Cuando el Ego se escribe en celuloide. Duelo al Sol. 1946.
Como si el propio Selznick fuera su mismo Prometeo, se desafió sobre su gran creación –que fue Lo que el viento se llevó– y pasó a ser un artesano del celuloide víctima de su propia grandeza. Así fue cómo Duelo al Sol vio la luz engendrada en un universo mítico de notable carácter épico desde todos los ámbitos: narrativo y de producción. Embrujado por la magia de una Pandora encarnada en la figura de Jennifer Jones, se destapa la caja de las pasiones, donde lo último que se pierde es la esperanza de Laura Bell (Lillian Gish) ante unos hijos incomprendidos que se escabullen entre la psicología de un padre prusiano y egoísta, interpretado magníficamente por Lionel Barrymore, el Senador que todo lo puede pero que nada entiende, como si fuera el propio Alter Ego de Selznick.
Con un reparto absolutamente venido del Olimpo y un presupuesto de más de seis millones de dólares, se nos muestra en el año 1946 como la película que alcanza la cúspide platónica, el ideal de belleza cinematográfica y a mi modo de ver, más hermosa que la historia de Scarlett O´Hara en brazos de Gable, porque si algo tiene la película que dirigió King Vidor transformando un breve western en una obra colosal es,… ¡pasión! Pasión por pensar que existimos, pasión en el amor porque desde el mito romántico extraído del Juicio de Paris y su Helena de Troya, sí se puede morir por amor. Revise el espectador la última secuencia de esta cinta, con el monte pelado y escabroso donde los cuerpos se funden en el calor, el dolor y el mismo pedregal.
Como si el hombre volviera a la tierra de donde de alguna manera salió. Nunca estuvo tan canalla Gregory Peck, ese americano medio que era el deseo de las mujeres de la postguerra mundial, el hombre bueno por excelencia que se transforma ante la atenta batuta de Selznick y Vidor en un faustico personaje capaz de desencadenar la envidia, la lujuria, la venganza, la ira y la violencia. En definitiva la extensión de un pecado original diseñado a la perfección en el contexto interpretativo de la que fuera esposa del gran productor: Perla Chávez en la sensualidad juvenil de Jennifer Jones. El predicador Walter Houston se refiere al personaje dentro de la escena como la imagen del diablo que ha de ser educada en el corazón puro de Laura Bell. Una Laura Bell que esconde sus debilidades, las frágiles proezas que ejerce el amor en el hombre, el querer y no poder y su espíritu estoico que derrumba al gran ser omnipotente que es el Senador. Porque como decía Oscar Wilde, “el amor tiene caminos donde los lobos ni se atreven a entrar”.
Se nos muestra una confrontación entre el bien y el mal. La rectitud y la desidia, la bondad y el egoísmo. Es un cuadro teatral a la manera de Tennessee Williams, de personajes perfilados desde el deseo y la incapacidad emocional a existir porque están truncados por la indecisión de amar. De ahí que la publicidad del momento clasificara a la película como “la de los mil momentos memorables”, mil momentos de la existencia.
Y es que la novela de Niven Busch, escritor y guionista entre otras de El Cartero siempre llama dos veces (1946), está llena de referencias literarias, desde el mito de Caín y Abel interpretado en la cinta por Gregory Peck y Joseph Cotten, hasta el simbolismo desesperado de una Madame Bovary o la perfidia de los “malos” del cine negro americano.
Duelo al sol es una película psicológica, arquetípica de la trascendencia del hombre ante el mundo y la belleza, encuadrada en un formato de Western de grandes paisajes, hermoso color, caballos al galope, revólveres y ferrocarril, una aventura de hombres que pareciera que tienen que cruzar océanos de tierra y polvo y solamente están atravesando el leve y tortuoso camino que existe entre la mente y el corazón, entre la razón y las razones que el corazón posee y que la misma razón no conoce –como reprochara Pascal a Descartes-. Es una gran filosofía asesorada fotográficamente por el mismo Von Sternberg ante la disconformidad de un King Vidor que abandonó al final la dirección, pero que Selznick entendió que su sello de gran cineasta estaba en la gran película que se había realizado, como si hubieran construido doscientas películas en vez de una.
En un año donde la gran película -casi documental- de William Wyler, Los mejores años de nuestra vida, se alza como el faro cinematográfico del momento, por su denuncia y reflejo de la atrocidad de la Segunda Guerra Mundial, Duelo al Sol emerge como ese sueño romántico a través del color y de la belleza de sus personaje y actores, bajo una luz sensual que causó revuelo en su época.
Como un doctor Frankenstein del momento o mejor ese moderno Prometeo, Selznick pensó en la cinta como un ensayo de investigación para elaborar la justa medida de marketing, analizando los gustos del público y sus pensamientos ególatras sobre la propia industria cinematográfica de los años cuarenta. Un auténtico genio envuelto en su propia locura, como quizás le sucedió a Welles en 1940 con su Ciudadano Kane. Como dice el proverbio griego, “mientras el tímido reflexiona, el valiente va, triunfa y vuelve”; Duelo al Sol.
Pedro Fuentes, Humanista. (25 de Enero de 2020).
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