Escribía Scott Fitzgerald, para que más tarde pronunciara su Benjamin Button, que las oportunidades nos marcan, incluso aquéllas que dejamos pasar. Para Elizabeth Rosemond Taylor, imperecedera Liz, la oportunidad le vino dada incluso sin quererla, sin solicitarla. Paradójico que una de las mejores actrices de la historia no lo fuera vocacionalmente sino que, en puridad, llegara a ello de manera obligada.

elizabeth taylor en todo es cine

La gata sobre el tejado de zinc caliente (1958, Richard Brooks). Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Nacida londinense el 27 de febrero de 1932, antes de que estallara la II Guerra Mundial emigró a la tierra de la que provenían sus padres, Estados Unidos, donde la joven Liz comenzaría a despuntar en pequeños papeles de escaso valor artístico. Eclipsados por la belleza innata de la actriz de ojos violetas, los productores no tardaron en perseguir el filón de oro de su beldad, viéndose forzada a crecer literalmente ante las cámaras de cine, flanqueada tanto por figuras ecuestres (Fuego de juventud, 1944), como por canes prodigiosos (El coraje de Lassie, 1946).

Su flamante belleza juvenil tampoco pasó desapercibida, siendo de las pocas estrellas que brillaron en su infancia y no perdieron su incandescencia en las subsiguientes décadas. Convertida en joven de portentosa hermosura, destacó en papeles todavía insustanciales aunque célebres como los interpretados en Mujercitas, El padre de la novia o El padre es abuelo, junto a las grandes figuras de la época como Spencer Tracy o Joan Bennett. Al tiempo que maduraba como actriz, su vida personal se fue imponiendo en la primera plana de los tabloides, con sucesivos matrimonios que habían llevado a la dulce compañera de Lassie a casarse por segunda vez con tan sólo 22 años, precisamente cuando en su vida comenzaron a desfilar los personajes que más profundamente marcarían su destino, entre ellos Montgomery Clift, Monty para cinéfilos y cineastas, a quien conoció por fortuna en la emblemática Un lugar en el sol. Tras títulos indelebles como Quo vadis, Ivanhoe o La última vez que vi París, todas ellas rodadas en los cuatro primeros años de la década de los cincuenta, llegaría un punto de inflexión en su carrera cinematográfica con Gigante (1954), en la que no sólo derrocharía talento y unas dotes interpretativas dignas de la estrella que sólo Liz Taylor fue y siempre será, sino en la que coincidió con dos personajes de la talla de Rock Hudson –íntimo amigo de la actriz hasta que perdiera la vida en 1985-, y James Dean -atractivo y malogrado intérprete que no llegó a ver el estreno de la cinta por su trágica y repentina desaparición-, que marcarían profundamente su vida y su carrera.

Tejado de zinc caliente

Casada nuevamente con el que sería su tercer marido, Michael Todd, quien sacaba más de una veintena de años a la intérprete, su muerte en la emblemática avioneta The Lucky Liz –contradictorio nombre para semejante infortunio- dejó a la actriz viuda con tan sólo veintiséis años, y recién dada a luz de una pequeña, con quien hubo de hacer frente al rodaje más alegórico, penetrante y sugestivo de cuantos Elizabeth Taylor tuvo ocasión de grabar: La gata sobre el tejado de zinc.

