En el año 1955, el gran realizador King Vidor construye un western psicológico, atento a su título original: Man without a Star; el retrato de la soledad de la integridad, interpretada magistralmente por ese pseudo actor del método que fue Kirk Douglas, y que será recurrente a lo largo de su carrera; recordemos El Trompetista de Michael Curtiz (1950) o el mismo O.K. Corral. La Universal produce un gran espectáculo en Technicolor, con el arranque de la canción en la voz de Frankie Laine que nos cuestiona desde la butaca preguntándonos Who Knows. Muy parecido a aquel Tren de las 3.10 a Yuma.
Basada en la novela de Dee Linford, Borden Chase (creador de mujeres fuertes en sus escritos, pensemos en Río Rojo de Hawks o Vera Cruz de Aldrich) desarrolla un guion plagado de filosofía existencialista, con la poderosa integración de la naturaleza, abierta en esas extensas praderas con la fotografía de Russell Metty (Óscar por Espartaco en 1961). Y es que, poderosa se nos muestra Jeanne Crain (Que el cielo la juzgue, 1945 y candidata al Óscar en Pinky, 1949.) Mujer de brazo firme en un universo masculino en la línea del Johnny Guitar de Nicholas Ray.
El arranque, un hombre errante sin camino porque el mundo es un desierto. Personajes que muestran un sentido de la amistad por causa de la adversidad que les une, a la manera de Hawks en Río Bravo. El mundo está cambiando, el ferrocarril, las pequeñas ciudades, la cultura del bienestar, todo ello enfrentado al hombre rudo y desconfiado, hombres de rancho, lazo, revolver y reses.
Un Douglas encarnando el constante desafío, siempre poniéndose a prueba y buscando trabajo en El Triángulo, el dominio de Jeanne Crain, donde para poder tratar con ella hay que andar por un sendero de papeles de periódico para no manchar la alfombra. Una puesta en escena que define con creces el cambio de paradigma de una sociedad cambiante. Brillante King Vidor, porque si en Duelo al Sol imagina el western, en La Pradera sin Ley Vidor «es el western».
Un símbolo, el alambre de espinos, la injusticia, la violencia y el dolor del hombre, causas de una paranoia en la búsqueda de esa buena estrella. «Todos tenemos una estrella que seguir, aunque yo nunca la he buscado».
Craine y Douglas se encuentran en ese conflicto dialéctico donde todo es posible porque «puedo permitirme perder diez dólares». Una mujer exigente que contempla la violencia masculina con interesado placer. Guionista y director se encontraron en «estado de gracia» con esta soberbia película sobre lo que el hombre quiere y no consigue alcanzar, una cinta que escribe esa gran metáfora del «terreno libre», solo para seres humanos que se atreven a tomarlo y dejarse de malabarismos.
Por supuesto siempre está presente la sombra del pasado, como si de una cinta de cine negro se tratara; Richard Boone es ese recuerdo ingrato de los rincones ocultos, quien redibuja la tragedia en ese mismo muchacho rebelde e impetuoso que siempre termina muerto en la arena de la pradera. Una vez más, el valor y la amistad redime a los personajes.
Solo me asalta una pregunta: ¿Quién fue antes Vidor o Hawks?
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