Recuerdo el primer contacto que tuve con Ingmar Bergman. Mi padre me recomendó ver El Séptimo Sello. No recuerdo muy bien que saqué en claro de aquella primera vez, pero lo que si supe fue que lo que estaba viendo no tenía nada que ver con nada que hubiera visto antes. No fue un primer contacto fácil, de hecho, tuve que volver a verla para sacar alguna idea de qué demonios me quería decir e introducirme, a raíz de esto, de pleno en la filmografía de este director. Siempre se ha dicho que una manera que permite identificar a un director grande es que, cuando ves, por ejemplo, unos minutos de un metraje suyo eres capaz de observar ciertos elementos que le caracterizan. Puede haber directores académicos, a los que observas sus películas y no les puedes sacar ningún fallo. Piensas que el guión no flojea, que las actuaciones no son malas, pero no ver ninguna característica que lo haga especial. Lograr dar personalidad a tus películas es una de las metas de cualquiera que haga cine. Y si alguien lo logra, es sin duda Bergman.
Bastan sus diálogos largos y reflexivos, los monólogos de sus personajes, sus planos, su profundización en la psicología de los protagonistas, sus escenas enigmáticas y esa angustia vital que tan magistralmente transmite (dejándonos a los espectadores, eso sí, en la más absoluta depresión) para saber que una película es suya. Bergman es capaz de hacer un cine con temas que invitan a reflexionar profundamente sobre lo que se nos está diciendo. Y es que esa es la clave en su cine: hacer películas que no dejan indiferente. En ellas, el espectador no es tratado como un sujeto pasivo (y estúpido) al que hay que darle la información mascada. Nos incita a hacernos preguntas que no tienen respuesta, a ahondar en nuestros mayores temores y a enfrentarnos a ellos. ¿Hay algo que de más miedo que ser consciente de que nuestro tiempo es limitado?
Persona
Hablar de Persona no es fácil. Uno de los aspectos más destacables del cine de Bergman, como digo, es que da pie a múltiples interpretaciones. Y hay información transmitida simplemente con escenas de pocos segundos que me hace cuestionar si mi interpretación es correcta o no. Nadie dijo que esto sería sencillo. Persona empieza de una forma tremendamente enigmática. Una serie de planos se van sucediendo, desde el rollo de una película que empieza a girar, una mano a la que la atraviesa un clavo, los rasgos de una mujer anciana y un niño en una camilla que se levanta y toca una pantalla gigante con la cara de una mujer. Escenas, cuanto menos, aparentemente inconexas y de escasa duración, pero que en tres minutos te hablan de la infancia, la vejez, la muerte, el arte y la religión. Tras la inquietante introducción, comienza la película con la historia de Elisabet Vogler, actriz que lleva tres meses sin pronunciar ninguna palabra, y Alma, enfermera que trabaja en el hospital en el que está ingresada. Tras hacerla infinidad de pruebas, los médicos no ven ninguna causa a su mudez más allá de la propia voluntad de Elisabet. La doctora propondrá tanto a Elisabet como a Alma trasladarse a la casa de verano de ésta durante una temporada, dónde ambas iniciarán una estrecha relación.
Alma
La enfermera Alma (Bibi Andersson), es la encargada de cuidar y hacerse cargo de Elisabet. Ya desde el principio nos indica cuáles son sus pretensiones en la vida (»tengo pareja, voy a casarme, tengo un trabajo que me gusta»). Sin embargo, a medida que va entablando relación con Elisabet le ocurre un suceso que no le había pasado hasta ese momento: ya que Elisabet no habla, es Alma la que está obligada a comunicarse y expresarse. Alma siempre había prestado atención a todo el mundo, y ahora es a ella a la que le escuchan. Por ello, al ser ella la que habla, irá ahondando en cuestiones interiores y los principios tan claros que parecía tener, se van diluyendo. Llegado un momento, confiesa a Elisabet su gran secreto: durante una estancia en una casa de verano con su pareja, una mañana que este se ausentó fue a la playa, donde tuvo una experiencia sexual con dos hombres y otra mujer. Y en ella disfrutó mucho y se siente enormemente culpable por ello. Pero no sólo eso. De ese encuentro sexual se quedó embarazada; su pareja, dado que no quería tener hijos, le obligó a abortar.
