Dirección: Fernando Colomo.
País: España.
Año: 2008.
Duración: 110 min.
Género: Comedia.
Interpretación: Ernesto Alterio (Guillermo), Gonzalo de Castro (Carlos), Santi Millán (Xavier), Kira Miró (Sara), Juanjo Puigcorbé (Fernando), María Pujalte (María), Jorge Sanz (Jorge), Rosa María Sardà (Rosa), Goya Toledo (Maribel), Javier Cifrián (Pepe)
Guión: Joaquín Oristrell e Inés París.
Producción: Beatriz de la Gándara y Luis de Val.
Música: Juan Bardem.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Montaje: Antonio Lara y María Lara.
Diseño de producción: Noé Figueras.
Estreno en España: 27 Junio 2008.
Fernando Colomo nunca deja de sorprender al público. El que, junto a Trueba, fuera precursor de la que acertó en llamarse “comedia madrileña”, ha sabido reinventar el género y precipitar su viraje hacia un cine que, sin parecerse a sus primeros largometrajes, sí muestran, sin embargo, semejante acidez, crítica y cercanía a la realidad social que las que mostraba por aquél entonces. Acabada la movida madrileña, los barrios están ahora tintados de un pluralismo étnico y multiculturalismo al que antes estaban ajenos. Ya no todo es sexo, drogas y rock & roll, aunque éstos hayan sido sustituidos por los ansiolíticos, Internet y el tai chi. A esta realidad no escapa Colomo, quien ya mostrara su peculiar e hilarante forma de entender la inmigración en Próximo Oriente (2006), y que ahora vuelve a la carga para dejar entrever que todo es susceptible de ser analizado, desmenuzado y entendido. Para ello Colomo nos introduce en la vida de once personajes que pivotan en torno a un encuentro deportivo menor, que se va a disputar entre los equipos de fútbol infantiles Deportivo Madrileño y Atlético Barcelonés. La vida de padres, entrenadores, amigos y niños se entremezclará dentro de una espiral irrefrenable de socarronería, confusión y aun violencia, en la que todas las esperanzas y sueños se verán frustrados, y donde las ideas y soluciones inverosímiles cobrarán una relevancia inimaginable para todos los personajes. Esta película “de fútbol para gente a la que no le gusta el fútbol”, como la definió el propio realizador en su preestreno, se presenta como una de las mayores críticas a la sociedad actual, no sólo en su vertiente adulta, tan consumista, estresada y arribista; sino precisamente en su vena infantil, máxime en la dañina influencia que día a día se ejerce sobre la juventud, personificados en videojuegos violentos; chats en los que se dice y se hace demasiado; o incluso la competitividad desaforada que se le exige en la actualidad a los infantes. Estos pecados capitales, y muchos otros, quedan reflejados en un metraje intenso y en ocasiones desasosegante, que combina el agobio con el chascarrillo; la sorna con la tragedia; la tranquilidad y el desenfreno. Guillermo (Ernesto Alterio) es un padre divorciado que intenta ganarse a su ya perdido hijo, quien no dudará en poner las trabas necesarias –bien legales, bien ilegales-, para evitar que su padre le fuerce a practicar un deporte que detesta; Carlos y María (Gonzalo de Castro y María Pujalte respectivamente), interpretan a un matrimonio intachable y rancio que sufre lo indecible por compartir coche –y algo más- con una pareja tosca y hortera, formada por Jorge (Jorge Sanz) y su extravagante esposa Maribel (Goya Toledo), que conducen a ritmo de “Lo estás haciendo muy bien”, y que suscitan más de una preocupación insana en sus acompañantes. Rosa (Rosa María Sardà), es una abuela orgullosa y de endiablada agilidad mental, que lucha contra todo aquello que considera incorrecto socialmente, y que no duda en defender a capa y espada su procedencia y convicciones, aunque para ello tenga que viajar en un autobús repleto de madrileños –y madridistas-, y tolerar tanto a un jesuita converso (Juanjo Puigcorbé), como una retahíla de chistes de dudoso gusto con Cataluña como eje del mal. Finalmente, Xavi (Santi Millán) es un multimillonario heredero de cava catalán que se enamora de Sara (Kira Miró), una atractiva azafata con ataques violentos capaz de emular a la mismísima Uma Thurman en Kill Bill, y aún así adolecer de una debilidad y una inseguridad inauditas. Si a todo ello le añadimos dos entrenadores gay enamorados perdidamente, encontramos una película singular, desmedida en ocasiones y con puntos de humor que le debemos a sus dos magníficos guionistas –Joaquín Oristrell e Inés París, dos talentos que se intuyen desde el primer minuto de metraje-, y a la que tenemos que rendir tributo no sólo por satirizar una tendencia que planea encima de todas las cabezas de este país, sino por dejar entrever que no somos tan distintos los unos de los otros.
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