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Y por fin llegó Clint Eastwood, el bueno: Poltergeist II (1986, Brian Gibson). Es cierto que no iguala en calidad a la primera parte pero, como el bueno de Clint, si les comparamos con las dos secuelas predecesoras será fácil averiguar porque ambos son los buenos del trío…

Aunque la película no sea tan sólida como la primera, Brian Gibson tuvo claras algunas de las claves para hacer una secuela decente. La primera, no por obvia, deja de ser imprescindible y es que en Poltergeist II se mantiene casi íntegro el reparto coral de la primera parte, añadiendo un par de extras de calidad (Will Sampson y Julian Beck) que le dan cierta frescura para no caer en una excesiva repetición. Precisamente uno de estos dos, Julian Beck, el reverendo Kane, es la revelación del filme con una interpretación tétrica de un reverendo fantasmagórico. Cierto es que, desafortunadamente para él, el cáncer que padeció en aquel momento el actor influyó en su decrépita apariencia física, dando mayor credibilidad a un papel que fue el último de su carrera, ya que poco después de terminarle falleció. Pero ahí quedó su obra póstuma, recordada por los espectadores a través de la pegadiza canción que tararea en la película y el escalofrío que recorre el cuerpo nada más verle.

Aparte de ese golpe de frescura, la película mantiene el mismo estilo de su predecesora ya que, tras librarse en la primera entrega, Carol Anne sigue siendo perseguida por los espíritus después de haberse mudado de casa, de ahí que toda su familia deba luchar contra ellos. Esta lógica continuidad hace que se mantenga la tipología de miedo, con el mismo perfil de sustos y efectos visuales. Dentro de esta tónica continuista, es la única película de las tres que ha mantenido realmente a su niño protagonista, Heather O’Rourke, ya que Linda Blair en El exorcista ha cambiado mucho y Damien incluso se ve encarnado por otro actor distinto. Esto permite que pueda verse como una continuación más cercana al filme original, no como una secuela descolgada de la primera, algo a lo que también ayuda su brevedad, huyendo de las dos horas de suplicio en que se convierten las dos anteriores secuelas. En su debe, quizá el final, demasiado sentimentaloide con tanta apelación familiar pero, para una secuela decente que hacen, tampoco vamos a pedirle la perfección ¿no? Si ni siquiera Clint Eastwood era perfecto…

Autor: Ángel Luis García

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