El momento cuenta
Una tarde del recién acabado verano me puse a ver una película de un director que nunca me había apasionado mucho: Tim Burton. La causa de ello era un cúmulo de circunstancias, una mezcla de ignorancia con el hecho de haber visto películas suyas no muy buenas (como Alice in Wonderland) o que otras muy aclamadas como Edward Scissorhands no las viera en un momento adecuado. Así que decidí dar una nueva oportunidad a este director y ver Big Fish. ¿Era una mejor ocasión?
Siempre se tiene en cuenta el contexto social a la hora de hablar de la repercusión de determinadas obras. Seguramente, libros como On the Road de Jack Kerouac no hubiesen tenido tanta repercusión si no hubiera habido toda una generación de jóvenes detrás que empezaba a tener el mismo espíritu y la misma forma de entender la vida que se muestra en el libro. A pesar de haber pasado 50 años de su publicación, cuando lo leí también me cambió un poco la manera de ver la vida y me animó a probar nuevas experiencias por el hecho de vivirlas. Ahí tomé conciencia que la clave del libro era leerla en un determinado momento vital. Kerouac logra conectar con el espíritu del joven que es lo suficiente mayor para realizar ciertas cosas, que tiene muchos años de vida por delante y muchas ganas de aprovecharlos. No es igual la repercusión personal que puede tener leerlo siendo un niño o con un mayor grado de madurez. Otro ejemplo más sencillo de esto es el que tenemos casi todos los españoles con El Quijote. Todas esas jornadas en las que nos fomentan la lectura con él puede que no sean del todo útiles. Aun recuerdo los comentarios de mis compañeros quejándose de él. Reconozco que cuando era niño también me aburría. Tonto de mí. Estamos, por tanto, de acuerdo en ese momento vital como clave en la influencia que puede tener en nosotros determinadas obras de arte. En este capítulo voy a contar un poco este contexto que tenía antes de ver la película de Tim Burton. Mi vida no es gran cosa, pero esta lección que he aprendido merece la pena ser compartida.
Este verano, estaba en unas circunstancias especiales. Es mi último año de carrera y es uno bastante atípico. Estudio medicina y desde este momento empiezo a preparar el examen MIR para enero de 2019. Esto implica que este era mi último verano estudiantil; ya va a ser difícil volver a tener ese estudiar durante el curso con sus tres meses veraniegos de rigor sin más preocupación que ver una película, acabarme este libro o irme de viaje con un dinero no ganado por mí. Es mi último verano así viviendo con mis padres, ya que uno por un lado uno no sabe en qué hospital va a acabar y por otro, ya va siendo hora de ganar mi dinero y que mis padres descansen un poco de mí. Y claro, todo ello es un choque. Camino en el filo de la navaja, en ese momento en el que se van a producir enormes cambios en mi vida y donde entierro lo poco que quedaba de mi primera etapa. Además, uno no deja de pensar en lo que va a ser el futuro. A mis 23 años he sido una persona muy afortunada en todo lo que me ha tocado vivir, y es inevitable que en algún momento la suerte cambie, que empiecen a aparecer enfermedades, yo mismo envejeceré o que mis padres no estarán…
¿Importa el contexto vital? No se me ocurre una mejor prueba que Big Fish en mi situación personal.
El pez más grande de la pecera
Big Fish nos cuenta la historia de Edward Bloom, un hombre ingenioso e imaginativo que ha ido contando su vida a los demás a partir de historias fantasiosas, en parte para hacer sus relatos más atractivos y en parte para endulzar aspectos de su vida más grises y monótonos. William Bloom es su hijo, y se siente enfadado y triste con su padre porque siente que él es un desconocido, y lo que en la infancia eran historias apasionantes, en la vida adulta pasa a ser una colección de interrogantes e incógnitas sobre la vida de su padre que éste no quiere despejar. Tras muchos años sin hablarse por este motivo, la noticia de que su padre se muere por un cáncer terminal hace que vuelvan a reencontrarse, con la esperanza de William de por fin poder hablar con su padre y aclarar esos aspectos de su vida.
Sin embargo, esto no resulta así, y Edward sigue empeñando en rememorar los acontecimientos de su vida tal y como los ha contado. De esta forma, entramos en el universo de Edward Bloom y vamos viendo como él ha contado su vida en contraste a los hechos reales que son los que tratará de indagar su hijo durante las últimas horas de su vida. Así vemos que lo que realmente ha hecho Edward es añadir color e imaginación a la poco espectacular e incluso tediosa realidad. Como la famosa historia del nacimiento de William y el Big Fish que se encuentra Edward, simboliza una toma de conciencia de Edward del amor por su mujer y su hijo, algo compatible con la historia real en la que el parto de su mujer se adelantó y no pudo estar por motivos de trabajo. O que cuando Edward siempre afirmaba saber cómo iba a morir, lo único que esperaba en realidad es que su hijo estuviera en su lecho con él y le contara la historia de su muerte en su estilo. Una historia más bonita que morir en una cama de hospital, con todos los personajes y momentos reales, imaginarios y transformados que han formado la vida de Edward. Y es que es otra manera de ver una realidad que difícilmente nos satisfaga. ¿Por qué no usar nuestra imaginación contra ello?
El tercer tiempo
La situación vital importa. Así, mientras William estaba contando a Edward la historia de su propia muerte no pude evitar que las lágrimas se resbalaran por mis mejillas. Mientras esto ocurría, se me juntaron todos los pensamientos previos que tenía antes de ver la película y no pude evitar pensar en mi padre. Él no es alguien que invente historias como Edward, pero en parte sí que he tenido en mi niñez ciertos sentimientos parecidos a los de William. Afortunadamente, mi infancia ha sido un camino de rosas en comparación con las penurias de vivir en los años 50 en una familia humilde de un pueblo muy pequeño y pobre de la Tierra de Campos, una región además terriblemente golpeada por la represión durante la dictadura franquista. Siempre he tenido que tirar de mi padre para conocer esos datos de su pasado y que, o por no recordar o por su humildad de no querer ser el protagonista con una historia pasada que no iba a cambiar, nunca me ha contado bien.
Viendo Big Fish no puedo evitar pensar en una historia muy bien tratada, que logra expresar unos sentimientos entre padre e hijo y otra forma de ver la vida con una estética totalmente acorde y necesaria para explicarla. La impresión que siempre me dio el cine de Tim Burton es que esa estética estaba por encima de la historia, y en esta película, ésta es imprescindible para contarla. Quién sabe, lo mismo fue que las otras películas suyas las vi en mal momento. Quizás si hubiera leído la Metamorfosis antes de ver Edward Scissorhands hubiera cambiado mi percepción de ella.
Pero cuando se junta una gran historia (es de justicia mencionar al autor del libro en el que se basa la película, Daniel Wallace), una genial dirección, unas magníficas actuaciones y las experiencias del que ve la película, ocurre algo de lo que uno no tiene que avergonzarse. Las lágrimas. Nunca entendí esa estupidez de que los varones no tienen que llorar y que es algo femenino. Maldita educación heteropatriarcal. Llorar es algo humano. Y yo que me sentía identificado con William, lograba imaginarme en una situación similar con mi padre o con mi madre. Y es que lo que no es normal es no llorar. No derramar lágrimas como las que se me caen ahora escribiendo estas líneas.
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