Título original: The men who stare at goats. Dirección: Grant Heslov.
Países: USA y Reino Unido.
Año: 2009.
Duración: 95 min.
Género: Comedia.
Interpretación: George Clooney (Lyn Cassady), Jeff Bridges (Bill Django), Ewan McGregor (Bob Wilton), Kevin Spacey (Larry Hooper), Robert Patrick (Todd Nixon),
Guión: Peter Straughan; basado en el libro de Jon Ronson.
Producción: George Clooney, Grant Heslov y Paul Lister.
Música: Rolfe Kent.
Fotografía: Robert Elswit.
Montaje: Tatiana S. Riegel.
Diseño de producción: Sharon Seymour.
Vestuario: Louise Frogley. Distribuidora: Sony Pictures Releasing de España.
Estreno en USA: 6 Noviembre 2009.
Estreno en España: 5 Marzo 2010. No recomendada para menores de 7 años.
De entre las muchas y variadas ofertas de filmes de postguerra, post Bush, post Irak, e incluso post 11-S, sin duda The Men Who Stare At Goats resulta la más límpida, razonada, sugestiva y conmovedora declaración de paz jamás concebida en nuestra convulsa contemporaneidad. Bajo la égida de la comedia disparatada, el saldo final de este filme singular no es sino la aserción del desfallecimiento global ante tanta guerra, tanto atropello.
Como ya lo hiciera con el guión de Good Night, and Good Luck, (en colaboración con Clooney, amigo y cofundador de la productora Smoke House), Grant Heslov sabía de buena tinta que la crítica incomoda sobremanera, y que escamar a una opinión pública y unos poderes fácticos ya de por sí irritados, no logra sino el efecto contrario al deseado. Si la caza de brujas del senador McCarthy sirvió de magnífico terreno de juego para elaborar su mordedura al sistema político norteamericano que le era contemporáneo, el desenfreno hippie le valdrá ahora de perfecta simiente para cargar contra la beligerancia y la confusión que ésta entraña. Y qué mejor manera de elaborar este testamento pacífico de extenuación, que a través de la alocada novela de Jon Ronston que da título a esta cinta, y que nos narra las peripecias de Bob Wilton, periodista de Ann Arbor (Michigan), que viaja hasta Irak para superar la creciente falta de autoestima que le ha provocado el abandono de su mujer. Atrapado durante un mes en Kuwait por falta de permiso para cruzar la frontera, en la oscuridad de un hotel encontrará a Lyn Cassady “Capi” (George Clooney), personaje tan bizarro como sugestivo, de quien un entrevistado le había hablado meses atrás. La extravagancia de Lyn no se basará tanto en su extraño comportamiento, como en la creencia de que posee poderes psíquicos tan enérgicos, que es capaz de modificar el comportamiento de las personas con su sola mirada. Subyugado por su extraordinaria historia, Lyn le confesará la existencia de los Caballeros Jedi, una unidad secreta del Ejército norteamericano que en los años ochenta fue creada para capacitar a sus soldados de imbatibles poderes mentales, aptos para destruir desde dentro la moral y la fuerza enemigas. Guiado por el comandante Bill Django (Jeff Bridges), su cometido, clasificado por el alto mando del Gobierno, será el entrenar a estos monjes guerreros en el arte de la visión remota, una suerte de manipulación psicológica que les convertía en perfectos espías mentales. Django, quien encontró su revelación en la guerra de Vietnam, será quien con inmensa maestría encamine los pasos de todo el equipo Jedi, a pesar de que en su afán encuentre a algún caballero oscuro como Larry Hooper (Kevin Spacey), capaz de invertir el cometido inicial del New Earth Army. Aunque Wilton no confía en que la historia ideada por Capi sea real, su nulo autoconcepto y la fascinación que le produce el creer que por fin tiene un cometido en la vida, le hacen dejarlo todo y seguir a Lyn allá donde vaya. Finalmente, descubrirá que el poder mental, de cualquier índole, puede ser tan intenso como cualquier arma física.
Con imágenes reales del conflicto de Irak, de Sadam Hussein, de declaraciones del antiguo Presidente de los Estados Unidos, y de bombardeos sobre territorio iraquí, la estructura de Los hombres que miraban fijamente a las cabras será un continuo vaivén de flashbacks y flashforwards, los cuales, dicho sea con honestidad, no sólo no restan eficacia a la trama, sino que la revitalizan hasta un punto desconcertante.
Aderezada por canciones emblemáticas como More than a feeling, de Boston, el momento clave de todo el filme lo encontramos a mitad del metraje, cuando en pleno fuego cruzado entre guardias de seguridad privada norteamericanos, Wilton, Lyn y un misericordioso iraquí, comparten una sentida cena, en la que se disculparán de los errores cometidos por sus respectivas naciones, siendo especialmente emotivo Clooney cuando le refiera a su compañero iraquí: “no quiero que piense que todos los americanos somos así”, concluyendo que “en todas las casas hay manzanas podridas”. Con un reparto de valor formidable, capaz de variar la regla tácita del cine norteamericano, en la que la profusión de nombres propios sólo es muestra de un exiguo y hasta vergonzante contenido argumental, en esta obra cada uno de los protagonistas resulta insustituible y trágicamente hilarante.
Mucho más profunda, punzante y hasta dolorosa de lo que se puede inferir de su atolondrado título y su más que pulida comicidad artística y argumental, Los hombres que miraban fijamente a las cabras resulta de una franqueza demoledora, capaz de hacer reflexionar a golpe de carcajada, y de reír a costa de la tragedia humana. Es en definitiva una paradoja exquisita de la que se destila, en última instancia, que ahora más que nunca, es necesaria la existencia de los caballeros Jedi. Simplemente extraordinaria.
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