carta blancaTítulo original: Hall pass.
Dirección: Bobby Farrelly y Peter Farrelly.
País: USA. Año: 2011.
Duración: 105 min.
Género: Comedia.
Interpretación: Owen Wilson (Rick), Jason Sudeikis (Fred), Jenna Fischer  (Maggie), Christina Applegate (Grace), Richard Jenkins (Coakley), Nicky Whelan (Leigh), Stephen Merchant (Gary), Bruce Thomas (Rick Coleman), Tyler Hoechlin (Gerry), Alyssa Milano (Mandy).
Guion: Pete Jones, Bobby Farrelly, Peter Farrelly y Kevin Barnett.
Producción: Bobby Farrelly, Peter Farrelly, Bradley Thomas y Charles B. Wessler. Fotografía: Matthew F. Leonetti.
Montaje: Sam Seig.
Diseño de producción: Arlan Jay Vetter.
Vestuario: Denise Wingate.
Distribuidora: Warner Bros. Pictures International España.
Estreno en USA: 25 Febrero 2011.
Estreno en España: 6 Mayo 2011.

No existe en español una palabra que, de hecho, se usa con cierta frecuencia, una palabra que personalmente empleo bastante y que aplicada a Carta blanca podría dar cuenta del desmedido catálogo de despropósitos en que los Farrelly han incurrido para sorpresa de su público habitual. El concepto en cuestión es fraseario y, el de esta película, está nutrido hasta el dislate.

Nunca hasta ahora se había concebido un filme en el que pudieran coincidir tal cúmulo de expresiones desfachatadas, para vertebrar un argumento manido y nada sorpresivo, con unos protagonistas gastados desde el primer minuto de metraje. La idea es simple: dos matrimonios aburridos deciden, por necesidad extrema del cónyuge masculino, otorgarse una semana de libertad, siete días de pura carta blanca para cumplir todas las fantasías eróticas, reprimidas y dolorosamente frustradas causadas por tantos años de yugo marital. Tanto Maggie (Jenna Fischer), como Grace (Christina Applegate), están incomodadas porque sus respectivos maridos se encuentren hastiados de su relación, mirando incansablemente a toda fémina que por azar se cruza en su camino, idea que les lleva a abandonar la casa familiar y tomarse unos días de descanso en la costa.

Mientras esto ocurre, Rick (Owen Wilson) y Fred (Jason Sudeikis), se plantean su semana con unas expectativas difíciles de cumplir, que implican no sólo tener quince años menos, sino un nivel físico y psicológico que ya ninguno puede alcanzar. Sus ansias hasta ahora refrenadas encuentran por fin un aluvión inabarcable de estrógenos a su mano que ni Rick ni Fred querrán desaprovechar, desdeñando sin embargo la posibilidad de que sus mujeres estén haciendo buen uso de la carta blanca recíproca, esto es, la infidelidad “permitida” de sus propias esposas. Lo que parecería un ajuste de cuentas para con los maduros insatisfechos que pueblan con sus miradas gimnasios, calles y bares, se convierte en manos de los Farrelly en un desatinado argumento que incurre con ingrata frecuencia en patéticos comentarios tan fuera de lugar como sangrantes. Acaso el más despiadado lo constituya el rancio y  antediluviano alegato esgrimido por Fred para convencer a Rick de que haga buen uso de su legítima semana libre. Aviso para navegantes, su desfachatez hiere la sensibilidad de los bienpensantes: “¿acaso no le has dado todo a tu mujer? De pequeña quería una casita y tú se la has comprado; quería una cocinita con horno y tú se la has dado; quería sus niños y tú con tu pene se lo has entregado”. Ante tal disertación pocas vísceras permanecen impávidas.

Pero el fraseario de los Farrelly todavía ahonda más en su pedestre locuacidad, con frases terribles como “madres, esconded a vuestras hijas”, o la espeluznante: “siempre he creído que la función de la mujer de diez de la noche a seis de la mañana era fingir en todo”.

Si a esto añadimos que el cuartel general de un hombre debe ser el bar, y el de una mujer la cocina (a más señas con horno pirolítico y encimera de granito brasileño que una desconocida Alyssa Milano anhela, y que por cierto no puede conseguir por estar su marido hipotecado por las prótesis mamarias que tan poco le favorecen); si aderezamos, insisto, este canto a la vulgaridad con una improbable discusión masculina en la que se cuestiona si prefieren besar a un hombre o que les practique una felación; o mejor, enseñar cómo se lleva a cabo una “comida falsa”, solicitar un masaje con “final feliz y beso negro”, o señalar aberrantemente que a una mujer no se le puede hacer pensar que se la necesita para un eventual desfogue porque esto acaba con el equilibrio de poder, nos encontramos con un batiburrillo indigesto tal que, sin duda, les apetecerá solicitar el reintegro del capital invertido en el filme, incluso si fue con descuento.

Que la moralina redentora final venga a paliar ciento cinco minutos de traición al sentido común y a la igualdad, resulta todo un insulto para el intelecto. Y máxime cuando no existe arrepentimiento ni exoneración, sino aguante y muchos grados de cinismo, el que muestran estos nuevos hombres de los Farrelly, quienes prefieren mantenerse al lado de aquellas que todavía les ofrecen carne a buen precio, unas mujeres que, para los realizadores, deben sentirse satisfechas porque el patetismo que les espera fuera de sus hogares, es aún más descorazonador. Y descorazonador es, en definitiva, asistir al retroceso mental y social de unos guionistas y directores que nos conmovieron con personajes femeninos fortalecidos y unos hombres desastrosos aunque profundos. Lástima que con la edad los Farrelly hayan llegado a ver y retratar a contrapelo la decrepitud de una humanidad que no puede vivir en comunión con pareja, pero tampoco sin ella. Lástima.

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