Entre obras de Shakespeare y Milton, detrás de The Lost Weekend de Charles R. Jackson, encontraba el doctor Frank Bryant (Michael Caine) el consuelo a una vida de frustrado talento para la poesía. Porque aunque el profesor Bryant, experto ocultador de botellas de whisky y conocedor de las más enmarañadas incógnitas de la literatura, poseía talento natural para las letras, le faltaba sin embargo la ingenuidad de la mirada limpia que sólo otorga el hambre por saber, cuando el conocimiento está vetado por una sociedad impía. Pocos hay que valoren lo que no cuesta esfuerzo, aunque sea el más grande de los obsequios.
Susan White (Julie Walters), es una peluquera ávida por aprender lo que le ha sido negado; con veintiséis años, casada y residente en un barrio depauperado, solo aspira a poder dejar atrás años de postración. Con su pelo oxigenado, sus mechones rosas, sus faldas de cuero negro y sus tacones de salón, Susan sueña con ser otra persona y no plegarse ante el destino manifiesto que padres y marido le imponen: concebir rápidamente un hijo y confinarse en el extrarradio sin mayor acicate vital que el pub en el que siempre acaban. Pero Susan quiere cambiar, y cambia, comenzando elocuentemente por su nombre que se convierte ahora en Rita, en honor a la novelista americana Rita Mae Brown. También lo hace acudiendo a la Open University, con horarios complicados y distancias imposibles, y lo hace conociendo a Frank, el profesor que, sin ninguno de los dos saberlo, le cambiará la vida.
Frank está ebrio, siempre lo está, pero su mordacidad, su elocuencia y su locura conquistan a Rita. Ella quiere aprender y él está de vuelta de todo. Se complementan aunque ambos especímenes, descabalgados de su propia línea, no encuentren su lugar. Solo en el despacho de Frank, atestado de libros, de cuadros y de alcohol, se construyen su propio mundo, un mundo aparte en el que desfilan Ibsen, Yeats, Blake y E. M. Forster, y en el que la tragedia, la asonancia, los poetas muertos y Macbeth descubren un sentido renovado y fascinante. Lo es para Rita porque su hambre de conocimiento resulta insaciable; y lo es para Frank porque la visión de su alumna, su nueva perspectiva deslenguada y lacónica, supone una relectura de su propia vida.
Regreso a Howards End abre paso a “The Wild Swans at Coole”; el poema cede su lugar Peer Gynt, y este drama introduce la colección de poemas Songs of Innocence and Experience. La Open University va quitando espacio al resto de ocupaciones de Rita y con ellas, a su matrimonio. Unida a un joven descuidado y necio, este no dudará en quemarle los libros cuando descubra que, por los estudios, ha dejado de lado su empeño en la concepción. Las envestidas de su padre, y el llanto sordo de su madre queriendo un destino mejor terminan por demostrarle que su vida tiene que ir más allá. Por ello deja la peluquería, aquel lugar donde las mujeres entran para salir otras personas en media hora sin saber que, si se quiere cambiar, han de hacerlo desde dentro.
Mientras tanto Frank, conquistado por su alumna pero traicionado por su joven mujer, se da más profusa y persistentemente a la bebida. Sus desmanes con alumnos y profesores le empujan a convertirse en un paria, menguando en prestigio lo que Rita aumenta en conocimiento. Ella se ha esforzado por ser otra persona y lo consigue; Frank también lo hace, aunque en polos opuestos.
Como en todo intercambio personal, los conflictos no tardan en llegar, empujando a Rita a reconsiderar las bondades de un profesor que se está autodestruyendo; también las nuevas compañías y sus nuevos amigos le enseñan que el mundo es más amplio y bello que el que contienen las cuatro paredes del despacho de Frank, quien parece haber perdido el efecto hechizante sobre su alumna. Pero pasa el tiempo, las pruebas llegan. El marido de Rita, ahora de nuevo Susan, se vuelve a casar y espera un niño. Rita comparte piso y trabaja en un bistro donde conoce gente fascinante, aunque la visita semanal a la tutoría de Frank sigue suponiendo un agasajo para su voracidad lectora. Las complicaciones surgen, los problemas aumentan, pero su amistad se mantiene a pesar de todo, aunque él sea obligado a tomarse un descanso o ella esté a punto de perder los exámenes. El conocimiento, a fin de cuentas, es menos falible que los humanos que a él se encomiendan.
Presentada como una revisión del mito de Pigmalión, Educating Rita está basada en la obra teatral homónima de Willy Russell, autor de Liverpool que también ejerció de guionista de la cinta, por el que fue nominado a un Oscar. Convertida en éxito inmediato, la película fue presentada en sociedad el 14 de septiembre de 1983, consolidando la fama que había cosechado en el West End londinense. Para ella Lewis Gilbert, director de la cinta, contó con la actriz que había representado el papel de Rita durante años en las tablas, Julie Walters, auténtica alquimista de acentos, dejes e imposturas que elabora un trabajo brillante de Galatea en plena transformación. Como en My fair Lady (el Pigmalión fílmico de George Bernard Shaw), Educating Rita supone una nueva versión de la labor docente de un profesor Higgins encarnado por Michael Caine, cuyo marcado y característico acento cockney es profundamente depurado para dar una magistral clase de distinción. Y es que el trabajo de ambos actores no solo les valió el Globo de Oro y el BAFTA como Mejor Actriz y Mejor Actor de Comedia o Musical, sino también la nominación a los Premios Oscar a mejores intérpretes.
Educating Rita es, a fin de cuentas, una película atemporal, de sublimes actuaciones que, como siempre, se paladean mejor en versión original, repleta de referencias literarias, de buen gusto y de suculento contenido, tan extraordinario en la actualidad como cuando Ovidio le dio forma en su Metamorfosis, en el año octavo de nuestra era. Una oda a la cultura que ahora, más que nunca, no podemos ni debemos dejar escapar.
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