Me declaro culpable y reincidente, vaya por delante la honestidad. Y lo soy, porque en lo que a derechos humanos se refiere, o se está comprometido, o no se está, esa es la cuestión. Y es que esta nueva versión shakespeariana se presenta crucial en una sociedad como la nuestra, en que hemos olvidado con exorbitante frecuencia qué valores son los realmente importantes, y cuáles son meramente contingentes. De estar vivo Shakespeare, seguro hubiera militado en el bando del compromiso, máxime cuando el dramaturgo inglés fue uno de los pioneros en eso de darle un papel protagónico a los personajes femeninos, algo que esta sociedad nuestra, tan retrógrada, tan publicitaria, tan monetaria, ha querido situar en un inmaterial segundo plano, devolviéndole la dignidad a las mujeres a base de anuncios de detergente y lacrimógenos sucedáneos emocionales del show business. Cosas de la modernidad.

violencia contra mujeres

Y es así que, en este 2010, llegamos al día de la Mujer con unas cifras obscenas, sonrojantes para cualquier individuo, de no estar tan habituados a que se nos presente como una fatalidad escuetamente natural, consustancial a la raza humana. Una mujer muerta. Un dígito más. En todo caso, papel mojado para la edición de mañana.

Este último año arroja unos datos escalofriantes en lo que a víctimas de malos tratos se refiere, pero no sólo en España, sino en todo el mundo, especialmente preocupante en Europa. Según últimos estudios de Amnistía Internacional, en la Unión Europea (UE), “decenas de miles de mujeres y niñas de todas las edades y de todos los grupos sociales son víctimas de múltiples formas de violencia. Son maltratadas por sus parejas o exparejas, son víctimas de trata, sufren abusos y violencia sexual por parte de familiares, personas de su entorno y desconocidos, mutilación genital femenina o matrimonios forzados”. Pero hagamos caso omiso, el mundo va bien y eso del feminismo es sólo una corriente de pensamiento propia de mujeres amargadas. Qué más da una mujer más que menos, ya lo he sostenido muchas veces, tan sólo hablamos del 51% de la población mundial.

Del mismo modo, este día de la mujer coincide con la madrugada de la Ceremonia anual de los Óscar americanos, una circunstancia que, por descontado, no sólo nos agrada por cinéfilos, sino que este año posee el aliciente de que una mujer esté nominada a Mejor Dirección, Kathryn Bigelow por su enérgica En tierra hostil. No obstante, no cabe llamarse a engaño, ninguna edición ha concluido con un Óscar a una realizadora, es más, de las dos únicas directoras nominadas, Lina Wertmuller en 1975 por su filme Siete bellezas, y Jane Campion en 1993 por la magnífica El piano, ninguna de ellas recibió más que un esquelético aplauso.

Desde las starletts más impresionantes de Hollywood, como lo fue la desinhibida y brillante Mae West, el cine ha querido cosificar a la mujer como mero objeto de deseo, en un buñuelesco intento por demostrar que en lo que a entes bellos, la mujer se lleva la palma, aunque ésta sea la de Cannes. Resulta consolador, y al mismo tiempo emocionante, que algunos directores (pocos, no se vayan a creer), hayan rescatado del olvido a la mujer para poner sobre el tapete sus verdaderos problemas, sus auténticos conflictos, y los aspectos más apremiantes de su condición de ciudadano de segunda clase como desean seguir viéndonos, por mucho que nos duela admitirlo. Isabel Coixet, con su desgarradora La vida secreta de las palabras, nos devolvía una visión nada agradable de la trastienda de la guerra, en la que la mujer es siempre perdedora, sea del bando que sea. En El intercambio, Clint Eastwood nos acercaba a una realidad que siempre ha sobrevolado a la mujer, y es la de imposición de tutela física y mental, en un mundo que ella no tiene derecho a controlar y mucho menos a denunciar.

Según estos personajes, encerrar en un psiquiátrico a una mujer parece una solución adecuada cuando ésta resulta incómoda, tanto para el sistema como para sus organismos. Así lo hicieron con el personaje de Angelina Jolie en el filme de Eastwood, como asimismo lo llevan a cabo en una postrera novela y filme de actualidad, Millennium III: la reina en el palacio de las corrientes de aire, donde Lisbeth Salander resulta más conveniente acallada que diciendo la verdad.

Un año da para mucho, es cierto, y oportunidades para cambiar no han de faltarnos. Quién sabe, quizá el punto de inflexión lo supongan los Premios Óscar de este año; o tal vez la conciencia popular de una sociedad hastiada de tanta hipocresía, vayan a saber; pero qué quieren que les diga, a este respecto me declaro escéptica y además reincidente. Y todos saben que en esto de “ser o no ser”, reside la cuestión.

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