Cómo es la vida, siempre dando vueltas. Por avatares del destino, asiste uno a las más inhóspitas situaciones jamás pensadas, esas que de ser vistas en el cine, resultarían histriónicas de tan inverosímiles. Y es en este contexto, que me encuentro recavando documentación en la histórica ciudad Universitaria madrileña, en plena celebración del aniversario de la II República, hace exactamente un mes. Por obra anónima, a cada paso que doy por una escalinata, encuentro símbolos que rememoran los colores de su bandera: “rojo, amarillo, morado”; “rojo, amarillo, morado”; “rojo, amarillo, morado”, o tal vez al revés la hilera cromática, el sentido de mis pasos era ascendente. Y heme aquí, cuando ante mis ojos sólo existe una vista frontal de la muy castigada facultad de Filosofía durante nuestra Guerra Civil, que comienzo a escuchar proveniente de un exquisito coche, un curioso allegro que enseguida me retrotrae a tiempos pretéritos: la “Pequeña serenata nocturna” de Wolfgang Amadeus Mozart; y digo pretéritos porque, si algo activa en mi mente esa sintonía, es a una pelirrojísima y desatada Susan Sarandon en la genial Las brujas de Eastwick, un filme de obligada visión que fue el recreo incesante de mis tiempos de infante.

no hunger

Póster de No Hunger. Derechos reservados a Acción contra el hambre, promotora del proyecto

Y es que los niños y niñas de antes –no hace mucho-, no crecimos con High School Musical ni con Hannah Montana –cuya protagonista, Miley Cyrus visitó Madrid el mes pasado-, sino con películas pensadas, películas que no tenían que ser necesariamente infantiles y que, como bien apuntaba Julián Marías, trataba a los niños como futuros adultos, y no como simples ineptos –aunque no me considere, ni más faltaba, detractora de ninguna de las sagas anteriormente citadas-.

Sin embargo, en ese mundo creado en el ya póstumo siglo XX, no se puede decir que se haya acertado en las medidas y actitudes tomadas, ni que esos antiguos niños, criados como futuros adultos al amparo de aquella sociedad, hayan hecho gala alguna de madura sensatez. Hace unos días se han hecho públicas cuáles son las tres mejores iniciativas de los últimos diez años para los intrépidos internautas, increíble su disparidad: la primera, la abolición del servicio militar obligatorio (sin duda el Soldadito español de Antonio Jiménez Rico lo habría preferido así); la segunda, la investigación con células madre, y la tercera –atención-, la ausencia de Raúl en Selección española que ganó en la Eurocopa. Sin palabras. No sé qué con qué cine se habrán criado los votantes de esta encuesta, seguramente en su mayoría niños que crecieron albergados en series como Campeones u Oliver y Benji, aunque como digo, es sólo una suposición, comprenderán ustedes que no me lo plantee con ningún afán diseccionador, mera curiosidad acaso. No obstante, y dentro del consuelo que me aporta el pensar en el futuro -limitado, no se vayan a creer-, observo con emoción que alguien, al menos alguien, piensa en las consecuencias que ha traído al mundo nuestro intento por ser mayores: No hunger, el proyecto de Acción contra el hambre que pretende ser el nuevo documental de Al Gore, una idea que demuestra que todavía hay luz al final del túnel, aunque el camino se esté haciendo en exceso angosto y largo. Después de la aclamada Una verdad incómoda, Gore volvería a poner el acento sobre una realidad aún más inaceptable: la del hambre, la más injusta de las aberraciones humanas.

Pero ya se sabe, los cabeza de lanza de esa generación adulta y bienintencionada, sigue pensando en la crisis desde sus propias arcas, como un avaro nada teatral que haría perecer de infamia al de Molière. Campando a sus anchas nuestro sistema internacional, e hincando bien el codo sobre las gargantas de quienes no tienen voz y en los estómagos de quienes tienen hambre, la crisis parece haber permitido que la moralidad y la razón se diluyan sin indulgencia. Algo habrá que hacer. Algo habrá que planear. Lo que es evidente, lo que es incuestionable, es que mientras sigamos concentrados en nuestro histórico y cómodo “pan y toros”, seguiremos asistiendo inmóviles a la destrucción de millones de vidas con nuestras despensas llenas y la cabeza bien alta.

Imagen de Hannah Montana. Una producción de It’s a Laugh Productions, Michael Poryes Productions, Disney Channel. Distribuida por Disney Channel. Todos los derechos reservados.

Quizá por eso sorprendan películas como las de Al Gore; quizá por eso llame la atención que aún exista gente con la sensibilidad suficiente como para oír deleitada a Mozart en la soledad de un coche. Y quizá por eso podamos recordar nuestra infancia y nuestro cine como un tiempo pasado pero irremediablemente mejor. No sé cómo será el mundo criado con High School Musical y Hannah Montana, pero sé cómo es el que se cebó de unas películas con vocación infinita. Quizá nuestras generaciones no estaban a la altura de su cine. Dejemos que alguien, quien sea, cambie el mundo, y así podamos decir, como José Sacristán en la genial y única Solos en la madrugada, vayamos adelante y hagamos algo por nosotros, por todos, “como si fuéramos mayores”.

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