Realmente en Alma se juntan dos aspectos: por un lado la culpabilidad de haber tenido una experiencia sexual en la que afirma haber disfrutado como nunca (incompatible con sus ideas de cómo debe ser su vida sexual) tiene una consecuencia en la que tiene que abortar por presiones de su marido. Con esto, es inevitable no ver como la película trata dos temas en el personaje de Alma: como la sociedad ha culpabilizado tradicionalmente a la mujer que busca su placer sexual y como los hombres han tomado decisiones que tienen que ser tomadas por las mujeres. Alma tiene unas imposiciones morales que son las de la sociedad en la que vive. Pero ¿están bien? Desde luego que no: son ideas que nacen desde un mundo en el que la mujer está sometida al hombre. Y finalmente, en una situación en la que Alma debe cuidar de Elisabet, que es la paciente, resulta que gracias a la paciente es Alma la que toma conciencia de la hipocresía que rige su vida. ¿Quién es quién necesita atención y cuidados?
Elisabet
Elisabet es un personaje fascinante. Ya desde el primer minuto, la causa de su mudez, nos envuelve en un personaje bastante curioso. Antes de nada, hay que destacar el papel realizado por Liv Ullman y su capacidad de expresar emociones sin hablar apenas nada en toda la película. Elisabet, durante buena parte de la película, parece que es la que está mentalmente más sana de las dos y que incluso es ella la que está realizando una labor favorable para Alma. Pero, al igual que ocurre con Alma, Elisabet tiene un secreto: siente que está viviendo una mentira. Que es una hipócrita. Nuevamente, hay una discordancia entre los deseos de Elisabet y la vida que lleva. Elisabet deja de hablar porque vive una mentira y siente que si sigue hablando es para seguir mintiendo: tiene un hijo que no desea solo por el hecho de que la sociedad le juzga por no tenerlo (»estabas en una cena y te dijeron que lo único que te falta es instinto maternal. Por ello, decidiste tener un hijo. Pero sentiste que a ese hijo no le querías»).
Nuevamente otro conflicto derivado de la sociedad en la que vivimos: la culpabilidad a la mujer que no quiere tener hijos. El comentario de »te falta instinto materno» esconde una imposición moral sobre la mujer que la obliga prácticamente a tener ese instinto y a autoculpabilizarse y sentirse mal si carece de él.
La voz de la conciencia
Los conflictos psicológicos que esconden ambas protagonistas son puestos de manifiestos de dos formas: el de Alma es explicado por una carta de Elisabet a la doctora. El de Elisabet, es contado por Alma como si las palabras salieran de la boca de Elisabet. Hay un plano bastante interesante que se repite dos veces en la película y sobre el que he reflexionado profundamente. La primera vez que aparece es justo después de que Alma le dijera a Elisabet que se parecen y que le gustaría ser distintas personas. La segunda vez que aparece es justo tras destapar Alma el secreto de Elisabet. Es un plano en el que salen ambas abrazadas, y acaba con una especie de fusión de ambos rostros. Esto puede significar dos cosas: por un lado, que la situación de ambas y las ganas de escapar de sus vidas les lleva a intercambiarse una por la otra (como ocurre en la visita del marido de Elisabet). Pero por otro lado, lleva a reflexionar sobre si en el fondo no son distintos aspectos de una misma persona. Ambas tienen conflictos que son propios del género femenino y ambas son juzgadas entre sí mismas por una suerte de super-yo freudiano. Lo que podríamos llamar »la voz de la conciencia», esas creencias impuestas por la sociedad que juzgan nuestros actos. Esa fusión de ambas se produce también en el momento, a mi juicio, más brillante de la película en el que Alma le espeta a Elisabet el conflicto interior que tiene. Esta escena, curiosamente, se desarrolla dos veces: escuchamos el mismo monólogo pronunciado por Alma enfocándonos primero a la cara de Elisabet (y viendo su reacción a las palabras de Alma) y luego desde el punto de vista de Alma. Repetir tal cual el monólogo, desde ambos puntos de vista, en el momento clave de la película, es, desde luego para quitarse el sombrero. Y tras el monólogo, llega la fusión: esa imagen de la cara de Alma en la que en la otra mitad aparece Elisabet, para luego verse la cara de Alma con la voz de Elisabet. ¿Qué puede significar? ¿Es la fusión de ambos personajes, que uno se transforma en el otro? ¿O significa que en el fondo son distintos aspectos de una misma persona, o, de un mismo género sometido por unas determinadas normas morales? Yo me inclino por lo segundo, pero puedo entender que es muy ambiguo y que da pie a múltiples interpretaciones.
