Las primeras palabras de Lauren Bacall en To have and have not no comenzaron con un raso “¿alguien tiene fuego?”, sino con una apuesta, la que surgió una fresca mañana de pesca entre Ernest Hemingway y Howard Hawks: “Yo podría hacer de tu peor relato una película”, indicó Hawks. “¿Y cuál es mi peor relato?”, indagó el escritor de Illinois: “Tener y no tener. Es espantoso”. Así relataba Cahiers du Cinema, en 1956, el modo en que dio comienzo el rodaje que cambiaría la vida a Humphrey Bogart y Lauren Bacall, una pareja explosiva que varió el curso del amor hollywoodiense.
William Faulkner y Jules Furthman tuvieron la culpa de que el “espantoso” relato de Hemingway se convirtiera en un icono de la filmografía noir, y de que sus personajes fuesen tan químicamente reactivos. Sin embargo, de la unión de Bogie y Bacall solo hubo un responsable o tal vez dos, Howard Hawks y su esposa Nancy, quienes quedaron impactados por la beldad de una joven modelo de Nueva York que lucía asombrosa en la portada de Harper´s Bazaar. Arengado por su mujer, de inmediato Hawks se percató de la fuerza de Betty Joan Perske, una belleza insólita de ascendencia polaca, rumana y alemana, de cabello rubio ceniza y valedora de una espléndida insolencia. Trasladada a Los Ángeles a petición del realizador, al ver las pruebas de cámara Hawks comprendió que había encontrado la perfecta compañera para dar réplica a Humphrey Bogart, todo un as de la gran pantalla cuya fuerza amilanaba a la más endurecida. Pero no a Bacall. Divertida y hasta impertinente, sus diecinueve años le otorgaban la inconsciencia necesaria para asumir una responsabilidad semejante, así como un atractivo irrefutable para atraer a su compañero Bogart, de cuarenta y cuatro años de edad.
Imagen de ‘To have and have not’ © 1944 Warner Bros. Pictures Inc. Todos los derechos reservados
“La primera vez que me encontré con Bogie solo me dijo «hola, he visto tu prueba y creo que nos lo vamos a pasar muy bien juntos»”, a lo que Bacall añade: “Y estaba en lo cierto, sí que lo pasamos bien juntos”. Sin embargo, Betty Joan Perske todavía no era una actriz. Hawks lo sabía y por ello insistió en moldearla a su medida; en primera instancia cambiándole el nombre por otro que, según la intérprete, quedaba mejor en las marquesinas. Lauren Bacall fue su decisión, conservando el apellido materno pero añadiéndole una ele, aunque con el cambio Bacall, Lauren o Betty, no se acabó de sentir del todo cómoda. Como confesaría la actriz años más tarde: “mi nombre artístico me fue dado por Howard Hawks y nunca sentí que me pertenecía; siempre he tenido doble personalidad”. Con doble personalidad o no, lo cierto es que tras cuatro meses cambiándole asimismo la voz, Hawks consideró que la puesta a punto de su creación había llegado a su fin. De este modo, en 1943 comenzó el rodaje de Tener y no tener, la historia del capitán Harry Morgan (Bogart), residente en Martinica durante la Segunda Guerra Mundial, quien es instado a ayudar a la resistencia francesa introduciendo clandestinamente a ciudadanos galos en la isla, a donde llega Marie (Bacall), una joven errante de quien pronto se enamora.
“Reel” Romance comes true
Del mismo modo que sucede con sus personajes, también Humphrey Bogart queda prendado de Bacall, a pesar de que, por aquel entonces, estuviera unido sentimentalmente a Mayo Methot, tercera esposa del intérprete que compartió con él no solo años de matrimonio, sino una insalvable adicción al alcohol. Sus legendarias sesiones de bebida e histeria mutua a bordo de su barco Sluggy les hicieron merecedores del apodo “the Battling Bogarts”.
Sin embargo, esta situación pronto cambiaría. Methot pasó seis meses en Reno hasta conseguir el divorcio de Bogart y, el 21 de mayo de 1945, los protagonistas de Tener y no tener se dieron el sí quiero en la célebre Malabar Farm, lugar de peregrinaje aún a día de hoy de cuantos quieren contraer matrimonio en Ohio. Como en las tres anteriores ocasiones, Bogart lloró durante la ceremonia, al igual que Bacall, quien no pudo evitar mostrarse nerviosa y emocionada. Howard Hawks, caracterizado por su humor negro y su sagacidad, advirtió a la pareja del gran error que cometían, ya que, a su entender, Bogie estaba enamorado del personaje de Bacall en Tener y no tener, lo que obligaría a Bacall, según su criterio, a tener “que seguir interpretándolo durante el resto de su vida”.
