Hay películas sin las cuales el cine no sería cine, ni la historia, historia. Películas que dejan en la memoria imágenes, imágenes que recuerdan al arte y arte que sólo puede provenir de las manos de Hitchcock. Hay películas sin las que no se concebiría el siglo XX y otras que marcan la forma en que nos expresamos en el XXI. Porque Hitchcock innovó como ningún coetáneo, arriesgó con formatos novedosos, con encuadres artísticos, con actores clásicos y con guiones capaces de subir treinta y nueve escalones para dar vértigo; guiones minimizados de películas conocidas pero nunca en su justa medida valoradas. Así es la historia del realizador que cambió el rumbo del cine y nunca obtuvo, en cambio, ningún Oscar o Emmy, ni tampoco resultó ganador en el Festival de Venecia o el de Cannes. Director de obras maestras como Sospecha, Psicosis o Encadenados, emblemática resulta junto a éstas Con la muerte en los talones (1959), una película definida por su mordacidad, su erotismo soterrado y su interna coherencia a prueba de críticos cinematográficos.

con la muerte en los talones en todo es cine
Fotograma de Con la muerte en los talones. Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Derechos reservados a Turner Entertainment.

Con estos tres elementos se blinda el espléndido guión de Ernest Lehman, una película pictórica, americana de alma inglesa y planos históricos, para más señas. Sólo Lehman pudo estar a la altura del Bergman de Fresas salvajes o del Truffaut de Los cuatrocientos golpes, con quienes compitió por el Oscar al Mejor Guión Original. Paradójicamente, ninguno de ellos se hizo con la estatuilla sino Pillow talk, convirtiéndose a golpe de sobre abierto, en una de las más inconcebibles decisiones de aquella ben-huriana edición. Pero North by Northwest no es un guión sólido, ni una fotografía digna de una galería artística, ni una escenografía y vestuario de incalculable valor, sino un juego satírico y agudo al que no sólo envida sir Alfred Hitchcock, sino que ve y sube la apuesta otro británico de global adopción, Cary Grant, cuerpo y alma de una película en que la bella Eve Marie Saint, y los presidentes Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt, quedarán para siempre inmortalizados en el Monte Rushmore.

Llaman al señor George Kaplan
Escrita tras el fiasco que supuso por aquel entonces Vértigo (1985), la hoy considerada como mejor película de todos los tiempos según Sight & Sound, supuso para Hitchcock un punto y final con James Stewart, quien anhelaba interpretar el personaje de Roger O. Thornhill, un papel que sin embargo, recayó en el gentleman por excelencia que nació como Archibald Alexander Leach. Por fortuna Hitchcock dio a Grant la oportunidad de encarnar al cínico publicista Thornhill, un conquistador “con secretaria, dos ex esposas, una madre y varios barman” a su cargo.

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Fotograma de Con la muerte en los talones. Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Derechos reservados a Turner Entertainment.

Este encantador ejecutivo de la Madison Avenue con tantas amantes como excusas, es confundido por pura providencia en los salones del Hotel Plaza con George Kaplan, un falso enlace del gobierno que sigue los pasos de la banda criminal de Van Damme (James Mason), dedicada a revelar secretos de estado. Pero Kaplan será sólo un nombre, un título al azar. Nadie le ha visto  porque no existe, es un señuelo de la policía con el que despejar las sospechas de un auténtico agente infiltrado. Pero este dato lo desconoce Roger, él y todo aquel que se cruza en su camino, ahora ya camino de Kaplan. Tampoco el equipo de Van Damme conoce la falsa identidad del agente, secuestrando a Thornhill para acabar con quien sigue los pasos de su actividad ilegal. De la manera más absurda, el publicista se verá envuelto en un “atraco y rapto con pistola, whisky y coche de sport”, un secuestro que desembocará en comisaría, al intentar asesinarle obligándole a ingerir una botella de licor y subiéndole a un deportivo a toda velocidad. No obstante, nadie cree en la inocencia de Roger, ni tan siquiera su propia madre. Beodo, satírico y acostumbrado a situaciones incómodas, la policía le considerará responsable de conducción temeraria y otras faltas civiles a las que más tarde se añadirán el allanamiento de morada, el asesinato de un miembro de las Naciones Unidas y la huida de la justicia.

