Todos tenemos películas que hemos elevado a los altares sin saber muy bien por qué. Es más, muchas cintas ni siquiera las hemos visto pero desprenden un aura mística a la que las ha elevado la crítica para ser reconocidas como obras maestras. Esto también ocurre en el cine de terror, donde hay un grupo de 10 ó 15 películas míticas a las que todos recurren en este género: El exorcista, Drácula, Poltergeist, El Resplandor, Viernes 13… Para mí, esta última película también gozaba de ese halo mítico… hasta el momento en que la vi. Un momento en que descubrí que la mítica leyenda terrorífica de Viernes 13 (1980, Sean S. Cunningham) no se corresponde con la cinta original; no al menos con la primera parte, una película que muestra mucho menos de lo que promete y se queda en una película de miedito en lugar del verdadero terror esperado. Algo así como una película de besitos cuando esperas cine porno o buscar una peli de Clint Eastwood y encontrarte Los Puentes de Madison.
Para ambientar la película, el director recurre al mito del lugar maldito, un enclave que todos los lugareños reconocen como extraño, donde en el pasado han ocurrido hechos luctuosos y sobre el que advierten al viajante forastero del riesgo que corre. Y vaya si era arriesgado, no tanto por la presencia de un asesino sino por la presentación del campamento de Crystal Lake, aislado en medio de la montaña, montado por un grupo de monitores bastante incompetentes y un propietario aspirante a convertirse en musa de los Village People.
Para introducirnos en este universo, Sean S. Cunningham recurre a una primera parte de la película un tanto anodina y pesada, con escasos momentos de clímax que enseguida se ven rotos. Tan sólo hay un verdadero momento culminante: la propuesta de jugar al palé-striptease, un juego nunca suficientemente valorado.
Así, aunque es una película de terror, nos encontramos con unos primeros degüellos bastante discretitos, hechos con mimo, cariño y suavidad, como si el asesino no quisiera hacer daño, algo impropio de ese maníaco que nos debería mostrar el director y que se nos ha vendido en las innumerables secuelas. Es cierto que esta sosería se soluciona en parte con un bonito hachazo en la cabeza, pero no es suficiente. Y, por si fuera poco, el error crucial del director es interrumpir la partida de strip-palé cuando se estaba poniendo interesante. ¡Y sólo porque una chica se había dejado las ventanas de la cabaña abiertas! Sólo por esa desfachatez comienzas a sentir cierta empatía con el asesino, a pesar de que no mate como debiera hacerlo.
Precisamente el tratamiento de ese asesino es uno de los principales errores del director. Nunca se ve al verdugo, algo comprensible por el secreto que le interesa mantener sobre la identidad del mismo. Pero sí podría haber usado más recursos, mostrar sombras, siluetas, sugerir… Su falta de aparición le convierte en una amenaza más impersonal. En este sentido también influye que los personajes del campamento en ningún momento sienten un miedo o amenaza reales, sino que viven en la inopia y en su mundo de piruletas y caramelos. Nunca se percatan de la presencia del asesino; simplemente éste los mata por sorpresa, sin avisarles, dar señales previas o enviar al menos un burofax…
A esta falta de transmisión por parte de los personajes se le une la maldita manía de gran parte de los directores de terror de apagar por sistema las luces sumiendo en la oscuridad la escena. Hecho con tacto, puede ser un recurso tenebroso, pero hecho a granel no hace más que despistar al espectador, que nunca es capaz de ubicar correctamente los escenarios del campamento. Así, el público nunca puede meterse en la película como deseara, sino que se mantiene en una especie de tercera persona observadora un tanto desorientada, intentando recolocarse en la escena en vez de sumergirse en ella. En resumen, todos estos factores hacen que a Viernes 13 le falte mucha incertidumbre. No sé si se debió a la película, a mi falta de sensibilidad o a mi exceso de sueño, pero la película apenas me estremeció.
Si no incertidumbre, al menos la película toma algo de interés cuando conocemos la identidad del asesino pero, aún así, el final sigue siendo muy deslucido, dejando muchos cabos sueltos que quedan sujetos a la imaginación e interpretación del espectador más que a la ligazón de la historia, además de otros fallos más graves, entre ellos la posible ubicuidad del asesino.
Pero, a pesar de todos estos errores, Viernes 13 creó una escuela de psicokillers, dejando a Jason Voorhees vivito y coleando para crear una saga casi interminable, con miles de vivencias, muertes y resucitaciones donde el único recurso que quedó sin utilizar fue enviar a Son Goku a reunir las Siete Bolas de Dragón para revivir por enésima vez a Jason Voorhees y seguir perpetrando nuevos crímenes cinematográficos bajo la sobrevalorada marca de Viernes 13.
Autor: Ángel Luis García
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