Complejo de Edipo
En el comienzo de la película, hemos contado de la escena del niño tocando la pantalla de la madre. Hacia el final de la película, tras hacerse patente el conflicto interno de Elisabet, vuelve a aparecer. ¿Qué quiere decir? Hay, obviamente, infinitas posibilidades, pero es posible que la que más se adecúe a los momentos en los que aparece es, por un lado, resaltar el amor de los niños por su madre, el personaje fundamental de su infancia. Elisabet tiene un hijo. ¿Cómo será la infancia de ese niño? Evidentemente, todos necesitamos el afecto de nuestra madre. Pero, ¿qué ocurre si no recibimos ese afecto? Pues que tenderemos a desarrollar un complejo de Edipo por dichas carencias. Ese plano del niño tocando la pantalla puede ser una referencia al problema psicológico quepresumiblemente tendrá el hijo de Elisabet. Como que por consecuencia de esa imposición social del »instinto maternal» que lleva a Elisabet a tener un hijo, nace un ser con un nuevo problema psicológico que le marcará en muchos aspectos de su vida.
La inmortalidad
Dentro de los planos enigmáticos del principio, hay uno muy llamativo y que tiene correlación con la última imagen de la película: el rollo de la película que comienza a girar y el plano final en el que se quema. Realmente, esta puede ser una buen símil entre el cine y la vida, como que igual que el rollo empieza a girar, los seres humanos nacen, y al igual el rollo se acaba, morimos. Realmente, se puede ir un poco más allá en este símil. Muchas veces, ha existido la creencia de que una de las formas en las que se podía alcanzar la inmortalidad es mediante las obras de arte. Un ser humano es mortal, sus obras inmortales. O, visto de otra forma, una persona deja de existir cuando se deja de hablar de ella. Los artistas, gracias a sus obras, se sigue hablando de ellos, por lo que, podría decirse que, en cierto modo, son inmortales. Pero Bergman es pesimista. Nos dice que es cierto, que las obras de arte pueden transcender al artista. Pero que hasta las obras no son inmortales. Los cuadros pueden perder el color con los años. Las esculturas pueden destruirse. Los libros pueden romperse. El rollo que contiene la película puede quemarse. Ni con eso nos libramos de nuestra finitud.
Oh! Sweet Nuthin’
El último diálogo que oiremos en la película serán Alma y Elisabet repitiendo una palabra: nada. ¿Nuevamente enigmático, verdad? Pues en absoluto. Tras tantas angustias que nos cuenta Bergman, tantos problemas, desde religiosos, pasando por la libertad sexual, los juicios morales de la sociedad sobre la mujer, la irrealidad del cine o la inmortalidad, ¿qué es lo que queda al final de todo? ¿qué queda tras la relación entre Elisabet y Alma? ¿qué queda tras acabar una película? ¿qué queda tras quemarse el proyector? ¿qué queda tras perder la partida de ajedrez con la muerte? ¿qué queda de nosotros cuándo nos morimos? ¿qué será de nosotros dentro de 200 años? ¿quién recordará nuestro nombre? ¿qué hay después de morirnos?
Ingmar
Este 2016, se cumplen 60 años de El Séptimo Sello y 50 de Persona. Debe ser el año en el que cualquier cinéfilo hable de Ingmar Bergman. La muerte, la religión, la moral de la sociedad, la opresión de la mujer. Son temas que existen. Son temas de los que hay que hablar. Nunca se ha solucionado ningún problema evitándolo. Y los que carecen de solución, hay que ser maduros para enfrentarlos y prepararnos para ellos. Hay que hablar de este director. Porque al lado suyo todo te parece intranscendente. Porque te da la sensación de que cualquier temática al lado de cualquier película suya es banal. Porque la mayoría de los directores, después de Bergman, te parecerán que hacen cine amateur. Porque la calidad a la hora de transmitir información no está en alargarse innecesariamente y gustarse rodando. Porque en 80 escasos minutos se pueden contar infinidad de cosas. Porque tomar conciencia de que nuestro tiempo es limitado es la manera de motivarnos a actuar y no quedarnos de brazos cruzados perdiendo el tiempo. Depende de nosotros mismos. Seamos valientes y afrontemos nuestros miedos.
Deja un comentario