“No creo que tengamos ningún problema con ella, Irving”, dijo Bing Crosby a Irving Berlin cuando en 1941, escuchó al compositor adelantarle lo que se convertiría en el éxito musical de la década de los cuarenta, “White Christmas”. Esta canción, imprescindible de la banda sonora de nuestra vida, quintaesencia del sentir navideño, surgió espontáneamente en la mente de Berlin cuando, rodando Sombrero de copa (1935), se la tarareó a Fred Astaire y Ginger Rogers en presencia de Mark Sandrich, a la sazón director de Holiday Inn (Quince días de placer), película que contaría con la melodía en su banda sonora, y que en 2012 cumple 70 años. Ninguno de ellos, ni Astaire, ni Sandrich, ni tan siquiera Berlin, podía imaginar que “White Christmas” sería, y de hecho es, emblema de la Navidad.
Fotograma de Holiday Inn . Paramount Pictures. Derechos reservados a VIACOM.
Como otros grandes descubrimientos, “White Christmas” fue engendrada por un inocente centelleo de ingenio y la casualidad; con ella Berlin consiguió componer la canción más escuchada del invierno de 1942, capaz de mantenerse durante más de once semanas en la aristocracia de las listas internacionales. No obstante, la obra de Berlin será recordada, sobre todo, por configurar el inaprensible espíritu navideño made in USA, esa entelequia sutil que fue a unirse a la voz oscura y diáfana de Crosby, para poner emoción, ritmo y color a nuestra Navidad. También en color volverían a rodar el filme en 1954, contando para ello con un realizador como Michael Curtiz, y un dispendio de medios que colocó a White Christmas no sólo en cabeza de todas las listas, sino como valedora de una taquilla de doce millones de dólares, lo que derivó en un musical que ha recorrido el mundo con éxito hasta 2011.
La historia de Holiday Inn es prototípica de su década, una comedia musical de enredos con complicaciones amorosas y happy ending. En ella se relatan las peripecias del trío artístico “Hanover, Hardy & Dixon”, formado por Jim Hardy (Bing Crosby), Ted Hanover (Fred Astaire) y Lila Dixon (Virginia Dale). Aunque sus vidas están colmadas por los placeres de la dolce vita, Jim no es feliz en el mundo del espectáculo, está cansado del estrés, del ritmo frenético, de los locales nocturnos. Además Jim ama a Linda, aunque no sabe que Ted también. Pero Ted es hábil, mucho más que Jim. A sabiendas de que éste, su mejor amigo, ha propuesto a Lila abandonar la carrera de bailarina y huir con él a una granja de Connecticut, Ted consigue convencer a la joven de seguir su vocación, conquistar el mundo y continuar repartiendo felicidad con el movimiento que emerge de sus pies. Como es lógico, Jim no tardará en descubrir la traición, decidiendo dar prioridad a sus planes y vivir su ansiada lazy life, rodeado de troncos que talar, vacas que ordeñar y tejados que arreglar. Su holgazanería se verá cercenada al descubrir que el mundo del espectáculo es mucho más benévolo que el de la carpintería, la ebanistería, la cocina y la ganadería. Sin embargo Jim es tenaz, tiene un sueño y desea cumplirlo. Por ello decide remodelar su granja y convertirla en el Holiday Inn, un local de música y baile que tan sólo abrirá en festivo, a saber: quince jornadas en todo el año. Los trescientos cincuenta días restantes los ocupará en labrar, segar y dormir. Ese es el plan.
Fotograma de Holiday Inn . Paramount Pictures. Derechos reservados a VIACOM.
Simultáneamente las aristas comenzarán a hacer su aparición en el dúo “Hanover and Dixon”. Lila decide casarse con un multimillonario tejano dejando a Ted solo. Si no existe otra compañera con que seguir la función, el bailarín se arruina. Sin compañía femenina, Ted está perdido. Por su parte Jim comienza a ver los resultados de su Holiday Inn. En plena Nochebuena llega a su casa una bella aspirante a artista, Linda (Marjorie Reynolds) una joven que por azar atiende al representante de Ted y de Jim en una floristería de Nueva York, y por cuya diligencia se le hace entrega de las señas del local de Jim, lugar en el que encontrará el ansiado refugio de su vocación musical. Así pues Linda tiene que demostrar su competencia, su bello rostro y su inestimable disposición no aseguran el éxito de un número musical en el nuevo local. Para ello Jim Hardy, o debiéramos decir Bing Crosby, somete a la nada amateur artista a una prueba de admisión que, sin ambos saberlo, daría nombre e identidad a las Navidades de medio mundo y también del otro medio. Al piano, durante la nevada noche, Crosby puntea las notas de la oscarizada “White Christmas”, haciendo de ellas la canción de su carrera. Linda le corresponde en talento, cómo no, y junto a Crosby cantará la canción que les unirá en el Holiday Inn hasta Año Nuevo e incluso hasta la próxima Navidad.
Mientras el idilio ocurre, Ted se ha convertido en un personaje en busca de autor. O mejor dicho, un bailarín en busca de una joven y bella dama que pueda auxiliarle en sus bailes de ensueño. Y la encuentra en el Holiday Inn. Por segunda vez Jim verá desvanecerse su orgullo, su amor y también el motivo para mantener abierto el local ni tan siquiera quince veces al año. Media decena de números musicales después, un calendario repleto de festividades y una tercera Navidad más, desembocarán en el mejor consejo que Jim podía encontrar, el de su abnegada Mamie (Louise Beavers) indicándole que luche por lo que es suyo, por su legítima felicidad. Y así lo hará.
Fotograma de Holiday Inn . Paramount Pictures. Derechos reservados a VIACOM. |
Dirigida por el sobradamente competente Mark Sandrich, a quien debemos Ritmo loco (1937) o La alegre divorciada (1934), en Holiday Inn encontramos unidos, por primera vez en la historia del cine, a dos grandes del musical como Fred Astaire y Bing Crosby, acompañados por las nada desdeñables Virginia Dale y Marjorie Reynolds.
Resulta llamativo, eso sí, que a pesar de ser concebida como película navideña, sin pretensiones a nivel argumental ni dificultad narrativa, fuera escrita por hasta siete personas, ya que si bien la primigenia idea nació de Irving Berlin, más tarde fue adaptada por Elmer Rice y escrita por Claude Binyon, ayudado por los no acreditados Ben Holmes, Bert Lawrence, Zion Myers y Francis Swann. Insólito para una película de la que sólo recordamos una canción de Navidad.
En cualquier caso, con independencia de la calidad técnica, que la hay; del guión conseguido, que existe; de la música emblemática, que emociona; del doblaje de Reynolds a cargo de Martha Mears, que es de recibo; y del elenco perfecto, que es indudable, lo que convierte a Holiday Inn en una obra maestra digna de ser vista una y cuantas veces sea necesario, es que todos estos elementos se ensamblan y disuelven en uno sólo: el de diseñar el modelo de ficción por el que se medirán todas las Navidades en nuestra vida real. Porque a partir de Holiday Inn, no hay nada más ficticiamente auténtico que una blanca Navidad.
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