Hace tanto que sigo de cerca la carrera de Julie Delpy que, encontrarla en pleno corazón de Madrid, se me antoja absolutamente peregrino. A las puertas de la Gran Vía, ante la mirada de Don Quijote y bajo el incierto destino del Edificio España, Delpy se aproxima con discreción, sin aparentar percatarse del calor insufrible que padece Madrid a media mañana. Se acerca a la prensa de manera pausada, sin ademanes de divismo ni tampoco afectación. Es llana y risueña, malhablada y tremendamente intelectual. No habría existido papel más acorde con su personalidad que el de Céline, personaje de Richard Linklater que le encumbró como actriz y que hizo que ella y Ethan Hawke paseasen su amor antes del amanecer primero, del ocaso más adelante, y del anochecer después. Se acomoda en su asiento cerca de la una de la tarde, cuando el mercurio alcanza los treinta y cinco grados. En unas horas ha sido invitada a impartir una masterclass en la Cineteca, pero antes, mucho antes del atardecer, unos pocos afortunados tenemos la suerte de poder plantearle nuestras propias cuestiones, un privilegio que se confirma cuando le realizo la primera pregunta. Delpy escucha atenta y se coloca sus gafas mientras me confiesa no saber qué faceta de su creatividad le satisface más, en sus propias palabras: “Es difícil decidir, evidentemente la actuación es mi primer amor, pero no puedo decir qué ámbito me gusta más, ni tampoco cuál me gusta menos; me gustan todos; es como con los hijos, no puedes decir que quieres más al niño que la niña. Adoro cantar, pero también dirigir, componer, escribir y actuar”.
Mientras conversa mira y se concentra, para inmediatamente dispersar la vista y profundizar en la cuestión. Enseguida nos habla de Lolo, su nueva comedia: “Es bueno usar el humor para decir cosas serias. Aunque he escrito dramas, hoy en día las comedias tienen mayor posibilidad de financiación. Además, se puede usar un enfoque cómico para tratar temas sombríos”. Después de películas como Le Skylab, Dos días en París y Dos días en Nueva York, en su sexta película la cineasta nos introduce en el París más esnob, en el que un joven artista que se niega a abandonar el nido, estropea todas las relaciones sentimentales de su madre.
Con Dany Boon y la propia Delpy encabezando la cinta, y unos excelentes Karin Viard y Vincent Lacoste completando el reparto, la directora reconoce que tuvo suerte contando con todos los actores que tenía en mente cuando escribió el guion, quienes dan vida a una historia repleta de comicidad y crítica: “su humor es típicamente francés, pero hay algo en ella de lo que yo llamo ‘pez fuera del agua’, algo universal”. En efecto, la directora siente predilección por las películas en las que los personajes están totalmente fuera de lugar: “El otro día en la Academia de Hollywood me pidieron hablar sobre la comedia que más me había influido en la vida, y elegí ¡Jo, qué noche! de Martin Scorsese, con la que me identifico muchísimo. En ella se muestra a un chico en un mundo que no es el suyo. Yo siempre he sido un pez fuera del agua. Y es algo bueno para la comedia, algo con lo que todos podemos identificarnos. Con ello y con las familias disfuncionales –ríe-. Cuando se pasó Dos días en Nueva York en la Berlinale, me sorprendió que personas de Brasil, de Rusia, de Alemania, de todo el mundo, me dijeran que sus familias eran así. Familias disfuncionales hay en todas partes” –ríe-.
Observando a Delpy es fácil darse cuenta de que entiende el español, como el inglés en el que se expresa perfectamente. Mientras habla y escucha, capta las preguntas y es capaz de afinar las traducciones de la propia intérprete. Esta mezcla de idiomas y su propia identidad demuestran que, aunque su corazón es francés, su alma no entiende de localismos: “Los parisinos son muy esnobs, es algo que me molesta, creo que es estúpido y tonto. Yo nací y creí en París, pero allí el nivel de esnobismo es altísimo. Por eso me gusta reírme de ello. Le pasa al mundo del arte, al de la moda y al del cine. Además en Francia no sucede como en España, que hay dos grandes capitales como Madrid y Barcelona, allí solo está París, el resto es la provincia”.
