Son las tres de la tarde. Estamos en Madrid. Hace más de dos horas que la rueda de prensa de The Way, el nuevo y esperado filme de Emilio Estévez, ha llegado a su fin. Pese a ello, sigo en el mismo hotel, esperando mi turno de entrevista. El encuentro se demorará aún más: una, dos, hasta tres horas espero la oportunidad de poder acceder al protagonista y al realizador, acariciando la idea de que una baja de última hora deje un hueco vacante. Es muy tarde para dejar el hotel y regresar al trabajo; es muy pronto para darme por vencida. En mi concentración, casi letargo, resuena una voz con tono risueño: “A dondequiera que vamos hoy, nos encontramos”, me confiesa Martin Sheen radiante en uno de los enmoquetados pasillos del Hotel Ritz. “Lo sé, señor Sheen” le declaro contrariada: “sinceramente no sé cómo explicar esta coincidencia”.
Ambos hemos reparado en la presencia del otro cuando, atendiendo a los compromisos, nos hemos visto obligados a deambular a lo largo y ancho del hotel. Las casualidades repetidas acaban por diluir toda formalidad: “¿Eres americana?”, me pregunta con cautela en el descansillo, al lado de la escalera que lleva al vestíbulo. Aunque el acento pueda haberlo confundido, mi respuesta es negativa. Volvemos a sonreírnos. Sheen es muy atento y también puro, de esa pureza que es tan difícil de encontrar en las personas hoy en día; tal es su porte que recuerda a un reverendo, todo él correcto, urbano, sereno. “¿Pero tiene concertada una entrevista conmigo, no es cierto?”, me consulta de nuevo, ante la mirada de su hijo Estévez, autor de la cinta. “En efecto, señor Sheen, en un par de horas nos veremos”, contesto con premura para que ambos, tras la visita de los compañeros audiovisuales, puedan ir a almorzar.
Entre las barandas de la escalinata del primer piso, el protagonista de Apocalypse Now vuelve a acercarse a mí y, estrechándome la mano, me pregunta mi nombre. Tras las debidas presentaciones, se despide de mí en un repentino español. Y es que Martin Sheen oculta tras su stage name un origen tan ibérico como su apellido, que le vio nacer bajo el nombre de Ramón Antonio Gerardo Estévez, hace ahora setenta y un años. De madre irlandesa y padre gallego, Sheen no habla español, pero parece entender el código que articulaba las palabras de su progenitor. Ese vínculo especial con la tierra de sus ancestros ha marcado también a Emilio Estévez, otrora outsider de Ford Coppola e hijo de Sheen, que finalmente se ha revelado como apreciable realizador cinematográfico. Desde la escalera, situado tres peldaños hacia el entresuelo, Estévez me sonríe con timidez mientras su padre se aleja. Hay algo en el rostro de Estévez que destila un toque infantil, torneado. O tal vez esa es la imagen que tenemos de él quienes todavía le recordamos como integrante del Breakfast club de John Hughes.
A pesar de su responder lacónico, de su estoicismo, de su correcto savoir faire, sus ojos inquietos buscan una mirada que les observe, algo que a lo largo de la tarde se revela como auténtica complicidad. “Hola, buenas tardes”, me recibe Sheen en un español esforzado durante nuestro reencuentro, horas después. Mientras padre e hijo agitan mi mano de nuevo, en el pasillo resuenan a piano las notas de My way de Sinatra. Es entonces cuando comprendo la burla del destino, el juego zalamero que me ha mantenido en vilo las últimas horas y que me ocultaba el mensaje que enhebra la película que ahora presentan en sociedad. No cabe duda, no hay más misterio: también Sheen y Estévez han conseguido hacer The Way… Their way.
Lucía Tello Díaz.- Ante todo, enhorabuena por la película, se percibe que está hecha con mucha honestidad
Emilio Estévez.- Muchas gracias –sonríe amable.
Martin Sheen.- Me alegra que digas eso, hace unas horas que viste la película, ¿crees que se percibe su profundidad a primera vista o es necesario un tiempo para reflexionar?
LTD.- Lo cierto es que creo que se capta el mensaje de inmediato; en todo caso, desde que la vi, créame que me ha dado tiempo a reflexionar al respecto…
MS.- Es cierto, sí que has esperado tiempo… Pero se percibe su profundidad ¿no? A ver si nos ha salido superficial –ríe mirando a su hijo y éste también ríe-.
LTD.- Estoy segura de que no. Sin embargo, algo llama mucho la atención, antes que usted, señor Estévez, pocos directores se habían atrevido a rodar en el Camino de Santiago, por lo arduo de la tarea, las inclemencias del tiempo, las numerosas localizaciones… ¿Cómo planificó el rodaje de The Way?
