Todo empezó en verano, precisamente el día en que todo terminó. Aquel junio de 1959 Guy (Nino Castelnuovo) y Madeleine (Ellen Farner) comenzaron su idilio amoroso, un idilio que emergía de las cenizas de un verdadero amor.
Noviembre de 1957, la partida. La joven Geneviève Emery (Catherine Deneuve), vive por y para su amado Guy Foucher (Castelnuovo). A pesar de la expresa oposición de su madre (Anne Vernon), Geneviève se escabulle para reencontrarse con Guy, soñando con formalizar su compromiso tan pronto como le sea posible. Se aman por encima de todo, con ese amor romántico y fatuo que “solo mata en las películas”. Pero el deber llama, Guy debe viajar a Argelia para hacer el servicio militar. Con tan solo 17 años, Geneviève no puede contraer matrimonio con su pareja de veinte, cuyo rastro deberá seguir a partir de entonces a través de la letra impresa. Argelia es peligrosa, su amor no puede esperar.
Enero de 1958. La ausencia. Han pasado tres meses y el embarazo de Geneviève se hace cada vez más evidente. Cansada y pálida, le es imposible ocultar su estado a su rico pretendiente, Roland Cassard (Marc Michel), quien desea hacerse cargo del niño con tal de casarse con Geneviève. Pero ella no le quiere, no tiene por qué, ella ama a Guy porque en su fuero sabe interno que él regresará. Desde su tienda de paraguas en Cherburgo la vida pasa lenta, siempre mediada por un escaparate en el que su embarazo y su tristeza también son exhibidos y están en venta. Qué dirán los vecinos, qué pensarán de ellas sus amigos. Las cartas se espacian cada día más, Geneviève se morirá si Guy ya no la quiere. Roland parece una buena escapatoria. Es mejor aceptar el destino y decir sí.
Marzo de 1959, el regreso. Pero Guy no había olvidado a Geneviève, la frialdad de sus últimos correos le hacían presagiar lo peor, ahora que ha regresado a Cherburgo se da cuenta de lo sucedido. La niña es suya. Pero Geneviève ya no está allí, junto con Roland y su madre se ha trasladado a París. Su tienda de paraguas es solo un recuerdo del pasado y los brillantes colores de su papel pintado se han desvanecido con el pasar de los meses.
Solo y sin perspectivas de futuro, se aferra a la joven Madeleine (Ellen Farner), quien sacrificadamente ha llevado su enamoramiento en silencio mientras se hacía cargo de la tía enferma de Guy, Élise (Mireille Perrey). Temeroso de perder la razón por culpa de Geneviève, también Guy se aferra al amor incondicional que le ofrece su joven admiradora, soltando amarras y reviews anclándose a la única oportunidad de tener una vida. Cuando unas navidades Geneviève regrese a Cherburgo con su hija, el reencuentro será mortal. Los dos siguen igual pero todo ha cambiado. La niña juega con la nieve, se ha hecho mayor. La mujer de Guy está a punto de llegar con su propio pequeño. Una despedida fría, casi gélida, separa ambos mundos. Adiós Guy, adiós Geneviève.
Escrita y dirigida por Jacques Demy Les parapluies de Cherbourg (1964) es uno de los grandes musicales de la historia del cine francés. Interpretado por la musa indiscutible del director, Deneuve, la historia y la estética de esta cinta son tan rompedoras como míticas, formando parte ya del acerbo cultural cinematográfico. Un romance imposible, tan antiguo en el arte como el arte mismo, da un giro inesperado con un filme en el que todo es legendario. Su banda sonora, escrita y compuesta por Michel Legrand, hace de esta película, completamente cantada, una rara avis del musical. Lejos de incorporar las formas del género, con secuencias dialogadas, Legrand y Demy (Demy y Legrand) lo reinventan y moldean a su antojo, como una ópera tragicómica sin fragmentos hablados, una obra experimental repleta de música y lirismo.
Sin embargo, el espectador pronto se olvida de la música, de una forma absolutamente orgánica se adentra en una historia de amor colorida, fauvista, con una escenografía deudora de las vanguardias francesas, con estancias que bien podrían haber sido concebidas por Matisse. El propio Demy confesaba haber tenido problemas con los productores al informarles de que del presupuesto de 120.000 francos de la película, más de 15.000 debía ser destinado a papeles pintados: “Me dijeron que estaba loco” afirmó más tarde Demy “pero allí era donde debía destinarse el dinero”.
Efectivamente, los casi veinte mil francos en papel pintado estuvieron bien empleados, y el resultado estético de esta cinta singular no podría tener mejor factura. Una película por la que no pasa el tiempo, y que se mantiene tan vital y rejuvenecida hoy como el primer día.
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