Dónde finaliza el personaje y comienza el mito, es algo que solo la historia dictamina. Una reducida minoría de artistas consigue a lo largo de los años encumbrarse en leyenda, en irrealidad, en sueño compartido por todos y cada uno, tan solo unos pocos elegidos, no necesariamente los más felices. Los creadores codician su soporte, los políticos ambicionan su compañía, el público desea su presencia. Incluso los más mediocres coetáneos se suben al tren de su fama para instalarse en su oportuno patrocinio, directos a la meca del estrellato. De todos estos mitos, Marilyn Monroe es el más fulgurante y alegórico, y también el más representado. Marilyn no es solo un icono de tantos, es el más prominente.

De Norma Jean a Marilyn Monroe

En 1962, poco después de la muerte de la Monroe (el artículo al frente del apellido es una distinción para muy pocas), Andy Warhol hizo pública Iconos, una serie de serigrafías con el rostro de Norma Jean Baker, la intérprete que con su candidez platina, su sensualidad y su marketing, se convertiría en buque insignia del cinema y aun de la iconografía el siglo XX. Su símbolo se fraguaría a base de tesón y de imagen, una imagen que fue cambiando a lo largo de los años y que, pese a ello, mantenía en esencia los rasgos distintivos que captó de la rubia Tom Kelley en 1949, cuando su escorzado cuerpo sobre fondo rojo protagonizó el primer centerfold desplegable de la revista Playboy, en 1953. Con él Marilyn no solo se convirtió en la primera playmate de la revista de Hugh Hefner, sino en sueño confesable de todo varón con discernimiento, mayor o menor de edad, de aquella o de cualquier orilla del mundo.

Imagen de ‘Cómo casarse con un millonario’ Twentieth Century Fox. Todos los derechos reservados

Su vida fue breve, como lo es la de cualquier leyenda, muy pocos soportan el peso de la fama y el envite del tiempo. Paradójicamente, como todo el que muere pronto, también a ella le toco vivir intensamente, como apurando una vida que de antemano se sabe corta. Poco fue respetada como intérprete, aunque hiciera papeles emblemáticos que marcaron una etapa de Hollywood del todo perdida; tampoco lo fue como profesional, si bien es cierto que sus adicciones, sus inseguridades y su particular Fräulein  Rottenmeier, Paula Strasberg, hicieron de ella un ser tornadizo y caprichoso, mobile qual piuma al vento, para impotencia de quienes rodaron con ella y también con ella se exasperaron. Altísimas dosis de hipocresía, y no de barbitúricos, acabaron con la carrera de Marilyn; sus directores le fallaban, sus compañeros despreciaban su trabajo y sus parejas desfilaban una tras una, en pos de la novedad. James Dougherty, Joe DiMaggio, y Arthur Miller pasaron por su vida esperando ser únicos, por encima de su fama, incluso por encima de su propio temperamento.

Nadie se ha atrevido a dudar de su irresolución y escandalosos hábitos, ratificados escalonadamente por directores, dramaturgos e intérpretes como Laurence Olivier, Terence Rattigan, Yves Montand o Billy Wilder, pese a lo cual, es de recibo añadir que ninguno prescindió de ella; como el realizador austriaco apuntaría más tarde: “cuando aparecía, era fantástica y, si hacían falta ochenta tomas, se las daba, porque la número ochenta y uno era muy buena”. Demasiadas quejas provenientes de quienes bien holgadamente se lucraron con su trabajo.

De Marilyn a Zelda Zonk

Decepcionada por la imagen que proyectaba, a mediados de la década de los cincuenta Marilyn decidió dar por zanjada la etapa de joven fácil, sensual y bobalicona, que tan rentable había resultado para los grandes estudios, y que tanto había calado en su percepción pública. Se trasladó a Nueva York y allí acudió al Actors Studio, donde Lee Strasberg se convirtió en su mentor y guía, el único hombre que logró que fuera puntual. Íntima amiga de Truman Capote e incansable lectora, su matrimonio con Arthur Miller no fue una mera pose de erudición. Aunque poseía un eminente coeficiente intelectual, éste quedaba deslucido por sus despropósitos impulsivos y por el peso de su propio icono: el escote siempre ha ido en contra de la materia gris para los magnates de Hollywood, y más si al cerebro lo rodea una cabellera rubia. Atrás dejó papeles como los de La jungla de asfalto, Eva al desnudo, Niágara o La tentación vive arriba, y con ellos realidades como las retratadas en Los caballeros las prefieren rubias: “la vida a veces es muy dura para una muchacha como yo, especialmente cuando es algo bonita y tiene el cabello rubio”. Marilyn pasó a ser Zelda Zonk y la intelectualidad neoyorkina comenzó a formar parte de su cotidianeidad. Como años más tarde declaró Anne Strasberg, tercera esposa del director del Actor’s Studio: “ella no quería parecer intelectual, porque lo era. Espero que la gente escuche al fin su verdadera voz”. Tarea difícil, empero, para quien ha sido conocida única y exclusivamente por su vanguardia y su retaguardia.

Imagen de ‘Con faldas y a lo loco’ 1959 Ashton Productions, Mirisch Corporation. Todos los derechos reservados

Tampoco la Monroe se prodigó mucho en su tarea de contraataque, pocas nociones de propaganda tenía pese a todo. Aunque era temerosa con las cámaras, del mismo modo sabía cómo se trabaja en el cine, y aquello por lo que los espectadores pagan una entrada. Con Vidas rebeldes (1960), escrita por su ex marido Miller, Marilyn consiguió su mejor actuación, si bien en ella se pertrechó de nuevo en su sensualidad exuberante, la de una divorciada cuyo juego de caderas encandila a una barahúnda masculina. A pesar de sus buenas críticas, la mujer de Clark Gable llegó a acusar a Marilyn de contribuir a la muerte de su añoso marido tras finalizar el rodaje. Duro golpe  para la autoestima de Norma Jean.

Sin ser el dechado de rectitud que hubiesen esperado sus sucesivas parejas, de nuevo Marilyn pudo conseguir una plusmarca carnal al ponerse bajo las órdenes de George Cukor en su Something’s Got To Give (1962) -remake de My favourite Wife (1940)-, cuyo rodaje nunca llegó a concluir, y que hubiera supuesto el primer desnudo de la era del sonoro en los Estados Unidos, finalmente alcanzado por Jayne Mansfield en la película Promises! Promises! en 1963. Tampoco hubiera resultado novedad alguna, a decir verdad, para quien había mostrado su cuerpo en profusas ocasiones.

Something’s Got to Give (1962, George Cukor) para Twentieth Century-Fox Todos los derechos reservados.

El 5 de agosto de 1962 Norma Jean Baker, Marilyn o Zelda, fue hallada muerta en su domicilio californiano a causa de una sobredosis de Nembutal, con tan solo 36 años de edad. A pesar de la distancia en el tiempo, casi medio siglo después de que se quitase la vida, la amante de John F. Kennedy sigue sin obtener la ansiada tranquilidad de espíritu que le robaron desde la infancia. Elevada a la categoría de deidad por incontables generaciones, incluso Hugh Hefner, creador de Playboy, confesó haber comprado el terreno colindante a la última morada de su mito erótico para “pasar la eternidad al lado de Marilyn”.

“Puedo ser inteligente cuando conviene, pero eso no gusta a los hombres”, sostenía su emblemático personaje Lorelei Lee en Los caballeros las prefieren rubias, aunque fue todo un desperdicio que no pusiera en práctica sus propios predicamentos. Descomunal buen juego le fue a tocar a quien, desgraciadamente, nunca supo jugar bien sus cartas.

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