Ya no es Hollywood, ni tan siquiera Bollywood; el futuro del cine no está en las salas, ni en las grandes producciones. El devenir del cine regresa a sus orígenes, a las personas. Descubro agotada sobre la butaca de una habitación de hotel que zapear (terrible palabra), es uno de los grandes aciertos de la televisión por cable. Entre la oferta nada variada de programación de Semana Santa, en otra ciudad, tras horas de viaje, encuentro por fortuna un documental fascinante en un canal dedicado en exclusiva a recorrer el mundo. En uno de esos trayectos infinitos, el director del reportaje recaló en India, país colosal donde los haya, en el que se encuentra enclavada la industria cinematográfica que mayor volumen de producción registra anualmente. Mayor que la norteamericana, por descontado.
El valiente corazón se llevará a la novia. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores
Por cincuenta rupias (0,80 euros, aproximadamente), los hindúes pueden disfrutar de tres horas y media de entretenimiento y puro espectáculo, con coreografías policromáticas, historias de amor sin beso e intensa efusividad. Acudir al cine en India tiene un absoluto ritual consagrado, casi sacro, que incluye escuchar el himno nacional previo a cada proyección, algo que los hindúes respetan y cumplen a rajatabla en las salas. Esto sucede, claro está, cuando hay salas, porque la generalidad del cine que se consume en India proviene de pequeños barracones, habitaciones atestadas provistas de un televisor con DVD, o pequeños puestos ambulantes, que repiten una y otra vez los éxitos de siempre, y a quienes se debe el que las mujeres accedieran al cine antes de la independencia del país, mácula que aún lastra la población espectadora, mayoritariamente masculina. “Nuestra vida es ésta: proyectar sueños en la calle”, menciona uno de los proyectores hindúes encargado de desplazarse recorriendo la ciudad: “la gente se mueve, baila y hace ruido… Pero así es como hay que vivir el cine”. Con una población hindú-musulmana, los conflictos quedan en parte diluidos por efecto del cinema. Así un distribuidor posee un puesto llamado “Prakāśa”, término aglutinador que significa “luz” tanto en indio como en árabe, como símbolo indiscutible del cine reivindicado por todos y para todos.
Supermen of Malegaon. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores
Sin embargo el cine hindú ha sufrido un duro varapalo en los últimos tiempos. Acuciados por esta crisis impertérrita que padecemos todos, y asediados por el auge de canales televisivos, la industria de Bollywood ha perdido un treinta por ciento de su recaudación anual, lo que ha llevado a plantearse los términos de una cinematografía invicta, con títulos como El valiente corazón se llevará a la novia, proyectado ininterrumpidamente durante más de quince años en toda India. A la sombra de Bollywood, han surgido nuevos cines que reclaman para sí el derecho propio de existencia, como el de Calcuta, cuna del cine independiente indio, o el de Malegaon, la capital del cine sin fronteras ni cotos. A 280 kilómetros de la capital Mumbai, esta ciudad del estado de Maharashtra ha protagonizado una de las historias más insólitas y prometedoras de la manufactura cinematográfica. Y hablamos de manufactura y no de industria porque, en honor a su etimología, todo está hecho a mano. Absolutamente todo.
Supermen of Malegaon. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores
En Malegaon ha surgido una de las figuras más impactantes del espectro cinematográfico hindú, Shaikh Nasir, un joven apasionado, ferviente admirador del cine clásico, que ha hecho de su pequeña población depauperada, un estudio cinematográfico de resonancia global. Su trabajo comenzó con Malegaon ke Sholay, versión libre del éxito indio Sholay (1975), y a partir de entonces se ha encomendado a emular las grandes superproducciones norteamericanas, siempre limitado por los recursos escasos a que le aporta su trabajo en la tintorería local. Malegaon ka Superman es indudablemente su mayor éxito, saga que cuenta ya con su séptimo episodio, y en la que Nasir reinterpreta la tarea del personaje de Krypton adaptándola a las necesidades de su ciudad. En ellas Superman salva a los niños de las crecidas del río, escucha a las mujeres cuando algún desalmado intenta robarles, protege a las vacas de ser arrolladas por alguna locomotora. Todo hecho a mano y con una clara función social.
Armado con una cámara digital, y con sueldos de poco más de un euro, el equipo de Nasir lo conforma toda clase de artesanos, incluida su gran estrella, Sheikh Shafique, un joven bien parecido aunque de hechura endeble, no profesional por supuesto, que trabaja en un telar catorce horas al día por tan sólo veinte euros semanales. Ser actor le compensa, le desinhibe. Atado a una bicicleta recorre Malegaon como Superman surca los cielos de Metrópolis. A Shafique le entusiasma su doble vida, y al resto de la ciudad también. Dicen que Nasir es el James Cameron de la India, y aunque en su primer filme tan sólo invirtió quince mil rupias, su segunda película tuvo un presupuesto de cien mil. Shaikh Nasir se toma su tarea con calma y vocación, y encuentra en sus conciudadanos su mejor apoyo y público. No tiene prisa y además Internet, con sus redes sociales y su frenética difusión, ha contribuido a que vídeos de su trabajo se conozcan y se vean por todo el mundo. Ni siquiera él es consciente de su dimensión.
Y es que a Nasir no le interesa estrenar en Maratha Madir, e incluso ha rechazado suculentas ofertas de Mumbai. El realizador, a cuyo cargo también está la confección del vestuario, el atrezzo, la escritura del guión, el rodaje, la edición y la difusión, ha creado “Mollywood”, un mestizaje entre tradición y modernidad, entre efectos especiales y conciencia popular. Nasir es feliz, está satisfecho con su trabajo: “tengo todo lo que necesito, mis amigos me ayudan”, afirma cuando le preguntan si desea salir de los cauces del cine de Malegaon. Este personaje íntegro y virtuoso, de una moral y creatividad incorruptibles no duda en señalar que hace su “propio cine”, y que jamás lo cambiaría por otra forma de trabajar.
Esperemos que su honradez y su buen hacer sigan imbatibles ante las envestidas económicas, y se haga justicia al pequeño mundo de Mollywood, cuya integridad no es capaz de quebrarse por un puñado de dólares. Ni de rupias.
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