Se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque a ciencia cierta se conoce la antojadiza capacidad humana de mitificar lo pretérito y vislumbrar tan sólo como posible el futuro. No vamos a estas alturas a ponernos puntillosos: por algún motivo lo hará tanto y tan a menudo la naturaleza, entre todos los especimenes de la vasta progenie humana. Con esta reticencia, con esta capacidad malsana, bien es sabido que comenzamos un nuevo año, y con él, la posibilidad de mejorar lo tachable y reciclable de un ciclo que, ya pasado, se nos presenta poco apurado y resbaladizo. Aunque lo haya sido.

Como premisa, y si pudiéramos realizar los deseos de un año embrionario, elegiría que en las postrimerías del 2011 que ahora comenzamos, cerca ya de Adviento, ninguna vida fuera de nuevo derrochada en tristes barcazas, como sucedió el pasado mes de diciembre, cuando un terrible naufragio empujó a la muerte a decenas de personas cerca de la isla australiana de Navidad. Terrible paradoja que nos recuerda que el espíritu navideño debe estar en la gente, y no sólo susceptible de ponerse en práctica una vez al año. Pareciera que un cataclismo, si no está protagonizado por George Clooney, no fuera sino un mal menor, un daño colateral ahora que la eufemística expresión ha llegado a consagrarse como titular informativo.

tormenta perfecta

Fotograma de Tormenta perfecta. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Pero qué podemos decir de devastadores infortunios sin referirnos a Haití, ¡ay Haití! en manos de Carlos Jean, que desangró con su dolor al mundo, el cual miraba impasible su sufrimiento a cámara lenta, como sólo hemos sido capaces de verlo reflejado en el cine, esas ocasiones en que los fotogramas cortan como navajas los globos oculares de los espectadores. Ojalá sólo hubiera sido un sueño surrealista en la desbordante prodigalidad de Buñuel y Dalí, y no una noticia más con que atragantar la comida que más tarde adormece nuestras conciencias. Pese a todo, reconozcamos que no es sadismo, aunque lo parezca, el carácter impenitente del año que acabamos de abandonar. Recordemos en un orden semejante el nuevo terremoto que azotó la chilena región Maule, o el que sacudió la china Qinghai. El 2010 se explayó perturbando la calma de nuestra Tierra. Pero hay mucha más historia encerrada en los doce meses que compusieron el año recientemente fenecido. Historia repleta de anécdotas que bien recuerdan al cine, y que como tal en ocasiones lo interpretamos: tan acostumbrados estamos a observar estos fenómenos en la gran pantalla que, trasmutados en realidad, nos parecen el colmo de la ficción. Así, con un nombre que bien hubiera valido a Stanley Kubrick en Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, Barack Obama y Dimitri Medvedev firmaron el tratado Star III, en el que se comprometieron a reducir sus armas nucleares. La enfermedad de la guerra fría, el miedo al suicida MAD y todos los temores fundados e infundados, yacen ahora bajo un compromiso, un deber que esperemos lleven a cabo sin fijarse en los incalculables acuerdos de reducción de CO2. Sería descorazonador extrapolar sus resultados.

Y es que el medio ambiente volvió a quedar abatido y aun mancillado de todos los modos posibles en el 2010. En pleno Golfo de México, la Deepwater Horizon inició su recorrido hacia las profundidades, derramando una cantidad de petróleo tal, que constituye uno de los desastres naturales más profundos del joven siglo XXI. Más tarde, cuando todos pensábamos que nada podría desasosegarnos más que las Cenizas de Ángela, vinieron otras, en efecto, a hacernos ver que Frank McCourt no es sino un aficionado en esto de los restos pulverulentos. Sin optar al Premio Pulitzer, el volcán islandés Eyjafjalla consiguió atraer la atención de periodistas y viajeros, al lograr colapsar el tráfico aéreo de toda Europa gracias a su pertinaz erupción, testadurez que no se reduciría hasta que el tiempo, y sobre todo el viento, hicieran su lenta aunque eficaz aparición. Al tiempo que Isabel Coixet, Basilio Martín Patino y Bigas Luna, realizaban sus videocreaciones para el pabellón español de la Exposición Universal de Shanghái, mostrando el talento y capacidad de los cineastas españoles, el aniversario del nacimiento de Agatha Christie cumplió sus 120 años, nombre -el de Agatha- que asimismo recibirá la tormenta tropical que azotó Guatemala, Honduras y el Salvador. Como puede verse, el  dispendio de sucesos trágicos consiguió ensombrecer todo lo bueno que también tuvo su espacio en 2010.

2012

Fotograma de 2012Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Parte de lo positivo que dejó su poso en el pasado año se lo debemos a un continente, África, pateado de costumbre por el mundo, y en el que (común contrasentido) se dirimió un Mundial de Fútbol, el más celebrado por palmas españolas para más señas. Sin embargo, no quisiera centrarme únicamente en el milagro deportivo, sino más bien en el vital que un niño fue capaz de contar cuando su avión (procedente precisamente de Suráfrica), chocó en tierras libias. Sin duda este milagro de Trípoli hubiera dejado en apuro a Night Shyalaman: su Protegido Bruce Willis no llega a alcanzar la magnitud que implica ser el único superviviente de 104 personas, contando con tan sólo diez años de edad. No obstante, si un realizador ha sido citado, mencionado, aludido y pensado durante el 2010, ése ha sido indisputablemente Billy Wilder. Su despiadado reportero Kirk Douglas de Ace in the hole, de buena tinta hubiera disfrutado con la cruel sepultación en vida de treinta y tres mineros en el desierto de Atacama, región chilena que tanto recuerda al anecdotario vital de Alejandro Jodorowski, y que vio desfilar a centenares de periodistas por entre sus amarillos y polvorientos caminos, las tristes vías que sostenían la moral de los familiares de estos héroes, que tardaron tres meses en volver a nacer.

Como ven, doce meses dan para una vida entera. No lo olviden jamás. Por eso en este 2011 sería recomendable, deseable y esperable, que entre todos luchásemos por hacer la esa vida menos catastrófica, menos cinematográfica. Nos hemos adaptado (mala costumbre), a un tipo de cine ruinoso, de historias aceleradas, de tramas vertiginosas y sucesos extraordinarios –si bien no en el buen sentido del término-. Ese aturdimiento que nos hace desfallecer en el intento, provoca que la vida real, la nuestra, nos parezca anodina; o bien al contrario, consigue que lo objetivamente relevante sea tan sólo una breve simulación de la ficción. Así nos hacen ver que el año recién perdido, abrió paso al penúltimo de la humanidad, antes del 2012, una historia maya convertida en infausta y siniestra de la mano de Roland Emmerich. Si bien los primigenios mesoamericanos encontraron la clave de sol –nunca mejor dicho-, del devenir humano, pasado al cine la anécdota ha dado lugar a una abulia generalizada, un pensamiento que nos hace ver que el fin está cerca, tal como rezaban los hombres-anuncio errantes por las calles del Nueva York de los sesenta y setenta.

Hagámonos un favor, desterremos definitivamente la idea de la debacle maya (persa, germana o lusa, qué más da). Dejemos de dar golpes de pecho a otros, de responsabilizar a los demás, de buscar y encontrar motivos para la adversidad. Comencemos admitiendo un mea culpa , para abrir camino a un año cargado de interminables opciones. Se puede cambiar. Es más, se debe cambiar. Y si no nos da tiempo en un año entero, hagámoslo en los siguientes. Pensemos a largo plazo, miremos hacia delante. Ningún tiempo pasado fue mejor, amigos, ni siquiera lo será el 2011.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *