Se llamaba Dubrovnik y no Rick´s, pero también allí había algo que no se podía olvidar. Su pianista, con esmeralda en el anular y aspecto de gentleman, cantaba al amor y a la pasión en un local que, sin estar en Casablanca, también destilaba tono de refugio y de solemnidad ritual. De allí parte la acción de Nubes pasajeras (1996), película escrita, dirigida y producida por el siempre cismático Aki Kaurismäki, un autor al que debemos que el cine sea más surrealista que de ficción y seguramente más cómico que trágico, aunque sea la tragedia la que envista repetidamente a sus siempre idénticos personajes.

Nubes pasajeras (1996, Aki Kaurismäki), producida por Sputnik, distribuida por Musidora Films. Cameo Films, Vértigo Films. Todos los derechos reservados.

Cierto que sus historias podrían pasar en cualquier lugar del mundo, verdad que sus situaciones fueron plausibles antes y seguramente lo serán también después, pero el cine de Kaursimäki es esencialmente finlandés y contemporáneo, inexcusablemente pegado a la actualidad. Apunta que sus películas no son obras maestras pero que documentan su tiempo y esta afirmación, a medias, resume toda su verdad; porque si bien el cine del realizador de Orimattila es verdaderamente una obra maestra, también lo es que conociendo su obra se puede entender mejor qué sucede en la mente de una generación -y ya van varias-, castigada por la soledad, el abandono institucional, la falta de subsidio e incluso de esperanza. Pero no carente de compasión. El amor de esta manera entendido vertebra cada una de las películas del autor, y así es que al acercarse al cine del realizador finlandés, se comprende el sentido del amor en su máxima expresión, la solidaridad, la complicidad de una pareja, el apoyo con inclemencias pero sin condiciones. Un amor que va más allá de las frías fronteras sociales y que hace que cada pared desnuda invite al compañerismo; que cada cigarrillo compartido sea una celebración, y cada cerveza a cuenta ajena sea un homenaje a la humanidad. Aunque sólo compartan una desventurada patata. Aunque sólo se coman media.

La suerte del tres de tréboles
Ilona (Kati Outinen), es la maître del restaurante Dubrovnik, un local afamado en los años cuarenta pero que ha perdido el brillo y esplendor obtenidos tras la guerra. Aunque Ilona se afana en satisfacer a su clientela, la mayoría octogenarios que se resisten a admitir que el local también ha envejecido, no puede sino admitir que el establecimiento de su amiga Rouva Sjöholm (Elina Salo), tan sólo cosecha pérdidas. A ello tampoco contribuye un chef perdidamente beodo, Lajunen (Markku Peltola), ni un portero pasivo y demodé, Melartin (Sakari Kuosmanen), perteneciente a otra época, y cuya utilidad se ve mermada en una contemporaneidad donde los modales y los porteros ya no son necesarios. Todos ellos reciben la noticia de que el Dubrovnik debe cerrar, sus acreedores han hecho bien su trabajo y los bretes que han endeudado a la señora Sjöholm han llenado su cuenta corriente de aprietos. Este hecho no constituiría por sí mismo una tragedia de no ser porque el marido de Ilona, Lauri (Kari Väänänen), recibió la misma noticia hace un mes, cuando un naipe del tres de tréboles falló su despido, justo cuando decidió que era hora de tener un televisor a pesar de no haber pagado todavía los plazos de la estantería del salón. Estantería desnuda, no hay dinero para libros.

Nubes pasajeras (1996, Aki Kaurismäki), producida por Sputnik, distribuida por Musidora Films. Cameo Films, Vértigo Films. Todos los derechos reservados.

