Por Chumilla-Carbajosa
Pertenezco a ese reducido número de privilegiados directores de cine que han tenido a Elías Querejeta como productor, e incluso como co-guionista. Este es el caso del largometraje El Agua de la Vida la última película que hicimos juntos en 2008. También soy el último director con el que Elías trabajó, algo que extrañamente siempre intuí o incluso predije desde que en 1987 produjera mi cortometraje El número marcado, una de las obras que formaban parte del proyecto 7 Huellas, junto a otros cineastas de mi generación como Gracia Querejeta o Julio Médem.
El productor Elías Querejeta recogiendo el Goya a la mejor película por Los lunes al sol. EFE. Propiedad de La Vanguardia
Nuestro primer encuentro se produjo en Murcia en 1986, en la fiesta de inauguración de la desaparecida Semana de cine español, que con tan buen hacer dirigía por aquel entonces Joaquín Cánovas. Elías recibía un homenaje por toda su carrera y yo, recién llegado de Roma, había sido invitado a presentar mis cortos italianos, en particular Berenice que acababa de recibir un premio europeo. Invité a Querejeta a que viera mis trabajos pero no vino a la proyección. Aquello me entristeció pues desde adolescente siempre soñé con trabajar con él, después de haber visto La Caza de Carlos Saura. Pero curiosamente meses más tarde Querejeta organizó una proyección para ver mis cortos de 16mm en los desaparecidos estudios EXA de Madrid, en un pase privado al que asistió Elías, su hija Gracia, mi hermana que también se llama Gracia, y mi primo Pablo, que por capricho del azar había sido compañero de colegio de la hija de Elías. Al terminar la proyección del último corto, se encendieron las luces y nos trasladamos a la cafetería para charlar. Elías no manifestó ningún elogio pero tampoco dijo nada negativo. Jamás en la vida le he visto elogiar abiertamente mi trabajo ni el de ninguno de mis colegas. Así era su carácter. La ausencia de elogios y de reproches significaba que algo le gustaba, lo que era más difícil adivinar era cuánto. Así que algunas semanas después me invitó a comer y me propuso participar en un proyecto en el que siete jóvenes directores harían con él su debut profesional, rodando cada uno un cortometraje en 35 mm. Sin duda aquello supuso un momento decisivo en mi carrera cinematográfica. En esa experiencia, a veces complicada pero excitante, descubrí a Querejeta como productor omnipresente, quien se implicaba en todos los aspectos de la película, no solo en los productivos sino también en los creativos, discutiendo con vehemencia cada detalle del guión, de la realización, del montaje… No había imposiciones manifiestas pero sí presiones caracteriales que originaban momentos de crisis, pero que al final beneficiaban a la película a través de una extraña simbiosis entre el universo querejetiano y el de uno mismo que obviamente aún no estaba tan formado como el suyo.
Quizá ese conflicto creativo, que todos sus directores hemos experimentado de algún modo en mayor o menor medida, hizo que pasaran muchos años antes de que decidiéramos volver a trabajar juntos. Fue en 2005, cuando me propuso dirigir un documental sobre el mundo de la magia titulado Magos como tú. Luego vendría Buscarse la vida (2007), una historia sobre indigentes, inicialmente concebida para la televisión pero que finalmente se convirtió en un largometraje cinematográfico. A pesar de los años transcurridos, Elías conservaba intacta su fuerte personalidad, esa mirada incisiva y la peculiar simpatía y cordialidad que ocultaba tras su apariencia de Mr. Burns, el inquietante propietario de la planta nuclear de Springfield y jefe de Hommer Simpson, cuyo dibujo parece su amarillo retrato. Querejeta era una de esas personas que tienen algo especial, que se escapan a los encasillamientos y que sin duda no pasan desapercibidas. Nunca supe por qué (salvo pequeñas incursiones en el mundo de la realización) renunció a ser director. Él solía decir, medio en broma, medio en serio, que con un buen guión y un buen montador, una película la puede dirigir cualquiera. No era muy partidario de virtuosismos o excesos audiovisuales. Sus recomendaciones eran: “el maquillaje que no se note, el vestuario que no se note, la fotografía que no se note”… Y por tanto, “la dirección… Mejor un buen plano fijo, que un travelling gratuito…”. De aquí partieron sus discrepancias con Julio Médem, que yo viví en primera persona, pues me tocó mediar entre ambos. Sea como fuere, trabajar con él era apasionante, un reto continuo que exigía grandes dosis de determinación y coherencia para estar a la altura de los envites dialécticos del Productor con mayúsculas.
