Título original: Nina. Año: 2024. Duración: 107 minutos. País: España. Dirección y guion: Andrea Jaurrieta. Reparto: Patricia López Arnaiz, Aina Picarolo, Darío Grandinetti, Iñigo Aramburu, Mar Sodupe, Ramón Agirre. Música: Zeltia Montes. Fotografía: Juli Carné Martorell. Producción: BTeam Pictures, Icónica Producciones, Irusoin, Lasai Producciones. Distribución: BTeam Pictures. Género: Drama, thriller. Estreno en España: 10 de mayo de 2024.
La venganza es un material exquisito para el cine. Sin caer en el exploitation del rape and revenge, esta venganza no se tiñe de amarillo con firma de Tarantino, sino que emerge rociada de rojo hemoglobina en manos de Andrea Jaurrieta. Con mucho de tributo a la historia del cine, este western revitalizado tiene el acierto de fortalecer al eslabón más débil, mostrando una heroína decadente que se aleja del John Wayne fordiano y se aproxima más al antihéroe crepuscular de Robert Mitchum en El Dorado (1966, Howard Hawks), todo él repleto de cicatrices emocionales.
Nina (Patricia López Arnaiz) es una actriz consagrada que vive en Madrid. Un día, decide regresar a la pequeña localidad norteña de la que procede, de donde huyó hace años por un trauma en su adolescencia. Allí sigue viviendo Pedro (Darío Grandinetti), un escritor de renombre y figura pública del pueblo, quien va a ser homenajeado en las fiestas patronales con la lectura del pregón. Nina se presenta con todas sus heridas abiertas dispuesta a coserlas a balazos, a falta de cualquier otra justicia humana o divina disponible. Cuando se enfrente a su pasado, a sus miedos y al novelista, todo su pretérito imperfecto clamará venganza, mientras una sola persona, ella, deberá decidir si apretar o no el gatillo.
Extraordinario segundo trabajo de Andrea Jaurrieta, su máximo acierto, amén de la elección del elenco, es un montaje paralelo que enfrenta a Nina consigo misma, entremezclando a su joven alter ego (Aina Picarolo) con su identidad actual, e incluso confrontando a su verdugo con aquel que, en tiempos pasados, parecía un salvoconducto. Es ese montaje, con ritmo excepcionalmente medido, el que vira este drama emocional hacia el thriller, imprimiendo una velocidad impropia, en cuanto loable, al género que parece reclamar la situación.
El otro bastión de pulcritud formal lo representa la apuesta decidida por la estilización. La sangre como huella dactilar, como testimonio y como estado de alerta. Metafóricamente, la directora ilustra cómo la venganza, cuan herida abierta, solo puede discurrir por la coagulación que la extinga, o por el desangramiento que la consuma. Y para ello se vale de dos actores que dan lo mejor de sí mismos en unos roles en absoluto sencillos, especialmente el de un Grandinetti ducho ya en bordear los más furtivos recodos de lo humano.
Juntos López Arnaiz y Grandinetti consiguen mantener en vilo a una audiencia que espera un veredicto moral, mientras se reafirma en la imposibilidad de olvidar según qué crímenes.
En definitiva, una película liminar en el contenido y sugerente en lo formal, que se antoja de visión ineludible.
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