reza come amaTítulo original: Eat, pray, love.
Dirección: Ryan Murphy.
País: USA. Año: 2010.
Duración: 142 min.
Género: Biopic, drama, romance.
Interpretación: Julia Roberts (Liz Gilbert), James Franco (David Piccolo), Richard Jenkins (Richard), Viola Davis (Delia), Billy Crudup (Stephen), Javier Bardem (Felipe).
Guión: Ryan Murphy y Jennifer Salt; basado en autobiografía de Elizabeth Gilbert.
Música: Dario Marianelli.
Fotografía: Robert Richardson.
Montaje: Bradley Buecker.
Distribuidora: Sony Pictures Releasing de España.
Estreno en USA: 13 Agosto 2010.
Estreno en España: 24 Septiembre 2010.

Valga como premisa mi total disconformidad con el rating de esta película; definitivamente, Come, reza, ama no está dirigida a todos los públicos. Y no lo está porque se trata de un filme de cambio generacional, concreto, conducido por una mujer aquejada de un problema nada baladí y del todo globalizable que, no obstante, no va a entender la mayor parte de la población. No es, insistimos, una película apta para todos los paladares.

Que la novia de América haya entrado en crisis existencial, Camus y Sartre al margen, es de por sí significativo respecto al caos integral que se extiende de polo a polo, de meridiano a meridiano. La desgana, el hastío, la abulia que provoca una sociedad que nos asigna un guión preestablecido cuyo incumplimiento empuja al errar apátrida y al ostracismo, ha llegado a imponer un poso tan amargo, que el cine parece haber encontrado en su representación un filón suculento aunque destemplado.

Así sucede con la vida de Liz Gilbert (Julia Roberts), novelista y reportera de viajes que, cansada de su insatisfactorio matrimonio, su galante vida social y su atento círculo de amigos, decide poner tierra de por medio –en sentido estricto-, y reencontrarse a sí misma tras años de soledad interior y de resignación. Su primer contacto con el mundo exterior es meramente sensorial. Decidida a dejarse seducir por la gastronomía italiana y su dolce far niente, Liz se adentrará en una Roma más literaria que verídica (a todas luces retórica, romántica y estereotipada), para descubrir que todavía sabe disfrutar del placer -ajustadamente culinario-, apostando una vez satisfecho su apetito, por un segundo estadio en su escalinata hacia la realización personal.

La espiritualidad será, entonces, la guía de su movimiento, sumergiéndose en la paupérrima India para reencontrarse con la sensibilidad religiosa que de hecho nunca ha poseído, aunque ésta venga de la mano del silencio, los trabajos forzados y la amenaza de malaria. Obtenido el equilibrio formal (el contenido todavía se resiste a aparecer), desemboca en Bali, un paraíso perdido en el que le espera el último paso para su renacer, éste es, el amor. Atropellada primero, y seducida después, por un atractivo brasileño (Javier Bardem), Gilbert irá perdiendo sus reticencias amorosas, entregándose a la última experiencia sensual que, presumiblemente (no de facto), le cambiará la vida.

Irregular y excesivamente melodramática, el director de las famosas series Glee y Nip/Tuck, se atreve a llevar a la gran pantalla el best seller de Elisabeth Gilbert, una novela autobiográfica que, en manos de Ryan Murphy, se acerca más a los reportajes del National Geographic que al abecedario de la bibliografía de autoayuda. Con una fotografía que recuerda en tonalidad a las últimas producciones de Woody Allen, especialmente Vicky, Cristina, Barcelona, esta película emana, no obstante, más profundidad de lo que sus 130 minutos pueden aparentar en una primera aproximación. Y no por su moralina, ni por su sesgada perspectiva neoyorkina urban bohemian, ni tan siquiera por el trasfondo de doliente pérdida que supura cada fotograma, sino porque siempre resulta agradable una película norteamericana cuyos protagonistas no se resuman en una horda de adolescentes varones, en plena efervescencia hormonal, capaces de emitir los más variados y ofensivos improperios, y todo ello bajo el beneplácito de una platea adormecida por la inanición emocional.

Resulta todo un hallazgo el recuperar a una de las más taquilleras actrices de Hollywood (olvidadas por esa máxima cruel de una industria en la que la mujer no existe a partir de los cuarenta), que en esta Come, reza, ama actúa de manera cumplida y aun notable en ocasiones, y cuyos secundarios (Javier Bardem, Viola Davis e increíble Richard Jenkins), contribuyen a su resalte y lucimiento.

Una cinta que, como moraleja, encuentra su punto culminante en la restauración personal, un mensaje que cumple con las expectativas del espectador y que demuestra que, si bien se presentan dolorosas, “las ruinas son el camino a la transformación”. No es un mal mensaje, en efecto, aunque insistimos, no será comprendido por todos los públicos. Tibieza u hondura, no hay término medio.

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