Pero el matrimonio de Ilona y Lauri es plácido. No hay riqueza ni hijos, tampoco hay buenos cuadros ni más ropa que la justa, siempre la misma; sin embargo hay paz y comunión. Si ella está cansada, él la arropa; si él está hundido, ella le recoge. A él le gusta la cerveza y también el bar; a ella fumar y verse con sus antiguos compañeros. Ambos se aceptan. En la riqueza y en la pobreza han conseguido el equilibrio. Sin histrionismo, sin grandes aspavientos, Lauri e Ilona buscan un nuevo trabajo. No es fácil, no hay ofertas: él pretende reconvertirse en conductor de autobús pero nadie se percató de que mientras llevaba el tranvía, había perdido la audición. En lugar de un puesto de trabajo, Lauri pierde el carnet de conducir. Ella ha fregado platos, ha sido camarera y aunque consiguió ser maître, ahora ya no la aceptan en la rama de hostelería y menos en su profesión: “es usted mayor para camarera”, le recriminarán con sorna. Pero Ilona tiene treinta y ocho años. “Puede usted morir en cualquier momento”, le contestarán. Las situaciones disparatadas y tragicómicas se suceden una tras otra a lo largo de los vanos intentos realizados por recuperar su sueldo con modestia. La televisión se pierde. Los muebles se embargan. El coche se vende. El mundo se derrumba pero estos dos enamorados siguen adelante. Siempre hay dinero para unos claveles, tres o cuatro, por tristes y esmirriados que sean. Siempre hay tiempo para una sonrisa cómplice, para una sopa de letras compartida mientras se anuncia un desahucio; para un consejo de amigo y el esfuerzo común para superar las dificultades sea como sea. Ella es emprendedora y él la quiere, se puede salir adelante, se puede conseguir aunque sea apostando a la ruleta o pidiendo un crédito. Se puede soñar con tener un restaurante llamado Trabajo (Työ). Siempre hay tiempo para el amor en el Ravintola Työ.

Por amor a la vida
Quizá la lección más importante que se pueda extraer de Nubes pasajeras y del cine de Kaurismäki, amén de su inagotable capacidad para crear situaciones impactantes, metafísicas y de igual forma desternillantes, sea su inacabable pasión por retratar la vida. Como todo retrato, sus obras no se abstienen de mostrar los surcos de la erosión, los sinsabores, las decepciones, las cicatrices que sólo tienen quienes verdaderamente han vivido. Y es en esa vida trillada, repleta de padecimientos y desengaños, tan bañada en alcohol y en unas cuantas tristezas, donde Kaurismäki muestra lo mejor de lo humano, su ilimitada  posibilidad de amar. Como puntearía una guitarra perdida y la voz grave de Chavela Vargas, siempre hay quien comparta con sus protagonistas los golpes que da la vida, alguien que inste a tomar “esta botella conmigo, en el último trago nos vamos”, aunque no lo hagan con voz sino con silencios; incluso cuando ninguno de los dos pueda pagarlo.

Nubes pasajeras (1996, Aki Kaurismäki), producida por Sputnik, distribuida por Musidora Films. Cameo Films, Vértigo Films. Todos los derechos reservados.

Y lo hace de manera limpia, sin retoques, sin delincuencia. Sus personajes siempre están en el umbral de la pobreza pero son enormemente dignos, planchan su camisa, remiendan sus zapatos, plantan sus tubérculos, acuden a la caridad. A los mismos rostros los hemos visto protagonizar todos los títulos de Kaurismäki, desde la Trilogía del proletariado a la Trilogía del perdedor (o Trilogía Finlandesa), los mismos intérpretes aparecen en toda su filmografía, bien transversalmente, bien de forma central. Su actriz fetiche, Kati Outinen, ha protagonizado más de trece cintas de Kaurismäki obteniendo por su papel en Un hombre sin pasado (2002) el Premio a la Mejor Interpretación Femenina en el Festival de Cannes. Coprotagonizaba la película Markku Peltola, presente igualmente en gran parte de los filmes de Kaurismäki, como también lo hacen Elina Salo y Sakari Kuosmanen, todos ellos intercambiables en los más variados roles, intermitentes en sus apariciones y siempre punzantes en sus intervenciones, con su expresión inexpresiva y su tono cortante, lacónico y monosilábico.

No es sencillo interpretar para Kaurismäki, ni tampoco fácil encarnar las historias que su creatividad diseña. Su cine de azulejos humildes, fríos containers y ventanas desconchadas sólo se amolda a una interpretación minimalista, reducida a la mínima expresión. Un mundo donde el amor triunfa contra todo pronóstico, donde mientras haya un cigarrillo que compartir y una gramola, nunca faltará el calor humano, la pulsión de la vida. Un mundo en el que una maître de abrigo granate viaja con su marido en un tranvía que nunca se llamará deseo, pero que pese a los aprietos y los sufrimientos, siempre irá repleto de pasión y complicidad.

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