Decía Godard que “las películas son un mundo de fragmentos”. Es así. En la filmografía de los maestros y “menos grandes” directores de cine, la vida se resume en el estrecho traje de sus propias vivencias. Las motivaciones fílmicas son expresión de un continuo renacer del hombre a través de la luz, el encuadre, el arte, la paranoia psicológica de los actores, los argumentos descriptivos y las historias universales que siempre acompañan al ser humano. Por ello, el celuloide es un alma universal en blanco y negro; el cine clásico.

Siempre me he preguntado porque razón algunos directores elegían el blanco y negro cuando podían producir en el espectáculo del color (recordemos Lo que el viento se llevóDuelo al SolAl este del EdenBen-Hur, el Cinemascope de The Robe en 1953…). Autores como Capra, Wyler, Wilder, Lubistch, Lang, Kazan, Houston,Vidor, Ford y tantos otros, quizás entendieron el concepto cinematográfico desde esa fragmentación intimista que les proveía el blanco y negro y que el color transformaba en puro espectáculo visual. Es como si estos cineastas asimilaran el proceso fílmico como una meditación interior entregada al espectador, algo que el efecto del color invierte porque de alguna forma se deslumbra ante la imagen externa y no se detiene en la introspección subjetiva, que a mi modo de ver, posee el fotograma en blanco y negro.

Imaginemos Solo ante el peligro de Fred Zinnemann filmado en color; la poesía en la soledad del personaje que contiene Gary Cooper se difuminaría y con ella el sentido de la cinta eliminando de nuestra memoria histórica ese fragmento, un instante; la revelación de la fotografía en blanco y negro: una vivencia interior a través de la luz. Debo decir, que Douglas Sirk fue un autor que supo expresar este carácter íntimo al utilizar la luz como una herramienta de descomposición del  color, en su uso del claro oscuro, como si de un pintor se tratara. Para él la luz era el espíritu de la película, recordemos Tiempo de amar, Tiempo de morir o Escrito sobre el viento, aunque donde adquiere su mayor esplendor de intimidad fragmentada es en Ángeles sin brillo (1957) sobre un texto Faulkner y filmada en blanco y negro.  

Y es que la fragmentación de la realidad alcanza una cuota superior con la fotografía en “Blanco y Negro”. Creo que esto lo entendió perfectamente Orson Welles cuando filmó su Ciudadano Kane en 1940, o George Stevens con un lugar en el Sol en 1951 y Ford en su Hombre que mató a Liberty Valance en 1962, incluyendo al mismo Hitch del inicio de los cuarenta.

Esa fragmentación de la realidad permite el renacimiento del argumento en cada película, se hace vivo, presente aunque hayan transcurrido muchos años.

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