los juegos del hambreTítulo original: The Hunger Games. Dirección: Gary Ross.
País: USA.
Año: 2012.
Duración: 142 min.
Género: Ciencia-ficción, drama.
Reparto: Jennifer Lawrence (Katniss Everdeen), Josh Hutcherson (Peeta Mellark), Liam Hemsworth (Gale Hawthorne), Elizabeth Banks (Effie Trinket), Woody Harrelson (Haymitch Abernathy), Wes Bentley (Seneca Crane), Donald Sutherland  (presidente Snow), Lenny Kravitz (Cinna), Stanley Tucci (Caesar Flickerman), Isabelle Fuhrman (Clove), Toby Jones (Claudius).
Guion: Gary Ross, Suzanne Collins y Billy Ray; basado en la novela de Suzanne Collins.
Producción: Nina Jacobson y Jon Kilik.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Tom Stern.
Montaje: Stephen Mirrione y Juliette Welfling.
Diseño de producción: Philip Messina.
Vestuario: Judianna Makovsky.
Distribuidora: Warner Bros. Pictures International España.
Estreno en USA: 23 Marzo 2012.
Estreno en España: 20 Abril 2012.
Calificación por edades: No recomendada para menores de 12 años.

Cuánto daño le ha hecho al cine el retrofuturismo. Ese retrato antiutópico de un mundo a priori civilizado; ese panorama desalentador al que los humanos nos veremos abocados menos tarde que temprano. Las maldades de una sociedad capitaneada por un aparato estatal controlador, dictatorial y perverso, encuentran la máxima expresión en películas hechas sin el menor cuidado ni inteligencia, concatenando estilos y trazos en un patchwork formal ecléctico y, por algún motivo, también glam. De la exquisitez de los Wachowski al crear su nueva Gotham City, a la perversidad de El show de Truman (1998) de Peter Weir, hemos pasado a un inconveniente limbo estético en el que todo vale, y en el que tan sólo priman las resonancias de un cine que en efecto, fue mejor. La arquitectura sovietizante se ha impuesto para simbolizar el terror de estado, unido a un holocausto social con reminiscencias al cine del nazismo, que hoy en día encontramos desde In time (2011, Andrew Niccol) hasta El cascanueces 3D (2010, Andrei Konchalovsky).

Los juegos del hambre no se priva de ninguno de estos despropósitos de barman agitador que une sin ton ni son colores y sabores de la más diversa etiología. Así sucede con The Hunger Games, una historia con mayor hondura de la que se le ha entregado y, sobre todo, deslucida por un juego luminoso-cinético que hunde cualquier alabanza esgrimida a su favor. La historia de Suzanne Collins es bien conocida. En una América devastada por sucesivas guerras, el territorio queda controlado por un estado maléfico que divide el país en doce distritos, cada uno de los cuales entrega anualmente su “cosecha”. Pero no se trata de un arancel a la usanza medieval sino a la latina, siendo el tributo ofrendado una pareja menores de entre 12 y 16 años, quienes han de batirse en duelo de supervivencia del que sólo puede quedar con vida uno de ellos; los otros veintitrés niños habrán de morir a manos de sus compañeros. El Distrito 12, formado por mineros, selecciona a Peeta (Josh Hutcherson) y a la menor de las hermanas Everdeen como tributo. Pero Katniss (Jennifer Lawrence), la mayor de ambas, no estará dispuesta a poner en riesgo la vida de la pequeña, ofreciéndose como voluntaria. A partir de entonces tanto ella como Peeta quedarán tutelados por los representantes del Distrito para su formación, enseñándoles los entresijos de un concurso televisado que mantiene en vilo a los doce sectores del país. Con la ayuda del único superviviente de su distrito, Haymitch Abernathy (Woody Harrelson), y de su estilista Cinna (Lenny Kravitz), esta futurista Artemisa o Diana que se alimenta de ardillas y embelesa con sus vestidos en llamas, su indignación parapetada en soberbia y su inteligencia, se encontrará perdida en medio de una selva digital cuyos castigos son tan reales como su magnífica puntería con el arco. En esta lucha sin cuartel por la supervivencia, sus principios morales se verán sujetos a las elecciones que tenga que asumir por hacer valer su propia integridad física. Las decisiones que tome y el cariz que irá adquiriendo una competencia a la que no está dispuesta a doblegarse, harán que la audiencia, la dirección del programa y el propio Estado vean en Katniss un peligro a batir.

Pese a lo sugerente de una trama con gancho y además bien hilada, de la que Stephen King llegó a afirmar ser “violenta y discordante” y a pesar de ello “no poder dejar de leerla”,  lo cierto es que Los juegos del hambre según Gary Ross no deja de ser un manejo de prestidigitación capaz de causar convulsiones epilépticas al tiempo que dejar impasible a un público que todavía se pregunta por qué se mezcla, y del modo en que se hace, una policía al más puro estilo Fahrenheit 451 de François Truffaut, con bosques inabarcables de Pandora en Avatar o de Crepúsculo, con personajes sacados de un filme de Terry Gillian que desfilan sin orden ni concierto junto con mandamases de El quinto elemento de Luc Besson, con barbas y mostachos de forzudos circenses de la Belle Epoque.

Esta distopía cinematográfica, en términos del siempre bienvenido John Stuart Mill, que podía tener cabales intenciones cuan Ray Bradbury o George Orwell, queda hecha trizas por una dirección artística de difícil conversión, y que produce un estremecimiento orgánico ante la vista de niños cayendo por culpa de otros niños, y maniquíes disfrazados en un carnaval de sentido cuestionable. Un sacrificio maya elevado a la post-apocalíptica potencia, sin mayor aliciente que el de un montaje tembloroso, desenfocado y violento, unas imágenes que rebosan mal gusto y excesos, demasiados para una película infantil como es. Y es que a quién si no un público infantil va a ir dirigida una trama protagonizada, conducida y además hablada por niños, en la que los adultos no sólo adquieren un rol secundario, sino además demonizado. Cómo a esos niños que convierten en héroes y asesinos, van a infundirles principio alguno que no sea el de la violencia por la violencia, precisamente pervirtiendo la esencia de la enseñanza misma.

Una farsa que hace conmoverse gratuitamente. Antes de perturbarse con un filme de estas características, sufran en verdad por los niños soldado en conflictos reales. Porque hambre es la que se pasa en Zambia, en Zimbawe, en Haití. Y violencia es la que se padece y de verdad, en todas sus calles. Si debemos sufrir que sea por algo real, por lugares donde no hay trampa ni cartón, ni existe ningún juego sino sólo hambre.

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