mamma miaDecía el singular Lord Byron que “la verdad siempre es más extravagante que la ficción”. Sin duda, nunca el autor londinense pudo dar un golpe más certero en el corazón de la condición humana, y aun en la universal, que cuando afirmó que, en ocasiones, la realidad supera con creces la invención. Y es así que recibo con asombro, dos noticias increíbles provenientes de la realidad tangible y evidente, que me permiten replantearme todos los cimientos científico-morales de esta sociedad. La primera, un varapalo al buen gusto y al sentido común, un disparo a sangre fría contra la mitad de mundo con alevosa iniquidad;  la  segunda, un canto –en sentido estricto- a la esperanza y a la vida, un  tremebundo milagro sonoro con resonancias cinematográficas que nos ha conmovido ciertamente.

Leemos con estupor que bajo el título de  “La violación, ¿fuera del Código Penal?”, en la revista Alfa y Omega se ha publicado un texto en el que se llega a poner en duda si la violación debiera ser tenida como delito, dada la degradación moral de la sociedad en el ámbito de los apetitos carnales. Sin poner en duda la intención del autor, y apelando a un raciocinio que el propio Ricardo Benjumea parece haber olvidado en el tintero, nos escandalizamos al leer frases en que equiparan la violación a obligar “a alguien a divertirse durante algunos minutos». Parece que su autor, lejos de conocer y entender no ya la condición de la mujer, sino la del ser humano –dejémonos de emplear a la mitad de la sociedad como moneda de cambio e instrumento-, ha confundido términos y ha equiparado la violación con una diversión. Es probable que el creador de tamaña falacia, no haya leído informes de Médicos sin fronteras, de Amnistía internacional, o ni siquiera lea la prensa. Quizá sea que dicho autor, tampoco sea muy cinéfilo, quién sabe. Y, ya que no es conmovido por la realidad terrible a la que están sujetas féminas por parte de tirios y troyanos –en guerras, en paz, en dictaduras, en democracias-,  quizá convendría recordarle pasajes cinematográficos que le recuerden lo tremendo de sus palabras, y el malestar creciente que su medieval ejemplificación –insistimos en su presunción de inocencia, ningún ser humano puede decir algo semejante sin vacilar éticamente-, ha provocado en las conciencias de la gente de bien. Tal vez el señor Benjumea debiera acercarse a Acusados, a El silencio de los corderos, a La letra escarlata, La vida secreta de las palabras o tal vez al crudo cuento Spara che ti passa de Giorgio Scerbanenco, presente en su libro Milano calibro 9, y que tan bien adaptó al cine nuestro genial Carlos Saura bajo el título ¡Dispara! Aunque me temo que será quizá American History X, una brutal y terrible violación masculina, la que más perturbe al autor. El propio Edward Norton aseguró haberse conmovido teniendo que rodarla a pesar de que, al contrario que en la generalidad de los casos femeninos, hablamos de ficción. Espero que en años venideros, las generaciones futuras no vuelvan a tener que encontrarse en un medio de comunicación, frases como «cuando se banaliza el sexo […] deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal», porque quizá eso signifique entonces que también se vaya a permitir la violencia de género y alabar la discriminación sexual o la disparidad de sueldos. Desde esta publicación hagamos un llamamiento al sentido común: basta ya.

Y fuera del sentido común precisamente, e intentando reponernos tras la desafortunada becerrada, nos enteramos de que Layla Towsey, una niña británica de tres años de edad, despertó del coma profundo en que un ataque cardíaco le había sumido, cantando Mamma mia, la mítica melodía que popularizara Abba hace más de tres décadas, y que Layla había descubierto tras visionar la cinta protagonizada por Meryl Streep, una de sus películas favoritas según confirmaron sus padres. La niña, que había estado coreando para sus adentros la legendaria canción durante todo el tiempo en que duró su letargo, emocionó a todo el servicio sanitario del hospital St Mary’s, de Paddington (Londres), quienes no pensaban que la pequeña pudiera recuperarse tras la septicemia que en que desembocó la meningitis B que provocó su fiebre y su posterior infarto. Quizá nadie se haya percatado no ya de lo milagroso de su recuperación, sino del magnífico apoyo a las tesis de cuantos somos cinéfilos, ésta es: que el cine salva vidas. Decía José Luís Garci que, en ocasiones, ver una película determinada puede sacarnos de nuestro ostracismo y ver el mundo con otros ojos. No importa la película que sea, qué tipo de producciones nos gusten y cuánto nos desprecien por ello. Habrá quien venere la el cine clásico, la serie B, o incluso la serie Z, no importa: el cine es cine, y éste se ha inventado para hacernos la vida más fácil, para hacerla vivible y hasta inmortal.

Sea lo que sea lo que salve vidas, como a Layla Towsey Mamma mia, permitamos que el cine vuelva a devolvernos esa parte humana que todos parecemos perder con el inexorable paso del tiempo. Si como decíamos al inicio, “la verdad siempre es más extravagante que la ficción”, al menos dejemos que sea ésta, la que nos saque de los baches en que nos mete la vida. Qué menos se le puede pedir a la fábrica de sueños.

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