Por Chumilla-Carbajosa
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En 1963 Federico Fellini dirigió la película 8 y 1/2, considerada como una de las grandes obras maestras de la historia del cine. Entre sus momentos más recordados se encuentra la escena de la Saraghina, donde un grupo de colegiales asisten fascinados al sensual baile de una mujer harapienta y exuberante que vive junto al mar. En 2013, coincidiendo con el 50 Aniversario de la película, además de los 20 años desde la desaparición del director, me planteé la posibilidad de rendir homenaje a este icono del cine italiano con la realización de un cortometraje recuperando algunos aspectos del guión original que no aparecen en la película y que considero de especial interés cinematográfico.

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Rodaje de ¡La Rumba!, de Juan Manuel Chumilla

Me resultó fascinante descubrir que en el guión original de 8 y 1/2 escrito por Tullio Pinelli, Federico Fellini, Ennio Flaiano y Brunello Rondi, la Saraghina no baila. En el texto, la escena está narrada desde la perspectiva de Guido niño y sus amigos, con diálogos y acciones dramáticas que por algún motivo que desconocemos no llegaron a rodarse o fueron descartadas en el montaje final. Analizando la escena de la película, a pesar del gran hallazgo del personaje, la magnífica actuación de la actriz Edra Gale y el pegadizo tema musical titulado Fiesta Bianca (Rumba-Foxtrot) (un tema de los años treinta compuesto por Walter Samuels y Leonard Whitcup), la secuencia está rodada con una planificación algo caótica resuelta en fase de montaje. Su factura dista mucho de la maestría visual con la que Fellini dirigió otros momentos de la película como la escena del harem o la rueda de prensa del final. Parece como si el director aquel día hubiera decidido olvidarse del guión para despachar el rodaje de un modo muy directo, como queriendo ir al grano con un: “A ballare!” que sugiere una gran dosis de improvisación. Sea como fuere, la combinación del baile de aquella mujer felliniana al son de una melodía que curiosamente no fue compuesta por Nino Rota, se ha convertido con el tiempo como una de las más famosos momentos de la filmografía de su autor.

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Recreación de la escena de la Saraghina, en el rodaje de ¡La Rumba!, de Juan Manuel Chumilla

Con ¡La Rumba! he querido recrear la escena de la Saraghina de 1963 volviendo a la fuente original del guión, pero también buscando la inspiración en ciertos elementos plásticos presentes en la película, incluido el baile al que no he renunciado. He planteado un puesta en escena atemporal, sustituyendo la estación otoñal de la escena de referencia con un periodo estivo donde el calor, el color y la luz de una playa mediterránea, constituyen el ambiente más propicio para que unos niños descubran el sexo en la figura de un personaje que  ha sido interpretado por la artista murciana Yosem, cuyo parecido con el personaje encarnado en su día por Edra Gale resulta, más que sorprendente, un regalo del destino.

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Recreación de la escena de la Saraghina, en el rodaje de ¡La Rumba!, de Juan Manuel Chumilla

Hace poco descubrí también una versión del viejo tema original de Samuels y Whitcup interpretado por  el conjunto vocal Abel Quartett, con una extraña letra en alemán que habla de una tal “Bianca, señorita de Salamanca”; una canción muy conocida de la época que tal vez marcó la infancia de un jovencísimo Fellini y que años más tarde el director quiso utilizar en su autobiográfica obra maestra, sublimada con la ayuda del talento de Nino Rota. Tras la tentación de utilizar ese tema en mi cortometraje, le propuse a Salvador Martínez que compusiera una música original, buscando una nueva atmósfera para la escena, tal vez menos jocosa que la 8 y 1/2 y algo más nostálgica e inquietante, utilizando el universo musical de Nino Rota como doble fuente de inspiración. El resultado parece que  está gustando pues esta misma semana hemos recibido la gran noticia de que la RAI ha elegido ¡La Rumba! para emitirlo en Italia en próximo 31 de octubre, fecha del XX Aniversario, dentro de una programación especial dedicada a Federico Fellini, junto a otras producciones internacionales relacionadas con el gran cineasta desaparecido. Hace ya 20 años, pocos días después de su fallecimiento, escribí desde Roma el siguiente artículo recordando al gran maestro.

