Título original: Dispongo de barcos
Dirección: Juan Cavestany
País: España
Año: 2010.
Duración: 80 minutos
Género: Comedia.
Reparto: Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Diego París, Andrés Lima, Juanjo del Rey.
Guión: Juan Cavestany
Producción: Juan Cavestany, Antonio de la Torre, Bela da Costa
Estreno en España: 11 febrero 2011.
Hace años, un grupo de jóvenes inquietos, todos ellos amantes del cinema, decidieron poner en marcha un sketch humorístico, basado las desventuras de un cuarteto de atracadores que hubieran hecho enflaquecer al propio Stanley Kubrick. Resultado de esta colaboración nació el cortometraje El último golpe, afortunada producción que alcanzó cierta notoriedad y animó a protagonistas y director, Juan Cavestany, a imaginarlo como largometraje. Diez años han pasado, y el que fuera un experimento embrionariamente amistoso, ha visto la luz del proyector bajo el título de Dispongo de barcos, incursión del realizador de Salir pitando y Gente de mala calidad en el género de la “comedia surrealista de acción mental”.
Rodada con handycam y en días sueltos durante más de un año, esta descripción a vuelapluma puede evocar la risión, la carcajada incluso, de no ser porque Dispongo de barcos está hecha con celo desde el primer fotograma. Sin presupuesto, es cierto, pero con mimo indudablemente. Este mimo se percibe en el equipo, compenetrado y querido, que se ha volcado con el proyecto sin caer en el desánimo, tan sencillo y tan frecuente en estos casos. Se palpa porque los productores, Cavestany, Bela da Costa y Antonio de la Torre, han puesto tanto de sí, que resulta incluso agotadora la labor de gestación, parto y promoción que llevan a cabo. Y se ve porque el filme, surrealista, sincopado, difuso y dadaísta, está emparentado con un toque muy nuestro, muy Mihura, que siempre ha germinado en el fecundo vergel de la creatividad española: el absurdo.
No se puede pedir convención alguna a esta hora y media de conversaciones desgastadas, diálogos ilógicos y situaciones límite, todo ello aderezado con una buena porción de crítica, de cinismo, de júbilo y de tristeza. Algunas situaciones, desternillantes bajo cualquier ángulo, dan paso a sucesos incomprensibles, densos, que no obstante mantienen una coherencia narrativa -pese a su irracionalidad-, que sostiene una trama bien hilada, aunque caleidoscópica.
Los cuatro intérpretes, entre ellos el nominado al Goya a Mejor Actor Antonio de la Torre, y el actor teatral Roberto Álamo (actualmente en la escena madrileña con una versión de Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams), son los únicos protagonistas de esta historia sin parangón, en la que cuatro hombres intentan salir de la crisálida de la ingravidez sin perspectiva, sin ilusión y sin ánimo. Quizá habría de achacarle, eso sí, un exceso de testosterona, añorando la presencia femenina de manera activa, y no meramente pasiva con planos de cuello para abajo, como si se tratase de una versión varonil de Mujeres de Cukor, algo menos poética, naturalmente.
Una película bizarra y bienintencionada de un realizador valiente, capaz de escindirse de la main-stream con una propuesta única, onírica, a retazos comparable con Jordá y Lynch, con Samuel Beckett, con la psicodelia y el simbolismo, que nos introduce en un mundo en el que nadie está satisfecho con su voluntaria inmovilidad.
¿Por qué? Se preguntarán muchos al ver la película. La respuesta es clara: ¿y por qué no?
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