“Estoy muy agradecido porque, primero, nunca me habían robado antes;
segundo, porque los ladrones me dejaron con vida; tercero,
no tenía mucho dinero en la cartera; y cuarto,
porque me robaron a mí y no fui yo quien robó”
Matthew Henry

“No fui yo quien robó”, me quedo con este último pensamiento, y con él vamos a empezar a hablar de unas ideas que ya han calado muy hondo en nuestra cultura, eso de que “quien te quiere, te hará llorar”; mejor sería decir: “quien te quiere, te hará sentirte bien”. Todo ello viene a colación de una película de la que quisiera hablar, La heredera (1949, William Wyler).

Se trata de la vida de Catherine Sloper (Olivia de Havilland), a quien su padre compara constantemente con su madre fallecida; para él es obvia la falta de gracia que tiene su hija, su fealdad, lo aburrida que es, la cual parece predestinada a una vida a su lado, y sin más alegría que el estar bordando en su bastidor, algo que por lo visto, y ante los ojos de su progenitor, es lo único que hace bien. Ella vive y deja transcurrir su tiempo en ese menester. Pero algo distinto llega a su vida, Morris (Montgomery Clift), y trastoca todo lo anteriormente dicho. Él le hace ver que es bella, que es adorable y que es feliz a su lado. Pero la joven tiene un grave inconveniente: es rica, y aún más, la heredera universal de su padre.

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Imagen de «La heredera», de William Wyler, producida por Paramount Company. Todos los derechos reservados.

Entonces empieza la “guerra”. Su progenitor no deja de insistirle en que el joven sólo la quiere por su dinero, hasta tal punto que llega a decirle a la cara todo el “mal cariño” que le procesa. Ella apela a que su amante la lleve lejos de aquella casa que ve como una prisión, pero en lugar de ello, la abandona tal como insinuó su padre. Pasa el tiempo y el odio ya está en su corazón; se venga pero acaba sola, bordando. El padre le aconseja que a su muerte se “compre” un marido, y ella le replica por qué no puede ser Morris, algo que él no acepta antes de su muerte, quizá tenía mucho miedo a su soledad; su orgullo estaba por encima de todo.Debemos tener cuidado en lo referente a hacer esos juicios de valor; ser guapo, por ejemplo, con referencia a quién. En este caso era con su madre, pero puede ser cualquiera. Cuando alguien quiere que algo sea perfecto, es que en su mente tiene un modelo, un prototipo de esa belleza; de la estupidez, de ser o no simpático, y lo bonito de todo esto es que a ese modelo no se llega nunca. Dejemos que cada cual sea lo que es, y sobre todo por el efecto Pigmalión, es decir, que delante de las personas que creen algo de nosotros, nosotros nos comportamos como ellos creen que somos.

Está muy bien el poder decir “yo no fui el que robó”, pero también sería estupendo el que nadie te robase tus sueños, ni tu vida; en nombre de ese amor, dejemos a las personas ser libres para equivocarse, que ante todo venimos a equivocarnos y a ser felices.

Por lo tanto, ser muy felices y no robemos más, nadie es perfecto, y lo que tú desechas otras personas lo verán como maravilloso.

Con cariño, desde la Mecedora.

Enhorabuena a Icíar Bollaín por la película También la lluvia, que ha sido seleccionada para representar a España en los Oscar, y un recuerdo muy sentido al gran Tony Curtis que nos ha abandonado.

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