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FELLINI O LA BUFANDA ROJA DE CINECITTÀ
Por Chumilla-Carbajosa

El nombre de CINECITTÀ sugiere la gran urbe del imaginario: edificios y calles de cartón-piedra, perspectivas imposibles, soles artificiales y cielos pintados con nubes eternas… Así al menos la imaginaba yo cuando, por primera vez, en 1982 descendí del metro a la altura del número 1532 de la Via Tuscolana, a las afueras de Roma. Mi decepción fue inmediata. Cinecittà no era más que un conjunto de edificios austeros y funcionales, construidos en la época fascista y separados por pequeñas zonas ajardinadas. Aparentemente, más parecía un campo de concentración o un complejo universitario que una «fabrica de sueños». Pero, a pesar de todo, algunos pequeños detalles me hicieron no perder la esperanza. Conforme me adentraba en aquel desencantado escenario, iba encontrando vestigios aislados de lo que yo había imaginado; el gigantesco pie blanco de una estatua clásica, un pozo medieval con el fondo ciego, una pared alisada, sujetada por andamios, con una puerta entre abierta… De pronto, en una encrucijada, pude leer varios letreros que indicaban la dirección de los edificios que albergaban el laboratorio, las oficinas de administración, las moviolas, algunos estudios de rodaje… Junto al letrero de TEATRO 5 vi un cartel que había sido colocado provisionalmente con cinta adhesiva. Sobre la flecha indicadora estaba escrita una palabra mágica: «FELLINI”. Evoqué entonces las calles de Pompeya, donde la figura de un falo indicaba en las fachadas el camino al lupanar…

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Imagen de La dolce vita, de Federico Fellini. Producida por Riama Film, Gray-Film, Pathé Consortium Cinéma. Todos los derechos reservados.

No tardé en alcanzar el «teatro cinque», el estudio cinematográfico mas grande de Europa, donde en aquellos momentos, Federico Fellini rodaba E LA NAVE VA. El set de Fellini era como una gran fiesta de cumpleaños; una fiesta sorpresa donde cualquier cosa podía pasar. Un sombrero, un megáfono y una bufanda roja. Estos eran los hilos que articulaban las mil y una marionetas de su teatro cinematográfico. Fellini era el gran chamán, el demiurgo de un universo íntimo que, extrañamente, transciende y se hace colectivo. Pocos cineastas han sabido proyectar sus vivencias y recuerdos personales hacia una dimensión tan propicia a una catarsis común. Curiosamente, mi pasión por Fellini fue tardía. Debo mi vocación cinematográfica a los westerns de John Ford, a las epopeyas de Raoul Walsh y Cecil B. de Mille. Sin embargo, el cine de Fellini me demostró que la capacidad de soñar y hacer realidad los propios sueños no procedía exclusivamente del otro lado del Atlántico. El cine europeo no tenía por qué ser solo sobriedad intelectual o propósito de estilo. Fue en el desaparecido cine Gran Vía de Murcia donde por primera vez encontré a Fellini a través de IL CASANOVA. Yo debía tener aproximadamente diecisiete años y aún recuerdo la fascinación que me produjeron aquellas imágenes.

Fellini nos ha demostrado que puede existir un cine sin concesiones: la profunda y sincera manifestación creativa de un autor cinematográfico. Muy pocos en la historia del cine han alcanzado ese mismo privilegio. Fellini, desde el primer momento, se hizo fuerte en el teatro 5 de Cinecittà y construyó su universo al margen del devenir de la industria cinematográfica. Desde allí soñó y nos hizo soñar todas y cada una de sus obras. Pero el asedio sutil a su bunker de libertad fue creciendo año tras año. Parecía imposible pero a Fellini cada vez le costaba mas trabajo conseguir el dinero para hacer una película. Sus últimos proyectos, casi siempre costosos y complicados, no resultaban ya rentables para los productores cuyo principal objetivo, como todo el mundo sabe, es obtener dividendos. Sólo cuatro películas en los últimos diez años: E LA NAVE VA, GINGER E FRED, L’INTERVISTA y LA VOCE DELLA LUNA. Un periodista, amigo del cineasta, comentó ayer en la  televisión italiana que Fellini había muerto porque temía no poder volver a rodar nunca más. Mientras escribo este pequeño homenaje, a pocas manzanas de donde me encuentro, se están celebrando los funerales por el alma de Fellini, en la iglesia de Santa Maria, degli Angeli. Ayer, miles de personas pudieron rendirle tributo en el famoso teatro 5, donde Giulietta Masina, su inseparable compañera y actriz inspiradora quiso que se instalara la capilla ardiente,. Cuatro guardias del cuerpo «dei carabinieri” velaban el feretro instalado en el centro del inmenso plató. Al fondo, un gran panel pintado con un cielo azulísimo y lleno de nubes blancas era el único detalle escenográfico; el mismo panel que Felllini utilizó en el film L’Intervista, una suerte de diario personal donde el autor reflexiona sobre su universo cinematográfico con nostalgia e ironía… Aunque pude, yo no quise ir ayer a Cinecittà. Prefiero recordar a Fellini tal y como le conocí en vida, esa ese mismo escenario, con su bufanda roja y su megáfono mientras guiaba del brazo al operador de cámara, en medio de un espectacular despliegue de extras que iban y venían al son de la música de Nino Rota, casi como en la memorable secuencia final de 8 1/2: La pasarella del addio. Pues como el propio Fellini nos dijo en cierta ocasión: “Nulla si sa, tutto s’immagina” (”Nada se sabe, todo se imagina»).

Roma, 3 de Noviembre de 1993

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