Precisamente en ese entorno sitúa a Lolo (Vincent Lacoste), el protagonista que da nombre a su nueva cita, un auténtico demente capaz de planificar la destrucción de la vida personal de su madre: “Lolo es un personaje que jamás evolucionará porque está demasiado seguro, le falta el sentimiento neurótico y autodestructivo. En la película quería que el arte de Lolo fuera infantil, ya que su personaje hace cosas de niños. Algunos de sus cuadros los hizo mi hijo cuando tenía tres o cuatro años. Él no es un artista, es un sociópata; la diferencia entre ellos radica en que los sociópatas no crean, destruyen, buscan dinero. Los artistas están llenos de dudas. Esto se ve muy claro en Amadeus, de Miloš Forman. Mozart es un creador, está lleno de dudas, sin embargo Salieri intenta ascender pero no tiene vena creativa, no se destruye por el arte. El artista tiene una vida complicada”, a lo que añade: “Mi padre siempre dice: ‘solo tienen buenas perlas las ostras que se han llevado buenos golpes’”.
Desde el comienzo Delpy se muestra cómoda y cercana, desplegando una inteligencia emocional forjada tras décadas de trashumancia. Y es que, aunque vive en el engranaje de Hollywood, abomina de sus sinsentidos y desigualdades, habiéndose convertido en una figura respetada por sus colegas que, con todo, no comulga con los postulados ni el modus operandi hollywoodiense: “En Hollywood la vida de una mujer es muy corta, finaliza llegados los cuarenta. Es algo realmente loco y negativo. Se necesitan más mujeres en la dirección y en el guion. Hay vida más allá de los cuarenta para las mujeres, pero es algo muy difícil de ver en el cine”. Ante esta situación, puntualiza: “En la televisión es algo diferente, hay más espacios para mujeres que hacen cosas divertidas, como Grace y Frankie, con Jane Fonda y Lily Tomlin; también me gustó Grandma de Paul Weitz. Si hubiera más mujeres en el cine, su enfoque cambiaría; actualmente solo refleja esta sociedad en la que la juventud es un premio; quien tiene poder, puede permitirse tener un joven a su lado. Cuando me divorcié de mi primer marido, mi agente me preguntó si lo hacía porque ahora que tenía más reconocimiento, quería un jovencito de veinte años. Es absurdo”.
Delpy sabe que el cine es un reto constante y así lo demuestra con su propia carrera: “No me explico cómo algunos directores hacen películas que van mal en taquilla y, a pesar de ello, consiguen fondos para la siguiente. Para mí cada película es una nueva lucha, me siento como en el mito de Sísifo, teniendo que arrastrar esa enorme piedra por la montaña una y otra vez. Cada nueva película es como la primera”, con más sorpresa que indignación, prosigue: “Lolo, por ejemplo, es de mis películas la que más ha recaudado en Francia y en todo el mundo, ha tenido mucho éxito, sin embargo, ahora que intento encontrar financiación para la nueva me encuentro muchas dificultades; es más, jamás había encontrado tantas trabas para emprender una película”. Entre risas añade: “Quizá es porque no soy muy inteligente, porque al final siempre consigo menos de la mitad del presupuesto que necesito para sacar adelante una película. Siempre me preguntan ¿cómo lo haces para rodar una película con tan poca financiación? Pues muy sencillo, haciendo la banda sonora, actuando, escribiendo y dirigiendo la película –me mira y me sonríe, recordando la primera pregunta-, si no, no podría ahorrar la mitad del presupuesto”.
Delpy no parece ofenderse con este escenario nada halagüeño, sino que se enfrenta a él con total aceptación (que no obediencia), quizá porque sabe que la creatividad nace de la vacilación y de las inseguridades, la misma inseguridad que le lleva al oftalmólogo por creer estar perdiendo la vista y resultar, a la postre, un problema de las lentes.
También es el optimismo el que le hace mirar siempre adelante, saltarse las normas si le impiden hacer lo que debe o a dejar inconclusa la última página de todas sus lecturas: “No me gusta el concepto de fin, me gusta que todo continúe, explorar la situación, los personajes. Me gusta la continuación. Mientras estás vivo tienes algo que decir, hay una evolución. La gente evoluciona y siempre tiene cosas que decir. Para algunas personas el final es la mejor parte, allá ellos. Esto es una cosa muy mía, la de seguir pensando en las posibilidades”.
Y es que cuando se conoce a Julie Delpy y se observa su carrera, resulta impensable colocar el punto final a un libro que no ha empezado a escribirse.
Deja un comentario