E.E.- Rodar una película siempre tiene sus dificultades. En mi caso, el mayor temor que tenía era el no conseguir que me entendiera el equipo. Cuando haces una película, cualquiera, lograr que te entiendan es difícil, incluso hablando el mismo idioma. Pero ya si hablas en dos idiomas, es aún peor. Me preocupaba enormemente que hubiera una mala comunicación dentro del equipo. Por otro lado, la planificación llevó tiempo. Empezamos localizando en Saint Jean Pied de Port, allí nos pusimos en contacto con algunos miembros del equipo, nos presentamos, tuvimos reuniones, prometimos volver… Hicimos el recorrido cinco veces antes de llegar con el equipo completo y rodar. Cuando volvimos, ya para empezar, conocíamos el Camino bien, nos habíamos puesto en contacto con alcaldes, policías, autoridades y gente de a pie que nos echó una mano para poder rodar. Pero nuestro equipo era muy reducido, lo que fue esencial, ya que rodar durante cuarenta días con un equipo de cincuenta personas, a lo largo de cuatrocientos kilómetros, resulta un gran trabajo.
LTD.- ¿Y qué me dice de las inclemencias del tiempo? Rodar en el norte de España no debió ser sencillo
E.E.- Antes de comenzar a rodar nos advirtieron de que cabía la posibilidad de que la lluvia fuera diaria durante el rodaje, sobre todo porque estaríamos allí entre septiembre y noviembre. Pues sólo llovió dos veces.
LTD.- ¡Sólo dos veces!
M.S.- ¡Y nos tocó durante el rodaje en interiores! –ríe con satisfacción-. Aquello fue otro milagro.
LTD.- Ya veo, ya…
E.E.- Algunos días de rodaje fueron peores que otros, pero sabíamos que teníamos que hacerlo todo seguido, sin demora. Ésa era la estrategia. No podíamos volver atrás o a rodar lo que nos faltaba. Sólo podíamos seguir adelante. Eso pasó en el Parador de San Marcos, en León; sólo teníamos un día concertado con ellos, sólo una posibilidad, porque tenían la agenda repleta de bodas y si fallábamos ese día, teníamos que prescindir de la escena. No podíamos fallar nunca. Nuestro margen de error era cero. Creo que san Jaime estaba con nosotros porque si no, no se explica –ríe pícaramente.
LTD.- Señor Estévez, ha confesado que para usted The Way es, en cierto sentido, como El mago de Oz, por todo lo que implica el camino de reencuentro con uno mismo…
E.E.- Claro, porque todo aquello que los personajes están buscando, quiero decir el hogar, el corazón, el coraje, la mente, todas esas cosas existen de antemano, están ahí; todo lo importante que la vida ofrece está ubicado entre esas emociones. Pero todo lo que impide que lo manifestemos es en verdad lo que nos hace humanos, por eso cuando ves El mago de Oz en la gran pantalla te das cuenta de que el mensaje no es que no existan todas esas cosas, sino al contrario, uno piensa: “sí amigo, soy un humano”, tengo corazón, lo tengo todo; ellos no son lo que creen ser, sino lo que realmente son.
M.S.- Pero yo no llevo a Totó… –ríe cómplice mirando a su hijo-. Bueno, en esta película ¿sabes qué es Toto?-le pregunta a Estévez-.
E.E.- Totó son las cenizas ¡obviamente! –padre e hijo ríen con profundidad.
LTD.- Y usted, señor Sheen, ¿cómo definiría el recorrido que se realiza en The Way?
M.S.- Es un viaje exterior, un viaje arduo, difícil, físicamente extenuante; aunque la verdadera dificultad la supone el camino interior. Cuanto más largo y dificultoso es el camino, más difícil es la experiencia interna. En nuestra vida siempre sucede lo mismo, el viaje más complejo es el que realizamos al interior de nosotros mismos: el aceptarnos con nuestros puntos flacos, nuestras rupturas, nuestras oscuridades, nuestro arrepentimiento, nuestra culpa, nuestro orden de valores… Esa es la parte complicada. Pero cuando llegamos a ese momento de admisión, en el que a pesar de nuestras lacras nos aceptamos, es cuando nos damos cuenta de lo que significa ser humano. Ahí está la espiritualidad, que sólo puede venir de la oscuridad y de la ruptura. La espiritualidad sólo viene cuando nos damos cuenta de que somos amados por los demás y por nosotros mismos. Esto es lo que posibilita que nos perdonemos y que perdonemos a los otros; siempre sintiendo a los demás, siempre en comunidad, nunca solos. En la vida haces el camino solo, es cierto, pero no lo puedes hacer sin la gente. Así lo importante es unir el mundo espiritual con el mundo de la carne, para volver a estar entero de nuevo. Al respecto, no puedo encontrar una metáfora con mayor fuerza que el propio Camino de Santiago. Es el modelo que mejor ejemplifica este recorrido vital.
LTD.- De sus palabras se destila una gran fe, algo que, por otro lado, nunca se ha mostrado reacio a revelar. Este hecho ha posibilitado, en parte, que realizaran esta película, ¿qué papel ocupa la religión en su vida?
