Al principio siempre está oscuro. Antes de que los sueños se hagan realidad, me refiero. Así se lo hacía saber a Bastian Baltasar Bux la Emperatriz infantil, o debiera decir die Kindliche Kaiserin en la novela de Michael Ende, La historia interminable (1979). Bien es cierto. Al principio, siempre está oscuro. Intentar soñar en períodos revueltos se ha convertido en una tarea improbable, nadie alberga ya el anhelo de un futuro mejor. O lo que es más insano, si alguien tiene esperanza, no cree que pueda materializarse en un plazo razonable de tiempo. Todos buscamos una razón para el desánimo.

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Fotograma de La historia interminable. 1984 Neue Constantin Film, Bavaria Studios, Westdeutscher Rundfunk (WDR). Todos los derechos reservados 

Acaba ya un año que para muchos se ha hecho largo, quizá demasiado. Doce meses de imperecedera insistencia en que nuestro mundo está enfermo de gravedad, cuando no terminal sin remedio. Absurdez donde las haya: siempre lo ha estado a lo largo de la historia, y lo seguirá estando hasta que la insostenibilidad de nuestras costumbres acabe con su discurrir temporal, nada nuevo. Qué lejos queda el antojo de un almodovariano año de amor, con voz de Luz Casal y cuerpo picaresco de Miguel Bosé, al son de coreografías imposibles secundadas por espectadores voluntariosos. Qué poco hay ya de alegría y jarana, de quimeras e ilusiones, de festividad y contento. Porque sí, ya hemos llegado a la  Navidad, otra vez, pese a que nuestro ánimo siga siendo adusto y huraño, y las calles muestren su decoración empalidecida, triste y casi mohosa, como si la crisis fuera justificación para la corrupción del buen ánimo. Y esto sucede en todos los ámbitos de nuestra vida.

Políticos, medios y ciudadanía, todos se han puesto de acuerdo por fin, en un solo aspecto: minar nuestra conciencia hasta convertirnos en seres inanimados, empequeñecidos, afligidos y dolientes, llevando el duelo que no nos corresponde, y que sólo habrían de llevar quienes obtienen dividendos de nuestra tristeza. Antes, algunos años atrás, los problemas eran idénticos y, pese a ello, reflexionábamos con satírica indolencia hacia sus efectos. Por aquel entonces, Kim Jong Il sólo era un personaje más en la afilada lengua de Trey Parker y su Team America (2004), cantando al infinito “No eres nadie Alec Baldwin” mientras Michael Moore detonaba su irreal cargamento. Por aquel entonces, los controladores aéreos no eran motivo de retrasos, resaca y devaneo cerebral, sino que eran John Cusack y Billy Bob Thornton, luchando por el amor (digamos cuerpo) de Angelina Jolie, en Fuera de control (1999, Mike Newell).

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Fotograma de La historia interminable. 1984 Neue Constantin Film, Bavaria Studios, Westdeutscher Rundfunk (WDR). Todos los derechos reservados 

Pero hoy en día, empezando este gélido diciembre de 2010, los ánimos no están para festividades. Quién lo diría avecinándose, más pronto que tarde, las fiestas navideñas. La sociedad ha perdido la esperanza, la ilusión. Nadie cede una brizna al optimismo, pareciera que desaprueban el intento por salir de la logia de la tristeza. Antes, cuando nadie reparaba en los problemas importantes (la sequía, la mortandad infantil, el hambre o el feminicidio), se pretendía hacer creer que todo iba bien: consumíamos ergo existíamos. Ahora que no podemos consumir, porque los recursos son más limitados, caemos en la desesperación y el desconsuelo, no auténticos, no reales (quién ha solucionado la sequía, la mortandad infantil, el hambre o el feminicidio), sino en los impostados, porque nos han arrebatado la idea de que saldremos adelante nosotros.

Pero estamos en la era global, así que nuestras soluciones habrán de ser globales. En 1984, Wolfgang Petersen se puso tras las cámaras para dirigir la primera versión cinematográfica de Die Unendliche Geschichte, nuestra eterna Historia interminable, en la que un mundo entero, el de Fantasía, comenzaba su infranqueable camino hacia la destrucción por un solo motivo, la pérdida de esperanza de la humanidad. Fantasía era sólo el país de los sueños que los seres humanos iban depositando en sus conciencias. Sin esperanzas, Fantasía llegaba a su fin. La gran amenaza de este mundo subsidiario, dependiente del real, estaba en la Nada, materialización del vacío que queda cuando los sueños se escabullen, su ciega desolación. Contra ella no sólo se debía buscar al más valiente de los guerreros, el niño Atreyu, sino que también era necesaria la colaboración de un humano, el único creyente, el que confiaba en un futuro mejor. Así Bastian pasó a convertirse en el enlace clave para la reconstrucción de Fantasía, aunque en su mano tan sólo tuviese un grano de arena. Lo suficiente, empero, para que todo volviera a empezar.

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Fotograma de La historia interminable. 1984 Neue Constantin Film, Bavaria Studios, Westdeutscher Rundfunk (WDR). Todos los derechos reservados 

Al igual que Atreyu, todos estamos llamados a luchar por la salvación de Fantasía, de nuestras ilusiones y nuestros sueños. Claro está que no tenemos ayuda alguna, que hace tiempo que perdimos a Ártax, que Vetusta Morla es sólo un grupo musical y que no contamos con Fújur para que nos agilice los trámites hacia la consecución de nuestros sueños. Pero no perdamos la esperanza, todos tenemos un Auryn en nuestro interior. El Auryn, recordemos, es la alhaja de la emperatriz, el símbolo entrecruzado de dos serpientes característico del filme de Petersen, que en mi infancia busqué afanosa e incansablemente por las ediciones impresas (qué decepción saber que en las tapas de la novela no figuraba la preciada insignia). Este pentáculo, este talismán, no sólo dota de valentía y respeto, sino que protege a quien lo porta de todo mal. En realidad todos tenemos un Auryn interno, sólo hay que saber cómo encontrarlo.

Luchemos, por tanto, por recuperar nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestros sueños. Ya es Navidad. Ya es hora de salir de la crisálida y comenzar a volar. No podemos dar más de nosotros mismos a la Nada, porque como bien remarcaba Gmork “las personas sin ninguna esperanza son fáciles de dominar, y quien tiene el dominio, tiene el poder”. Entrad en la librería de Koreander, sacad vuestro propio libro, escribid vuestra propia historia y haced de vuestra liberación, la liberación de todos nosotros. Nos han arrebatado un año interminable. No permitamos que nos roben también la Navidad.

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