Intentar ser objetiva o pretender, aunque de forma tentativa, resultar mínimamente neutral ante un personaje del calibre de Federico Luppi, me resulta del todo quimérico, pues la admiración que desde largo le he profesado al actor que protagonizara Parajito Gómez (1975) es tal, que cualquier aproximación a un objetivismo frío y reservado se me antoja irrealizable. Valgan pues mi sinceridad y disculpa antes de proseguir con mi particular tributo a uno de los grandes sin exageraciones ni hiperbolizaciones, por antojadiza que en ocasiones sea la tendencia a la loa vana. Existen pocos nombres propios que sean capaces de dignificar una profesión tan denostada y la mayor parte de las veces despreciada por frívola y superficial. Reproches que nada tienen que ver con Federico Luppi, argentino de nacimiento y español de adopción que nos ha brindado la posibilidad de enaltecer un cine carente de medios pero sobrado de talento. Nacido en Ramallo en 1936, ningún lego creería que Luppi tiene en su haber una setentena de filmes, aunque el medianamente entendido sabría encontrar en sus ojos, y qué ojos, esa sabiduría sempiterna del que lo ha visto casi todo y ha sabido transmitirlo como nadie.
En esta ocasión el que encarnara a tirios y troyanos con igual maestría, nos presenta El último justo, ópera prima de Manuel Carballo, en el que el argentino interpreta a uno de esos tipos cuyas filias y fobias le sitúan en el sincretismo incierto entre la divinidad y la maledicencia.
Pausado, infinitamente culto y siempre destacado, Luppi parece ser uno de esos personajes torturados a los que uno siempre admira de tan distante, y que, sin embargo, se torna accesible y cordial ante el contacto humano. No es que Luppi gane en las distancias cortas, sino más bien que Luppi, a cualquier distancia, siempre nos acaba ganando.
Lucía Tello Díaz.- Después de tantas películas y tantos años de experiencia, ¿qué es lo que le sigue atrayendo del cine?
Federico Luppi.- En el cine hay algo de lo que se habla mucho, y que a mí me parece particularmente atractivo y rendidor (si fuera la rendición el sentimiento que queremos establecer), y es que el cine capta las cosas más íntimas, tiene un ojo muy retrospectivo, muy agudo, entra muy profundamente y obliga al actor a exprimir más esencialmente su espíritu, te obliga a una suerte de rigurosa economía: con poco, mucho. Lo dijo una vez Hillwood, a raíz de la experiencia interpretar a Ricardo III, cuando afirmó “me pasé toda la vida forzando mi garganta y mi dicción para trabajar para un teatro de dos mil personas, y ahora veo que haciendo Shakespeare en cine me sale mucho más profundo, más sensible y más cómodo, y llega más”. Debe ser cierto.
LTD.- ¿Cómo consigue aportar esa pasión y energía a todos los personajes que interpreta, a pesar de las disparidades que puedan tener entre ellos?
FD.- Yo no sé si lo consigo, lo que ocurre es que en general, por una razón de peso, el hacedor de una película es siempre el director. El director es el alma mater, la cabeza paterna de una película, y si uno cree en él, y confía en él y además le tiene inmenso respeto y confía en su sabiduría, en general el trabajo que uno hace es el caminar por donde un ojo sabio te indica, no más.
LTD.- Convendrá conmigo que el trabajo de un actor es decisivo a la hora de hacer una película
FL.- Claro, pero también es verdad que enormes y talentosos actores hacen malos trabajos por participar en películas mal hechas. El trabajo del director es insustituible.
LTD.- Hablando de la dirección, usted se puso tras las cámaras en Pasos, su –hasta el momento- única película como realizador. ¿Cómo fue la experiencia con su ópera prima?