M.S.- Tengo un gran amor a mi fe, es profundamente personal, constituye la expresión y la nutrición de mi mundo espiritual, el catolicismo me ha ayudado a unir mi espiritualidad con el mundo de la carne, lo que constituye la persona por completo; aunque esto no significa que siempre esté de acuerdo con todo lo que dicta la Iglesia católica. Es una institución, llevada por hombres, está claro que en cualquier momento puede haber errores. Si la iglesia cerrase sus puertas mañana, por cualquier motivo (un fallo, un error), yo seguiría amando mi religión, porque la iglesia somos nosotros, la comunidad. La iglesia es únicamente responsable del mantenimiento de una estructura, nada más; la verdadera iglesia es el corazón y el alma de quienes creen. Así que repito, si mañana la iglesia cerrara sus puertas, seguiría siendo católico, porque adoro la fe. Por eso es indiferente la estructura, la fe está en nuestras conciencias. La responsabilidad de tu alma sólo depende de ti. Tu relación con Dios está por encima de todas las cosas, incluida la iglesia.
LTD.- Resulta curiosa una conciencia tan espiritual en un universo tan materialista como el hollywoodiense
MS.- Vivimos una vida muy materialista. Siento que vivo en el “estómago de la bestia”. Estados Unidos, mi país, posee aproximadamente el sesenta por ciento de todo lo que el mundo produce; y eso que sólo somos el seis por ciento de la población mundial, incluso menos. Qué curioso que estemos precisamente ahora en un momento de crisis económica, algo muy serio en Estados Unidos, particularmente para la clase media y la gente más necesitada. Están sufriendo enormemente la carencia. Y a eso lo llaman recesión. En realidad es un sufrimiento que nos está afectando a todos. Además ocurren dos cosas. Mucha gente está volviéndose menos materialista porque hay una conciencia de que se puede vivir sin muchas de las cosas que tenemos; y mucha otra gente, sin embargo, está viviendo con desaliento y desesperación. En este sentido, parece que el país, la gente, está intentando encontrar un equilibrio. En lo que a mí respecta, confieso que he estado en lo más alto y en lo más bajo de la montaña, por así decirlo; tanto en mi vida, en mi carrera, en mi recorrido… Y en este momento de mi vida, francamente reconozco que nunca he sido más feliz, porque he conseguido hacer de lo que más me gusta, mi vida. Tengo una familia que adoro, son las personas más cercanas y que me dan la mayor alegría. Además, estoy en paz conmigo mismo, y adoro absolutamente cada día de mi vida, incluso cuando es un día realmente oscuro y difícil. He aprendido a dar gracias. Por eso cuando a Emilio le surgían dudas mientras estaba grabando y me decía: “¿pero dónde ponemos aquí las cenizas?”, yo le decía simplemente: “da las gracias y reza”.
E.E.- ¡Eh! Que eso sólo pasó una vez –ríe cómplice-.
M.S.- ¿A sí…? –comienza a reír profundamente-.
LTD.- Señor Estévez, con The Way ha regresado a sus raíces españolas, algo que le ha dejado huella incluso en su nombre, ¿no ha pensado nunca en cambiar su apellido real por el de Sheen?
E.E.- Pues la verdad es que sí. Empecé a trabajar a finales de los setenta, principios de los ochenta, y en realidad quería cambiar mi apellido, no me parecía que tuviera un aspecto muy latino. Y es que incluso en los setenta los latinos sólo interpretaban papeles prototípicos como el de indios, gangsters… Aspectos muy encasillados. De hecho, hubo muchos profesionales que me comentaron que si cambiaba mi nombre, mi vida artística iba a ser mucho más sencilla. Pero él dijo –dice mirando a su padre- que no lo hiciera, que no cometiera el mismo error que él había cometido. Me dijo “éste es un nuevo mundo, te dolerá haber cambiado tu apellido”. Así que mantuve mi apellido familiar, y estoy muy orgulloso de haberlo hecho… Además, ahora es muy cool ser latino…
M.S.- Ohhhh… –ríe con pillería.
E.E.- Bueno, ser latino y famoso. Si eres un inmigrante ilegal no tiene nada de agradable ser latino.
LTD.- Finalmente, señor Sheen, ¿cuáles son sus proyectos futuros?
M.S.- Pues mañana mismo viajo a Irlanda para hacer Stella Days, algo que no deja de ser curioso porque acabo de rodar en España, tierra de mis ancestros paternos, y ahora me voy a Irlanda, de donde era mi madre. Creo que hay algo en las estrellas que ha promovido este reencuentro con mis raíces –ríe-. Hay algo en “Stella” y en “Compostela” que están unidas, las dos son estrellas… Y ésta no es la única coincidencia, podría contar muchas más que se han ido sucediendo desde el pasado año que empezamos a rodar. Si a los diecisiete años me hubieran dicho que iba a rodar dos películas seguidas que fueran profundamente significativas en el plano personal, tanto en el país de mi padre como en el de mi madre, probablemente hubiera dicho que estaban locos. Incomprensible.
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