No es la carga lo que nos vence,
sino la forma como la acarreamos
¡Las cargas! Hoy voy a hablaros de La Duquesa (2008, Saul Dibb), una película que narra la historia de Georgiana Spencer (Keira Knightly), mujer que era la envidia de Inglaterra; todo el mundo copiaba sus vestidos y su forma de actuar; cuando ella llegaba, nunca pasaba desapercibida. Era rica, casada con el Duque (Ralph Fiennes), y tanto en política como en sociedad, era muy influyente. Todo lo tenía. Como bien dijo Bess Foster (Haley Atwell), amante de su esposo: “todo Londres está enamorado de ella, menos su marido”.
Imagen de «La duquesa» – Copyright © 2008 Paramount Vantage, Pathé, BBC Films, Pathé Renn Production, BIM Distribuzione, Qwerty Films y Magnolia Mae Films. Fotos por Nick Wall. Distribuida en España por Vértigo Films. Todos los derechos reservados.
De ese detalle se aprovechó Bess, y se metió en su casa y en su lecho, hasta tal punto que debían comer y vivir compartiéndolo todo. La amante quería que le devolvieran a sus hijos y el Duque se los devolvió. Georgiana buscó cobijo en un político joven de la época, Charles Grey (Dominic Cooper), y su marido la violó y encerró hasta que le diera un heredero varón, y eso que ella incluso había acogido a una hija ilegítima del Duque fruto de un “desliz”, al tiempo que la criaba con sus dos hijas. Pero a él no le importaba nada más que su heredero. Y se lo dio.
Parecía pronta la libertad pero al ir con su amante, para pagar al marido con la misma moneda, se quedó embarazada. Hasta entonces Georgiana no había dado cuenta de quién mandaba. Su marido la amenazó y le quitó la hija que tuvo con el joven político y también el amor. La Duquesa es una película histórica, basada en un antepasado familiar de Lady Diana, pero me gustaría reflexionar respecto a su situación, y de las reacciones de los personajes. Os diré como inicio que hablar de conductas por medio de la biología es reduccionista, pero a veces nos puede dar algo de luz acerca de las diferencias que existen entre hombres y mujeres. Además de la crueldad de esta narración, que no es tan fácil de definir, os voy a contar otra parte del ser humano que se reduce al envoltorio que tenemos. Las diferencias entre sexos se encuentran fundamentalmente en la forma en que procreamos. Cuando una especie es monógama, en la que ambos miembros de la pareja invierten tiempo y esfuerzo en la crianza, la hembra no tiene el problema de que los genes de sus crías sean suyos. El macho, sin embargo, sí. El que sus genes vayan a ser criados por otros, o el criar otros genes, provocan una conducta encaminada a evitarlo: así surgen los celos sexuales. Incluso en machos como los de las palomas torcaces y de los pinzones cebra, se ha observado que persiguen a las hembras hasta la propia puesta de sus huevos.
Imagen de «La duquesa» – Copyright © 2008 Paramount Vantage, Pathé, BBC Films, Pathé Renn Production, BIM Distribuzione, Qwerty Films y Magnolia Mae Films. Fotos por Nick Wall. Distribuida en España por Vértigo Films. Todos los derechos reservados.
Os dije que era reduccionista, pero nos sirve. Hasta aquí, y refiriéndonos a animales, no me parece ni bien ni mal; hablando de seres humanos, este hecho me resulta fatal. Entiendo que en el pasado las mujeres, por el cuidado y protección de su prole, pudieran perdonar infidelidades sexuales, ya que en ello no peligraban sus genes, al contrario que en el caso de las infidelidades emocionales, ya que quedaría desprotegida su descendencia. Por el contrario, el hombre nunca perdonaba la infidelidad sexual, ya que sí pondría en tela de juicio su paternidad. Me parece que ya ha pasado un poco esta historia, hoy en día tenemos métodos de genética para verificar estos datos. No obstante, con el tiempo el ser humano debe aprender a llevar esa carga, los hijos son una bendición. Si hoy en día la pareja cría, cuida, protege su prole, dándole el testigo (pues ellos, nuestros hijos, también serán padres), deberemos ser honestos, responsables y, aunque los padres se separen, como progenitores deberán darse cuenta de que el amor a sus hijos, una vez engendrados, es para siempre.
Qué bonito tener más de un padre u otra madre, personas que te quieren también; no nos vamos a ahogar si la relación no funciona, no vamos a seguir, pues eso a la larga se nota y en vez de dejar buen sabor de boca, dejaremos a nuestra prole mucho dolor.
Hagamos cosas en buena medida, la medida justa, para poder evolucionar todos y ser felices.
Que nuestro cargo no sea nuestra carga, sino nuestra bendición. Con cariño, desde la mecedora.
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