Director: Emilo Estévez
Guión: Emilio Estévez
Productor: Julio Fernández, David Alexanian, Emilio Estévez
Intérpretes: Martin Sheen, Deborah Kara Unger, York van Wageningen, James Nesbitt, Emilio Estévez, Ángela Molina, Simón Andreu.
Director fotografía: Juanmi Azpiroz
Director arte: Víctor Molero
Sonido: Aitor Berenguer
Música: Tyler Bates
Montaje: Raúl Dávalos
Estreno en España: 19 de noviembre de 2010
Hacer una película como The Way no es tarea baladí. Tal es su enrevesada complicación que, aun sin quererlo, no puede desligarse de sus envolturas artísticas y técnicas, sus implicaciones éticas; pareciera como si de un todo se tratase. Esto dificulta enormemente poder ser objetivo con este camino, con esta experiencia emotivo-religiosa de una familia como la Estévez/Sheen, que ha puesto tanto y tan profundo en este proyecto. Pero esto es cine, y como tal, habremos de hacernos cargo de su análisis según la locución que insta a dar al César lo que es del César, prescindiendo –por descontado- del matiz religioso. Por difícil que esto resulte. The way es, ante todo y sobre todo, una road movie; un ejercicio a pie de un hombre abatido que sabe que sólo se hace el camino al andar. Pero también es un filme de reencuentro amoroso, místico y dolorido, que sitúa al protagonista en el epicentro del hades, del sufrimiento humano, como un ave fénix que ha de descender a los infiernos para resurgir de sus cenizas a través de las de su hijo; bella y épica paradoja de la vida y la muerte.
Este camino de desvelamiento, para el que nunca es demasiado tarde, es el que debe emprender Tom Avery (Martin Sheen), oftalmólogo norteamericano a quien se le informa de la muerte de su hijo Daniel (Emilio Estévez), a los pies de la cordillera pirenaica. Contrariado por la presencia de su hijo en Francia, hasta allí viajará para hacerse cargo del cuerpo, y será en una pequeña villa, la de Saint Jean Pied de Port, donde descubra que Daniel había iniciado su peregrinaje a través del Camino de Santiago. A pesar de su edad, sus reticencias morales, su desconocimiento de la vida privada de su hijo, y de la inmensa sensación de soledad, Tom decidirá incinerar a Daniel y realizar el camino con él, y así ver cumplido el último sueño de su hijo. Como una obra teatral de diversos actos, o un Quijote con parada y fonda en decenas de escenarios variados, esta película nos lleva por una España desconocida, tan lírica como ilusoria, con unos personajes que todo tienen de literarios, errantes, perdidos y reencontrados: Jost (Yorick van Wageningen), un holandés aficionado a la verborrea y al hachís; Sarah (Deborah Kara Unger), una canadiense tan distante como herida; y Jack (James Nesbitt), quizá el más teatral de los peregrinos, histriónico escritor, irlandés en plena crisis creativa, y dulce en su hondura, cuando se deja conocer. Todos ellos acompañarán a Tom en su vagar, como satélites en torno a una nueva Dorothy, en el paralelismo que el realizador establece entre The Way y The Wizard of Oz.
A pesar de la ímproba muestra de talento narrativo, de concisión técnica, de contundencia y densidad apresuradas por un montaje rápido, de planos ligeros y diálogos en su generalidad concisos, cabe achacarle a Estévez cierta incomprensión por determinados aspectos de la geografía española (que no orografía, la cual domina con precisión), algo que empuja a situar prototípicas escenas levantinas en tierras vascas y navarras, o la inclusión de acontecimientos que bien podrían haber sido eliminados sin gran consecuencia para el desarrollo de la historia, como la alusión al pueblo gitano y a su presunta conflictividad.
De cualquier modo, su planificación exhaustiva, sus juegos interpretativos, el mimo puesto en cada plano, su banda sonora a cargo de Tayler Bates, y su valiente guión, mezcla de experiencias personales y extractos de la novela Off the Road, de Jack Hitt, en The Way encontramos una magnífica oportunidad para observar la madurez de un realizador, Estévez, que ya no se conforma con ser la figura pasada de alguna década mejor. Acompañado por Martin Sheen, presencia todopoderosa y figura central de este canto a la colectividad a través del individualismo, The Way es el mejor modo de exorcizar nuestros temores y reencontrarnos con nosotros mismos. Un camino que sabemos dónde comienza, pero que desconocemos a dónde nos puede llevar.
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