Hay que conocer mundo. Las ventajas de abrir la mente y rellenar el pasaporte son incalculables, máxime al darse cuenta de que el universo no se reduce a nuestra calle, a nuestro portal, a nuestro rellano y a nuestra casa. Sólo conociendo el norte y el sur; el este y el oeste, se aprende a vivir y convivir con todo tipo de gente, con toda clase de personas. Indudablemente son esas lecciones las que acompañan a lo largo de toda la existencia, son pasos que hay que dar contra la intolerancia y la cerrazón. Pensar que nuestra vida es lo único a lo que podemos aspirar quizá viene determinado por desconocer otros horizontes, por no haber visitado aún nuestro Brigadoon.
Fotograma de Brigadoon, Metro-Goldwyn-Mayer. Todos los derechos reservados
En 1948, en el legendario teatro Ziegfeld, Bobby Lewis presentó el musical Brigadoon, escrito por Alan Jay Lerner y compuesto por Frederick Loewe. Su argumento narraba la historia de una pequeña villa escocesa, Brigadoon, cuya población se hallaba comprometida por un centenario hechizo, el cual había protegido al pueblo de las energías oscuras de los brujos, impidiendo que la villa fuera perceptible para ningún viajero, salvo un día cada cien años, cuando el pueblo recuperaba su corporeidad y se hacía visible para todo aquel que se acercara a sus terrenos. Aunque la historia inicial fue adaptada de una leyenda alemana, la cual colocaba en Germelshausen el epicentro de su acción, Lerner ideó su particular villa en Escocia readaptando una curiosa palabra, Brig o’ Doon (acotación de los términos ingleses Bridge of Doon), un puente que por cierto ya había hecho famoso el poeta Robert Burns en sus versos “Tam O´Shanter” y que cruza, precisamente, el río Doon.
Si todo este background sirve a nuestro propósito es porque el cine, ventana a un mundo a donde no nos es posible viajar, nos presentó su personal y muy mitificado Brigadoon en 1954, cuando Vincente Minnelli aceptó adaptar el prestigioso musical y llevarlo a la gran pantalla con la venía de la MGM. La historia está protagonizada por Tommy (Gene Kelly), un neoyorkino hastiado de la vida urbanita quien decide hacer un viaje a los campos de Escocia con su amigo Jeff (Van Johnson), un audaz compañero, aunque tan beodo como descreído. En su primera incursión por tierras escocesas, tanto Tommy como Jeff llegan al convencimiento de haberse perdido, sin que mapa o intuición les guíen hacia una localidad en la que encuentren muestra de vida humana alguna. Cuando las flaquezas y el hambre comiencen a mermar a los ya de por sí desanimados visitantes, un pueblecito emergido entre los brezos les da la oportunidad de recobrar fuerzas. Aunque no figura en la cartografía de la que disponen y sus ciudadanos parecen provenir de otra época, nada extraña a la pareja salvo un hecho, la belleza inusitada de la campesina Fiona (Cyd Charisse), cuya hermana contrae matrimonio ese día justamente. Invitados al enlace, los conflictos comenzarán cuando Tommy vea en el libro de familia de la joven la fecha en la que Fiona nació, allá por 1720, motivo por el cual la campesina le revelará su terrible secreto: la vida en Brigadoon se ha paralizado dos siglos atrás; por ello, si Tommy quiere estar con ella tendrá que abandonar todo cuanto conoce y trasladarse a Brigadoon, donde cada día el sol se pone para celebrar un nuevo siglo, y de donde nadie puede salir jamás. Descartada la idea de que Fiona se vaya con él a Nueva York, y escéptico de poder romper con su rutina, Tommy regresa a la gran manzana con su amigo Jeff pero sin la pasión auténtica que halló en Brigadoon. Una vez en la ciudad, comprenderá que nada salvo Fiona puede contentarle, decidiendo finalmente regresar a Escocia y esperar a que se obre el milagro: que su voluntad traspase la potencia del hechizo y Brigadoon vuelva a hacerse visible para él. Acompañado por Jeff, más adicto al alcohol que nunca, su estancia en los páramos escoceses será infructuosa por un tiempo, hasta que su arresto triunfe sobre todo encantamiento. Y es que como bien señala el filme: “cuando el amor es firme y verdadero, nada le es imposible”.
Esta historia transfronteriza, internacional y fundamentalmente lúdica, no está exenta, empero, de excesiva fantasía y tendencia a incidir en lo manido, en los estereotipos propios del imaginario que alrededor de Escocia se han ido forjando. A pesar de que ciertos comentarios en la era de la Caza de Brujas pueden herir susceptibilidades, sin duda lo que más llama la atención es su atemporalidad, capaz de infundir el espíritu céltico a cinematografías como la hindú, y que ha dado lugar a filmes como Pyaar Ishq aur Mohabbat (2000, Rajiv Rai).
Una película que demuestra que es “mejor esperar toda una vida al amor, que darle el corazón al primero que pase”, y que ha sido capaz de infundir a cuantos quieren cambiar de rumbo, la confianza de una existencia mejor, aunque sólo aparezca una vez cada centuria.
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