franco, o Frank, o David Kuhne, el pseudónimo tras el que se ocultaba para escribir novelas muy noir y muy a lo Perry Mason, que tanto le gustaba. Es de entonces también el cine de Franco que mayor calidad y enjundia muestran, películas deudoras del expresionismo alemán que tanto le influyó, de su oscurantismo gótico, de su claroscuro barroco. Un cine que es arte y que, como buen arte que es, sólo podía proceder de un artista. Gritos en la noche (1962), La muerte silba un blues (1962), la magnífica La mano de un hombre muerto (1962) y la inolvidable Rififí en la ciudad (1963), son títulos que en manos de cualquier director ya habrían valido para crearse no sólo un nombre, sino un espacio en la historia de la cinematografía. Pero Jesús Franco, ya convertido en Jess, todavía tenía mucho que explorar.

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El extraño viaje (1964, Fernando Fernán Gómez). Producida por Ízaro Films, Pro Artis Ibérica e Impala. Distribuida por Ízaro Films. Todos los derechos reservados.

Después de esta etapa esteticista llegaría Orson Welles y Campanadas a media noche (1965) y más tarde la versión libre de H. P. Lovecraft y su Necronomicón (1967). Jess Franco ya era un referente internacional. Retrospectivas por toda Europa y Estados Unidos, títulos imposibles firmados con los más variados seudónimos, directores de renombre rendidos ante su talento y su prolífica capacidad para producir y rodar, como Quentin Tarantino, se han abierto camino a través de una carrera que cuenta con más de doscientos títulos, tal como muestra José Luis García Sánchez en su documental The Life and Times of Jess Franco (2006). Casado con Lina Romay en 2008, fue entonces cuando mi vida se cruzó con la de ambos, con la de él. Interesada por su obra para una pantagruélica investigación sobre cine español que no concluiría hasta cuatro años después, contacté con él para poder realizarle una entrevista. Durante año y medio, casi dos, mantuve constante correspondencia electrónica con quien yo creía, era su esposa, Rosa María Almirall, auténtico nombre oculto tras el cinematográfico Lina Romay. Pero no era así. Aunque convinimos conocernos en Málaga para llevar a cabo el encuentro, la mala fortuna hizo que nos fuera imposible vernos, posponiendo la cita para meses después. Por aquel entonces, ya había descubierto que quien yo creía Rosa María era en verdad Jesús Franco, hablando en tercera persona de sí mismo y disfrutando con el juego de máscaras de un callejón con muchas salidas.

Por fin pudimos entrevistarnos telefónicamente y entonces, sólo entonces, fue cuando realmente tuve conciencia de la magnitud artística y humana del hombre con el que estaba hablando, un hombre políglota, inteligente, culto hasta la saciedad y también hasta la saciedad deslenguado. Atípico. Genial. En poco más de hora y media comprendí qué se escondía tras licántropos de dacha, de eróticas vampiresas con capa y vello en público; de pasajes de cartón piedra y de castillos de Fu Man Chu rodados en el Parque Güell. Detrás de todo aquello se encontraba Jesús Franco, un niño en brazos de Ortega y Gasset, valedor del swing de  las caderas de la habanera que le dio vida y amante del cine sin reglas, el cine que sólo él supo hacer a su manera.

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