FL.- La verdad es que a Pasos le pegaron como si fuera un evadido de guerra, la veo de vez en cuanto y no es tanto como dijeron. Creo que cometí un serio error de síntesis, pero la película está bien dirigida, los actores están muy bien y no hubo problemas económicos, lo cual me dificulta enormemente un segundo abordaje, otra experiencia. Pero recuerdo que cuando terminé de filmar me dije: “cómo me gustaría envejecer haciendo únicamente esto”.
LTD.- Entonces, infiero que volverá a dirigir…
FL.- Tengo muchísimas ganas, tengo guiones, tengo proyectos… Pero nunca se sabe.
LTD.- Después de tantos años de carrera, de tantos trabajos, se me hace difícil pensar en que le ha quedado algo por hacer, algún sueño irrealizado. ¿Existe algún director con el que le hubiera gustado trabajar y no ha podido, o algún proyecto que quedó inconcluso y que quisiera realizar?
FL.- Es que hay directores aquí en Madrid con los que he tenido experiencias maravillosas, como Díaz Yanes o Mario Camus, el propio Antonio Barmes… Hay un montón de gente que me gustaría que algún día me llamaran para trabajar con ella, pero bueno, el cine, inclusive en ese aspecto, tiene vericuetos muy caprichosos. Pero sí que hay gente de talento con los que me gustaría muchísimo trabajar.
LTD.- Otro director al que indiscutiblemente aprecia es Guillermo del Toro, bajo cuyas órdenes ha interpretado en numerosas ocasiones. ¿Qué nos puede decir de su forma de trabajo?
FL.- De Guillermo no se puede decir nada… Cuando me invitó a hacer Cronos, le dije “mira Guillermo, yo nunca he hecho cine fantástico ni de terror, no tengo experiencia, haré lo que buenamente creas que debo hacer”, y descubrí a un director de una enorme sensibilidad, una capacidad imaginativa sorprendente, y todo lo que diga de más es absolutamente ocioso. Él ha demostrado en siete u ocho películas que puede filmar una de poco presupuesto en Hollywood y saltar y hacer Hellboy, El Espinazo del Diablo o ahora El laberinto del fauno. Es un individuo de un talento antropológicamente curioso, a la edad que tiene y ya posee una capacidad increíble de manejo de un set (que uno no habla de eso nunca, pero un set son treinta o cuarenta técnicos, veinte autores neuróticos, las actrices con sus problemas…) y sin embargo, de esa nave absolutamente caótica, él consigue sacar relatos de una capacidad entrañable de poesía y de personajes humanos y reconocibles de aquí hasta que el mundo deje de ser mundo.
LTD.- ¿Qué nos puede adelantar de sus proyectos futuros, La luna en botella y Que parezca un accidente?
FL.- La luna en botella es una película de un chico muy joven, que trata de una relación complejísima pero muy atractiva entre los habitantes habituales a un bar, donde se plantean la existencia del “negro”, aquel hacedor de novelas que es pagado para que firme otro. También es historia de amor y a su vez muestra la complejidad del mundo cotidiano. Otra vez el director es un individuo joven, como en el caso de El último justo, que se atreve a filmar a despecho de las corrientes comerciales. Fue un proyecto propio, una condición de ser alguien en el mundo cinematográfico, sin caer en las redes de lo acostumbrado, de lo ya visto y lo que tiene que ser inequívocamente comercial. A mí me gustó participar en ello, era un chico que te trataba de igual a igual y que propuso cosas que otro no propondría.
LTD.- Ya para finalizar, ¿podría decirme si existe alguna película, tanto interpretada por usted como por cualquier otro, que haya supuesto un punto de inflexión en su vida, o de la que después de su visionado, supiera que no iba a volver a ser el mismo?
FL.- Hay muchísimas –ríe-. Es cierto que una obra que me dio una visión diferente del mundo fue, en estos últimos años, una trilogía de Aleksandr Sokurov, Moloh (1999), Taurus (2000) y El sol (2004), que son respectivamente los últimos tres días de Hitler, Lenin y Hiroito. Me parecen el canto moderno a la virtud cinematográfica, junto con el Padrino de Coppola.
Deja un comentario