Departamento de dos camas en el siglo XX
Pero Thornhill quiere encontrar a Kaplan. Pensándolo real, pretende dar con él para que despeje el problema de su doble identidad. Así se embarca en el expreso que le llevará a Chicago, el tren “Siglo XX” donde beberá cócteles Gibson y encontrará a Eve Kendall (Eva Marie Saint), diseñadora industrial y sobria rubia hitchcockniana que le llevará a la perdición en el compartimento E del coche 3901. Con diálogos que hoy en día llaman la atención por su tono directo y su virtuosismo anticensura, con Eve descubrirá qué hace una chica como ella para ser una chica como ella o por qué comiendo con la diseñadora es mejor no pedir postre. También en sus picantes conversaciones el espectador comprenderá que lo que verdaderamente pronuncian los labios de Saint no es “nunca hablo de amor antes de comer”, a no ser que se entienda hablar como hacer, una expresión, por cierto, que encuentra su respuesta en Grant: “usted ya ha comido”, y la contrarréplica de la joven: “pero usted no”. Eve confía en Thornhill, le cree perseguido por la justicia y decide ayudarle en su intento de encontrar a Kaplan. A su llegada a Chicago le ofrece una dirección, se ha puesto en contacto con el agente y éste ha concertado una cita con Roger en Indianápolis, cita para la que debe coger un autobús que le deje en la parada Prairie, en una americanísima Route 41, la carretera que sin la intención de Hitchcock, forma parte ya de la historia del cine.

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Fotograma de Con la muerte en los talones. Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Derechos reservados a Turner Entertainment.

Cruce de caminos desierto, 14:00 de la tarde. El calor es abrasador aunque la ilimitada  elegancia de Cary Grant le hace aparecer pulcro, limpio a pesar de que desde el comienzo de la película no se ha cambiado de traje. Nada parece presagiar que una avioneta de fumigación que recorre el horizonte va a comenzar a perseguirle y hasta dispararle. Thornhill se da cuenta entonces de que es una trampa urdida por Eve. De nuevo de viaje, huirá hasta Dakota del Sur para dar con ella. Pero allí no sólo encuentra a la diseñadora sino una lucha a muerte contra los elementos en el más emblemático monte de Estados Unidos, el Rushmore, bajo la atenta mirada de sus cuatro presidentes. Con una escenografía que sobrecoge al más experimentado, North by Northwest es una de las películas más artísticas de Alfred Hitchcock. Su cuidada puesta en escena, los planos estilizados, pensados y planificados que recorren Estados Unidos de Nueva York a Dakota del Sur, resultan asombrosos para la década de los años 50. El carísimo vestuario de Eva Marie Saint, elegido pieza a pieza por la actriz y el director, las réplicas de los interiores de la Sede de las Naciones Unidas y del edificio de Frank Lloyd Wright y su arquitectura, causan escalofríos a quienes estiman el arte.

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Fotograma de Con la muerte en los talones. Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Derechos reservados a Turner Entertainment.

Pero muchos otros elementos destacan en la película sin que apenas hayan sido percibidos  por la crítica, como sus planos pictóricos precursores del minimalismo y el formalismo de los años sesenta, su abstracción geométrica más de Mondrian que de Kandinsky, sus volúmenes, sus angulaciones imposibles, la distribución de sus encuadres y sus espacios tan de Hopper. Si a ello añadimos el picante y lúcido guión, que incluye promiscuidad femenina y masculina, y hasta homosexualidad implícita, y sobre todo la deslumbrante actuación de Cary Grant, sólo resta rendirnos ante la evidencia de que arte como el de Hitchcock, no se ha vuelto a repetir ni se repetirá por mucho tiempo. Un cine precursor, sobrio y sublime, que  ahora homenajeamos y que defenderíamos a destajo y  sin cuartel aun si tuviéramos el peligro siguiéndonos los talones.

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