Si los hermanos Coen firmaran una película de Quentin Tarantino, o Tarantino emulase el cine de los Coen, la resultante de esta fusión bastarda sería, sin ninguna duda, Malos tiempos en El Royale. Escrita y dirigida por Drew Goddard, autor de la cinta de culto La cabaña en el bosque, y poseedora de una de las mejores estéticas de la última década, con ella el cineasta nos propone no solo un viaje a un punto fronterizo entre California y Nevada, sino, sobre todo, un trayecto a la delgada línea que separa la cordura de la demencia.
El 27 de enero de 1969, el hotel Royale, anclado en un sempiterno olor a tiempo pasado que se intuye fue mejor, ya no goza de la clientela de antaño. Los huéspedes han dejado de encontrar fascinante aquel recinto de atmósfera lujosa y mohines ya rancios, capitaneado por Miles (Lewis Pullman) un conserje imberbe que parece no haber roto un plato. Desde su mostrador, Miles ve llegar un aluvión de clientes inesperados, todos ellos conducidos por las más variadas motivaciones, mucho más ambiciosas que la de pernoctar en un hotel con reminiscencias a parque temático del pasado.
Entre ellos está el Padre Daniel (Jeff Bridges), un sacerdote cuya memoria comienza a flaquear y que desea a toda costa retirarse a su habitación; tampoco claras serán las intenciones de Laramie (Jon Hamm), siempre aferrado a su maletín y a sus secretos.
Todavía más enigmática se mostrará Emily (Dakota Johnson), una joven en cuyo rostro se percibe un pasado todavía en ebullición. Solo uno de los huéspedes, Darlene Sweet (Cynthia Erivo) parecerá haber recalado en el Royale por pura providencia, de camino a un concierto en Las Vegas interrumpido por circunstancias ajenas a su voluntad. Todos ellos, enclaustrados en un hotel desconocido, tendrán oportunidad de redimir su pasado y saldar cuentas pendientes, en una lucha sin cuartel de la que no todos saldrán bien parados.
Y es que, como una relectura del Motel Bates, también el Hotel Royale esconde un recóndito secreto que desembocará, hecatombe actoral mediante, en un desenlace del todo impensado, en el que se fusionará violencia, delincuencia, sectarismo y altas dosis de furia. En ese aspecto, cómo no mencionar a un imprevisto Chris Hemsworth en su rol de líder cuasi satánico, y a una arrebatada Cailee Spaeny como hermana adepta y desquiciada de Dakota Johnson.
Título enigmático, atractivo y en aspectos terrorífico, a él le sucede, exactamente, lo mismo que a su propio director, Drew Goddard, cuyo nombre se parece escandalosamente al de un genio, pero sin llegar jamás a serlo. Esto mismo se le puede atribuir a Malos tiempos en El Royale, con su intensa y férrea propuesta de ser una cinta emblemática, sin llegar a alcanzarlo netamente.
Y esto sucede a pesar de que Goddard haga alarde de una capacidad inagotable de generar atmósferas estéticamente bellas y psicológicamente perturbadoras (ayudado, cómo no, por el director de fotografía Seamus McGarvey), aderezado con un reparto de primera magnitud sin el que sería difícil comprender, y sobre todo creer, esta accidentada estancia en el Royale.
Finalmente, si algo destaca sobremanera en esta cinta es, además de sus bellísimos planos secuencia, su banda sonora. Pocas películas hacen una recopilación de temas emblemáticos a la altura de Malos tiempos en El Royale, con sonidos soul, su repaso a los clásicos del género (Sam & Dave, The Mamas and the Papas, The Supremes o Frankie Valli) y la excepcional voz de la intérprete Cynthia Erivo.
En definitiva, una película en la que, como el propio hotel, destaca el cuidado excepcional a la estética, y que contiene una historia con más niveles de profundidad de los que se le presumen. Bienvenidos al hotel Royale.
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