Fuera como fuese, lo cierto es que a partir de entonces Bogart comenzó una de las etapas más brillantes de su carrera, tan esplendorosa como el silbato de oro que el actor regaló a Bacall después de su boda, en clara referencia a su papel en el filme de Hawks. En la película, la actriz le hacía entrega de uno igual a Steve, el personaje de Bogart, siendo rechazado por este. Ante la negación del ofrecimiento, Bacall le increpaba: “Sabes silbar, ¿verdad Steve? Solo tienes que unir los labios y soplar”. Esta frase distraída, que ya forma parte de los anales de la historia de la cinematografía, encumbraron a Lauren Bacall como una de las estrellas y femme fatal más valiosas de la Warner, algo que queda refrendado con la consideración de Bacall como la vigésima leyenda del cine americano según el AFI´s 100 Years, elenco en el que, curiosamente, Bogart ocupa el primer puesto en su versión masculina.
Lo sorprendente de Bacall no es tanto su talento, probado e incontestable, cuanto el escaso número de filmes que realizó a lo largo de toda su carrera, especialmente durante su matrimonio con Bogart. Y es que, si bien Bogie la consideraba “una tigresa”, llegando incluso a admitir sentirse “como un ratón a punto de ser destrozado por un gato”, lo cierto es que la única que perdió con la transacción amorosa fue Lauren Bacall. Retirada de su trabajo porque Bogart no deseaba soportar la vida al lado de una actriz, Bacall fue suspendida por Warner Brothers más de seis veces, teniendo que pagar una fortuna por rescindir su contrato. A pesar de ello, en los siguientes años rodó otros dos títulos emblemáticos que forman parte de la historia del cine, El sueño eterno (1946) y Cayo Largo (1948), ambos dándole la contrarréplica a Humphrey Bogart. Pronta madre de dos niños, el primero de ellos fue Steve (1948), cuyo nombre resultó un homenaje al personaje de Bogart en Tener y no tener; y Leslie Howard (1952), una niña con nombre masculino en honor al actor amigo de la familia.
Al tiempo que Bogart conseguía hacerse con papeles de mayor enjundia y calado, Bacall adoptó el rol de madre y ama de casa más con resignación que con naturalidad. Como ella misma declararía a Terenci Moix en 1989: “La gente del cine me consideraba la mujer de Bogart y pensaban que ya no estaba interesada en actuar nunca más. No sé por qué me han pasado estas cosas negativas en mi vida, que la gente decidiera por mí lo que debía pensar y sentir”. Por descontado, sus intereses vitales no iban encaminados a frustrar su carrera interpretativa, sino a desarrollar nuevas facetas de su profesión. No obstante, su papel de esposa devota le llevó a criar a sus hijos y a seguir a Bogart donde quiera que fuera: “estaba tan loca por él que accedí a todo”, confesó años después, llegando incluso a ejercer de cocinera y camarera en funciones durante el rodaje de El tesoro de Sierra Madre (1948, John Huston) para todo el equipo artístico y técnico de Huston.
En 1953, una nueva oportunidad llegó a la carrera de Bacall en forma de comedia romántica, Cómo casarse con un millonario (1953, Jean Negulesco), en la que compartía plantel con Marilyn Monroe y Betty Grable. Aunque algunos vieron en su papel de modelo cazafortunas un signo de decadencia profesional, el conjunto de la crítica llegó a comparar a Bacall con Mae West, por su inagotable talento para el humor. Y es que precisamente humor fue lo que la actriz y su marido necesitaron tres años más tarde, cuando a Humphrey Bogart le fue diagnosticado un cáncer avanzado. Ni la intervención quirúrgica, la extirpación de parte del esófago, de una costilla y de dos ganglios pudieron frenar la inevitable desaparición del protagonista de La reina de África. Y fue el humor ciertamente el que hizo que el trance no resultase tan traumático para ninguno de los dos. Enrolada en el rodaje de Escrito sobre el viento (1956, Douglas Sirk), Bacall regresaba cada día a casa y contentaba a Bogart narrándole los entresijos de la filmación, las anécdotas, los comentarios jocosos de Rock Hudson y las vicisitudes que encontraba. Aquellos relatos servían para entretener a Bogart y también a Bacall, quien podía destinar algunas horas del día a hablar de algo que no tuviese relación con la enfermedad de Bogie. Por la casa de ambos pasaron todos los amigos de la familia, entre ellos Spencer Tracy, Katharine Hepburn o John Huston, quienes se fueron despidiendo del actor neooyorkino lenta y emotivamente, sabiendo que el final no tardaría en llegar. Finalmente el 14 de enero de 1957 Humphrey Bogart falleció, dejando a su joven viuda, de tan solo treinta y tres años de edad, con dos niños que sacar adelante y un intenso afecto desvanecido prematuramente.
Tres días después, Bogart fue enterrado con el pequeño silbato de oro que el día de su boda entregó a Lauren Bacall. “Si quieres algo, solo silba”, tenía inscrito el minúsculo artilugio como símbolo imperecedero de su relación. Y así fue que su amor realmente fue inmortal o al menos insustituible. Pasaron los años y la vida siguió su curso, pero solo Lauren Bacall enseñó a Humphrey Bogart que silbar era mucho más que unir los labios y soplar.
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