Así que Elías nunca fue un productor al uso, sino más bien un autor que convirtió paradójicamente el oficio de productor en la herramienta más adecuada para plasmar su universo, mucho más que la del tradicional oficio de director. Lo lógico, si quieres controlarlo todo o casi todo, es aunar las dos figuras como yo mismo he terminado haciendo, o como hicieron en su día Billy Wilder, Alfred Hitchcock, José Luis Borau, Wim Wenders, Francis Ford Coppola… Pero Elías encontró una fórmula distinta, tal vez al estilo de David O. Selzinck, cuando el gran productor norteamericano quiso hacer Lo que el viento se llevó, película que pasó por las manos de cinco directores distintos de cuyos nombres muy pocos se acuerdan. Por eso, en las película de Querejeta nunca veréis eso de “una película de…” (con el nombre del director). En todas ellas aparece primero su marca “Una producción Elías Querejeta”. Y al final, un sencillo “guión y dirección de…” o “director” a secas, cuando Elías no participaba también como guionista. No vamos a quitarle méritos a los Saura, Erice, Chávarri, Gutiérrez Aragón, Armendáriz, León de Aranoa…, en cuya lista me incluyo. Elías se ha valido del talento de todos nosotros para crear el cine que a él le gustaba, de igual modo que nosotros, directores, nos valemos del talento de los actores, guionistas, operadores, escenógrafos, montadores, músicos… También podríamos decir que Elías Querejeta ha sabido sacar lo mejor de cada director con el que ha trabajado pues al final, más allá de los egos, como él mismo decía, “lo importante es la película”. Pocos han sido los directores, que después de trabajar con él, han hecho cosas mejores por su cuenta. Esto hay que decirlo claro, aunque le pese a algunos. Así que todos, de un modo u otro, debemos agradecerle su testarudez y pasión pues Elías amaba al cine y mimaba sus películas como muy pocos productores hacen. Eso le honra y le convierte en uno de los grandes cineastas españoles, diría incluso europeos o internacionales, del siglo XX.
A Elías le gustaba repetir, citando a Saint-Exupéry, el autor de El Principito, que su patria era la infancia. Y como nació en Hernani, su patria era Hernani. Ni España ni Euskadi… Yo le dije en una ocasión que, según sus palabras, debería reivindicar también su patria murciana, pues Elías Querejeta pasó algunos años de su infancia en Murcia, cuando destinaron a su padre a esta tierra como Gobernador a principios de los años 40. Las primeras palabras del pequeño Elías al pisar tierra murciana, tras un largo viaje desde las verdes praderas del País Vasco, fueron: “Amá, estamos en la Luna”. Esto me lo contó Elías en una de esas interminables comidas o cenas que solíamos compartir durante la preparación de algún proyecto común. Por eso, cuando le propuse hacer juntos una película sobre el río Segura, teniendo a Murcia como eje central, aceptó ofreciéndose para que escribiéramos juntos el guión. Así nació El Agua de la Vida. Suya es la idea de un río que habla y mía es la idea de un río que recuerda épocas pasadas. Elías me habló de sus días de escolar en los Maristas del Malecón, de su casa cerca de la Plaza de Santo Domingo y de sus veranos en el monte, en una finca de Jumilla. Su padre debió ser un personaje importante en aquellos años pues recuerdo que, cuando era adolescente, descubrí una extraña lápida en el exterior del Santuario de la Fuensanta que rezaba: “A la memoria de Elías Querejeta”, refiriéndose obviamente al tocayo padre del cineasta. He vuelto en alguna ocasión para encontrarla de nuevo pero ha desaparecido.
Imagen del cineasta Juan Manuel Chumilla Carbajosa
El Agua de la Vida es un viejo sueño que logré producir gracias a Elías y por ello le estaré siempre agradecido. Ningún otro productor español se habría embarcado en un proyecto cuyo protagonista es un río que habla, sin actores famosos y rodado con un estilo poético, a medio camino entre la ficción y el documental; una historia universal a pesar de ser también profundamente murciana en cuyos fotogramas logramos inmortalizar la esencia de la cultura del agua, entre imágenes documentales y reconstrucciones históricas. En la película han quedado inmortalizados para siempre los frágiles paisajes del Valle de Ricote, entre otros muchos rincones de nuestra geografía fluvial… Hasta el último momento, estuvimos dudando si incluir en el plano final de la película aquellos versos de Manrique que él tanto amaba: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”… Y Elías Querejeta descendió por el río de la vida y encontró el eterno azul. Pero como en el ciclo de agua, volverá a la vida cada vez que veamos alguna de sus películas… Pues el cine es otro río misterioso en el que nos gusta reflejarnos.
Chumilla-Carbajosa
10 de junio de 2013
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