Una epidemia con tintes bíblicos se cierne sobre la humanidad. Sin previo aviso, todos los habitantes del planeta sienten la necesidad de llorar de manera incontrolada e inmediatamente pierden de manera completa el sentido del olfato. Michael (Ewan McGregor) y Susan (Eva Green), quienes habían intentando comenzar una relación poco antes de tan apocalíptica penitencia, intentarán, cada uno desde su campo profesional, buscarle una solución a semejante epidemia.

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Imagen de Perfect Sense © 2011 BBC Films, Zentropa Entertainments, Scottish Screen. Distribuida en España por Versus Entertainment.  Todos los derechos reservados.

Michael, chef de un famoso restaurante, consigue encontrar una manera original de esquivar las consecuencias que la pérdida de olfato podría tener en su negocio, y de manera muy inteligente, se propone crear nuevos platos que se adapten a las nuevas capacidades sensoriales de sus clientes. Por su parte, Susan, epidemióloga, se centra en encontrar una causa al contagio global y de paso subsanarlo, intentando coordinar los estudios llevados a cabo por científicos en varios puntos del mundo. Pese a sus esfuerzos por luchar y adaptarse a su nueva situación, la epidemia avanza de manera irremediable y poco a poco va arrebatando cada uno de los sentidos a la humanidad. ¿Cómo se podrá animar a la gente a salir a cenar si nadie puede distinguir los sabores? ¿Cómo poder establecer un estudio coordinado para combatir esta peste sensorial si no es posible comunicarse?

Siguiendo la trama que expone el narrador en off, es imposible no sentirse enganchado por la historia que nos trae a las pantallas Mackenzie (Young Adam (2003), Spread (2009)). Algunos tachan el guión, a cargo de Aakenson, de ser demasiado sensiblero y perder empuje en detalles nimios. Pero la verdad, es que nada puede evitar esa sensación de angustia que impregna la cinta.

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Imagen de Perfect Sense © 2011 BBC Films, Zentropa Entertainments, Scottish Screen. Distribuida en España por Versus Entertainment.  Todos los derechos reservados.

Ahora más que nunca, con la Navidad en ciernes cual plaga estacional, parece que hemos perdido esa capacidad de valorar nuestras vivencias y relativizar. La empatía que nos despierta la historia sólo consigue ser superada por un destino cruel que parece ser redimido por el amor. Y es que Michael y Susan, aunque al principio ni si quiera pensarán en tener una relación más allá de lo casual, van descubriendo que se necesitan de una manera fundamental si no quieren caer en el abismo de la asensorialidad. De acuerdo, quizás peque un poco de ser extremadamente romántica en ese planteamiento -sorpresa, ¿qué esperabais de una película protagonizada por Mr. McGregor?- pero es simplemente genial la premisa que plantea: ¿qué pasa cuando no puedes sentir nada de lo que te rodea?

Alejémonos de tanta Navidad comercial, y hagamos por quedarnos al menos durante unos minutos con esa sensación de que lo importante que tenemos en la vida, son los pequeños momentos que disfrutamos con la gente que de verdad queremos: un susurro, un roce, un aroma familiar, un sabroso paladeo y una imagen para recordar. Y ya pueden venir mil epidemias por delante, que eso siempre será nuestro.

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