la gata sobre el tejado de zinc

Póster italiano de La gata sobre el tejado de zinc caliente (1958, Richard Brooks).
Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Si existe un nombre que marcó inquebrantablemente la vida de Elizabeth Taylor, ése fue el de Maggie, la impresionante protagonista de una de las mejores películas de todos los tiempos. Dirigida por Richard Brooks en 1958, de esta pieza dramática del reverencial Tennessee Williams hay poco o nada que decir. Sublime, afilada, recia, la prosa del dramaturgo no pudo encarnarse en personajes más atractivamente fascinantes que Paul Newman y Liz Taylor, extraordinarios en su interpretación de matrimonio joven mal avenido, hechizantes, seductores y químicamente perfectos. La complaciente Maggie, enamorada profundamente de su marido Nick (Newman), no puede soportar que éste le eche en cara la muerte de su mejor amigo, tras cuya desaparición tan sólo ha quedado un poso amargo de alcohol que Nick apura con violencia. Beodo, distante e impulsivo, Maggie bramará por concebir el hijo que su marido le niega, no sólo por desaprobar su impaciencia, sino por no poder ni siquiera acercarse a ella. Con la potente fuerza interpretativa de estos dos animales de la gran pantalla, la felina Maggie conseguirá sus propósitos paso a paso, conquistando a un Newman engatusado por los encantos de su compañera de reparto, y admitiendo que nadie como Taylor consigue con mayor apasionamiento sus empresas más ambiciosas.

Un año más tarde, sorprende su exaltada contrarréplica a Katharine Hepburn y Monty Clift en De repente el último verano (1959), ganando sin embargo su primer Oscar por Una mujer marcada (1960), doce meses después. No será hasta Cleopatra (1963) cuando volvamos a descubrir a la más ardorosa de cuantas actrices británico-americanas han existido, mano a mano con el que sería su quinto (y sexto) marido, Richard Burton. En Cleopatra, Taylor y Burton exudan sinergia a raudales, vislumbrándose que su relación con Eddie Fisher (conocido por ser ex marido de Debbie Reynolds), tardaría poco en llegar a su conclusión. Así fue que en 1964, Burton y Liz contrajeron matrimonio, adoptando a la cuarta hija de la actriz, y llegando a realizar más de once largometrajes juntos, entre ellos Hotel internacional (1963), y la mítica ¿Quién teme a Virginia Wolf? (1966).

Armas de mujer
Adaptada por un debutante Mike Nichols (célebre realizador de El graduado o Armas de mujer), de nuevo un espacio reducido y un matrimonio, el de Burton-Taylor, volverán a hilvanar una historia asfixiante, seca e incisiva, basada en la obra teatral homónima de Edward Albee, en la que el alcohol, el sexo, la descalificación y el sadomasoquismo se dan cita para elevar a Elizabeth Taylor y Richard Burton a las más altas cotas del estrellato. Amorosos, sádicos, impulsivos, violentos, este matrimonio invitará a una joven pareja a formar parte de su  particular recital de improperios, en una guerra sin tregua bañada de bourbon y desvelo. Interpretación que le valió su segundo Oscar, tras Who´s afraid of Virginia Wolf? La carrera de Taylor se fue apagando lentamente, actuando coyunturalmente en series televisivas y producciones cinematográficas como Los picapiedra (1994). Amante de las joyas distinguidas, la plétora de matrimonios y las amistades duraderas, la personalidad de Taylor también incluye un agudo sentido humanitario, estando particularmente concienciada con el SIDA y sus terribles estragos. Por su compromiso con esta causa obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, galardón que habría de añadirse a sus dos Oscar, su premio Bafta, su David de Donatello y su distinción como Dama Comandante del Imperio Británico.

En los últimos años, Dame Elizabeth Taylor, la felina poseedora de los ojos más bellos de la historia del cine, fue extinguiendo su fulgurante destello debido a innumerables padecimientos físicos, triste desenlace para un cuerpo proverbialmente bello. La que fuera imitada por todas y deseada por todos, más atrevida que la Rizzo de Stockard Channing, más ardiente que Jennifer Jones, mucho más versátil que Vivien Leigh, y más arrolladoramente carnal que la propia Ava Gadner, nos ha dejado para siempre, reuniéndose por fin con la infinita columna de amantes que han querido por una vez y para la eternidad, a la gran Elizabeth Taylor, Maggie ya para siempre.

Como bien apuntaba Rod Stewart en su Maggie May, ha llegado el momento de marcharse, querida Liz. Maggie por fin estará bien, tranquila en su estrellato. Ella pues se repondrá, pero nosotros… A nosotros nos costará mucho más.

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