Nunca he sido dada a los aforismos, recetarios populares o refranes variados. Siempre he sido más bien pausada, esperando que los proverbios pudieran emerger de mi propio ingenio, sin sacar a relucir anecdotarios extendidos, por atinados que éstos fueran. Quién lo diría; estaba en lo cierto Heráclito cuando dogmatizaba que todo cambia y nada permanece. Y es que no encuentro mejor manera de exponer una sospecha que de largo me atenaza, que sacando a relucir un axioma muy aplaudido y triste, que exalta la fortuna de la menos agraciada (el matiz femenino aquí es imprescindible), frente a la bella que se queda atrás en lances de suerte. Nadie podía augurar que a estas alturas, este recelo pudiera recobrar presencia en nuestras agendas.

eva al desnudo

Fotograma de Eva al desnudo. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Inquietada por la conocida banda sonora que han decidido asignar a un a priori cándido anuncio de crema de cacao, enseguida reconozco la sintonía de Jimmy Soul y me aventuro a descifrar la letra completa. El título de la melodía no puede ser más festivo If you wanna be happy, y en ella se asegura, con la candidez de infantes haciendo sus cánones a capela, que si un hombre desea ser feliz, debiera decidirse por una mujer fea y no por una bella, pues aquélla –pero sólo desde su personal punto de vista-, no sólo le tendrá la comida a su hora, sino que además no quebrantará su paz mental. Permítanme añadir que esta letra, pronunciada por un coro de menores chispeantes dispuestos a ofrecer sus gorgoritos al más tierno chocolate para untar, me resulta insólita e incomprensible. Qué enajenación o desconocimiento del idioma han obrado en los creativos de esta marca, es para mí un hecho extraordinario, digno de estudio.

Es cierto que la incorrección política respecto a ciertos temas, resulta tan farragosa como innecesaria en ocasiones; perdidos en un sinfín de meollos autoimpuestos, cambiamos de dirección, de sentido y hasta de rasante con tal de no quedar en evidencia ante un colectivo que pueda ofenderse por el curso de nuestra conversación. De ahí a la laxitud con que se toman ciertos temas, empero, va un trecho y muy mal señalizado, sobre todo en lo que a mujeres se refiere. Olvidando que se trata de un anuncio infantil, o al menos dirigido a un público joven –y esperemos que escasamente versado en idiomas extranjeros-, sorprende que nuestros medios de comunicación no hayan cesado de insistir en los estereotipos como preceptos reglados para ajustar nuestro comportamiento. El cine en concreto, no ha dejado de hacer incómodos distingos entre sus actrices bellas y sus grandes actrices, las apodadas de “carácter”, como terrible eufemismo que escondía en su trastienda todo aquello que no podía ser considerado dentro del cauce de lo canónicamente bello. Hace apenas unos años, en otoño de 2007, se elaboró incluso una lista titulada “25 Ugliest Celebrities in Hollywood”, que incluía entre sus filas desde la desalentadora Anne Ramsey (mítica en papel de mamma italiana en los Goonies), hasta Tilda Swinton, Sarah Jessica Parker o Helena Bonham Carter. Lo retorcido del tema, si me permiten la indignación, es ese avieso fatum que ha logrado hacer realidad el singular dicho, desembocando efectivamente en que la suerte de estas mujeres sea envidiada por otra gran mayoría, seguramente conformada por féminas más agraciadas que ellas (descartemos de entre las afortunadas a Ramsey).

Quién puede negarle a Swinton su incombustible charm, capaz de simultanear a varios varones, y encandilar a la mitad del mundo con su fría distancia; quién osaría quitarle el puesto a SJP como gurú de la moda e it girl, capaz pese a las críticas de conquistar a Matthew Broderick, a Mr. Big y a los seguidores más fashion de la HBO; y quién puede arrebatarle a Bonham Carter, con sus voluntarios y forzados despropósitos estilísticos, su exquisito encanto, preparado para romper el binomio “Ken & Em” (Kenneth Branagh y Emma Thompson), incorruptiblemente unido en el imaginario colectivo desde Mucho ruido y pocas nueces, y a quien se había apodado con el título de “Pareja real del cine inglés”. La respuesta es unánime: nadie.

Y es que nadie, del mismo modo, había podido dilucidar en décadas pretéritas, que mujeres andróginas, desgarbadas, desvaídas pero poderosamente turbadoras como Marlene Dietrich, Greta Garbo o Gloria Grahame, pudieran desbancar en éxito a femmes fatales como Lana Turner, Lauren Bacall o Marilyn Monroe. Es más, el propio Billy Wilder, quien poco se prodigó en alabar a sus actrices, confirmó, certificó y juró su incondicional querencia por la Dietrich, prefiriéndola frente a las más voluptuosas bellezas sin ninguna duda.

Pero indudable es, y siempre lo será, la belleza recelosa, altiva y profunda de una de las más bellas entre las deslucidas de Hollywood, Bette Davis, nombre ronco en la garganta de Kim Carnes, descomunal en la gran pantalla. Y todo ello a pesar del humor de este Premio Donostia (ahora que el Certamen está en ciernes), de su mal genio, de su poderío e insolencia, sólo posibles en una gran estrella como lo era ella. Su Jezabel, su Loba y su ¿Qué fue de Baby Jane? no sólo exasperaron a Joan Crawford, gloriosa enemiga de Davis, sino que enamoraron a una hilera de hombres, entre ellos William Wyler o Howard Hughes

Quizá sea cierto que la suerte de la fea, la guapa la desea, qué importa. Al menos en el cine esta norma habría quedado patentizada tras años y años de enérgica implantación. Lo que resultaría magnífico (ya porque es edificante, ya porque no ofende a ningún individuo), sería evitar etiquetas, protocolos y rótulos sobre ninguna actriz, y que fuera su talento, y no la adecuación estética, lo que llevara a su catapulta y consagración. No nos atañe si alguien es o no es agraciado, lo mismo da; lo relevante, lo que realmente interesa, es poder llevar nuestra individualidad como bandera. De otro modo, díganme quién si no Bette Davis, podría alguna vez lucir los desmayados y celebérrimos Bette Davis´ Eyes.

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