Dirección: Alejandro González Iñárritu.
País: USA.
Año: 2006.
Duración: 143 min.
Género: Drama.
Interpretación: Brad Pitt (Richard), Cate Blanchett (Susan), Gael García Bernal (Santiago), Elle Fanning (Debbie), Kôji Yakusho (Yasujiro), Rinko Kikuchi (Chieko), Adriana Barraza (Amelia)
Guión: Guillermo Arriaga; basado en un argumento de Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu.
Producción: Alejandro González Iñárritu, Jon Kilik y Steve Golin.
Estreno en USA: 27 Octubre 2006.
Estreno en España: 29 Diciembre 2006.
Ningún muerto es igual que otro. No valen lo mismo todas las vidas, incluso las hay que «apenas» valen, un segundo, una bala, otra existencia que se escapa. El mundo siempre ha seguido ese rumbo, como si la mera repetición de un cliché normalizado le otorgara cierta Patente de Corso. Los inocentes también mueren, parecen repetirnos de forma constante, y así ha quedado reflejado innumerablemente en el cinematógrafo. Si bien es cierto que el concepto de película como revulsivo social no es un concepto nuevo, también lo es que el contexto New Age de un paranoico mundo globalizado cambia la perspectiva desde la que se mira, juzga y construye la realidad, ni qué decir tiene la ficción. Y es precisamente la creación de esa realidad ficcionada, la especialidad de Alejandro González Iñarritu, el realizador que ya paralizara nuestra respiración con su laureada 21 gramos. La forma en que Babel se plantea es sencilla, un juego entrecruzado de cuatro vidas en primera instancia inconexas, unidas a su -nunca- fortuito antojo en una constante yuxtaposición de enunciados dispares, que tan pronto transportan al espectador al desierto marroquí, como raudos le imbuyen en una discoteca de Tokio. No hay más trampa, ni elementos de prestidigitador al uso, tan sólo el dolor como enlace de la trilogía que comenzase con Amores Perros, en la que se ha dejado constancia de la vulnerabilidad del ser humano como un todo, a pesar de las distancias y los temores.
Porque es ésta una película del miedo, como creación que rinde tributo a quienes son capaces de superar el patológico espanto que la sociedad del siglo XXI ha desarrollado hacia el otro. Tanto en el caso de una asistenta mexicana –Adriana Barraza- humillada en la frontera por tener a su cuidado a dos niños norteamericanos; como en el de unos turistas europeos capaces de abandonar a su suerte a un norteamericano –Brad Pitt- y a su esposa herida de bala -Cate Blanchett-, el trasfondo que destila este film es el enérgico poder de seducción del miedo como auténtica arma de destrucción, que ha terminado por sumir a toda la sociedad en un pánico que emerge como acto reflejo contra cualquier individuo sospechoso de poner en peligro nuestra integridad física. Un miedo impostado que, por lo demás, consigue esconder entre sus fauces todo aquello que nos es común a la humanidad, a saber: el verdadero miedo a que muera lo que queremos. Como en otros guiones de Iñárritu y Guillermo Arriaga, ese mundo de lo cercano y lo familiar vuelve a quedar violentado por la inoportuna y vinculada acción externa, en un continuo juego de pertinaces acciones que acaban por precipitar la catástrofe: un rifle vendido por un japonés a un marroquí, que acaba en manos de un niño que, con grandes dosis de inconsciencia y puntería, dispara en medio de un desierto a un autobús en el que viaja una mujer que cae herida. Si a la tragedia que supone este infortunio se le suma que la lesionada acaba de perder a un hijo, o que la descendiente del vendedor del arma –Rinko Kikuchi- es una joven sordomuda huérfana de madre, encontramos una historia de dolor en el que la fragilidad y la emoción están a flor de piel.
Lástima que, como he dicho, este dolor no sea nunca homogéneo, y sea sentido de forma desigual dependiendo del color y vestimenta de quien lo padezca. A pesar de que el propio director mexicano afirme que para él “la patria no es un territorio, ni una frontera ni una bandera”, en el actual mundo en que vivimos la patria es mucho más que una identidad, es una excusa ineludible para ejercer el dominio sobre el otro, el desheredado. Ya lo dijo el uruguayo Jorge Drexler: “pasarán los años, cambiarán las modas, vendrán otras guerras, perderán los mismos”… Lástima, que siempre sean los mismos los que paguen los errores de un mundo que ha perdido la humanidad. Lástima, repito, que ningún muerto duela igual que otro.
Deja un comentario