Nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo.
Albert Camus
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer volver a estar con todos vosotros. Hoy os voy a hablar de una película de George Cukor, Luz que agoniza (1944), basada en la obra Gas Light de Patrick Hamilton y protagonizada por Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotten.
La historia nos presenta a Paula (Bergman) una adolescente que abandona su casa, pues su tía, quien tenía su custodia, ha sido asesinada. Ella era una mujer dedicada a la ópera, que triunfaba por teatros de todo el mundo y gozaba de la compañía de reyes y personalidades. Pero Paula queda sola y traumatizada por la horrible escena que tuvo que presenciar. Se va de allí y, años más tarde, en una clase, su profesor quiere hacer de ella una estrella del canto como su tía. Sin embargo, ve que a Paula le falta fuerza, drama, pues la muchacha está enamorada de Gregory (Boyer), el pianista, y no puede meterse en papeles tan trágicos mientras flota por el amor apasionado de su ser amado.
Se casa con él y, en la luna de miel, Gregory le explica que el sueño de su vida es regresar a Londres. Ella queda parada, no le hace ilusión volver a todo lo que vivió en el pasado, pero el amor le hace sobreponerse a sus miedos. Ante todo, quiere hacer feliz a quien le da tanta felicidad. Y regresa. La casa, que estaba cerrada y llena de los fantasmas del pasado, vuelve también. Su marido le propone recoger los recuerdos amargos en el desván, y poner otras cosas nuevas con las que puedan volver a empezar. Pero poco a poco, lo que parecía una luna de miel se convierte en una vida de hiel.
Las escasas salidas, el nulo contacto social, la idea extendida de que la señora está enferma, hacen que nadie la respete; la cocinera, mayor y un poco sorda, es la única que se compadece de ella; su vecina intuye que algo raro está pasando, y pasa. Paula vive en un infierno particular, su marido le ofrece regalos, pero inmediatamente los hace desaparecer para echarle la culpa; como un camafeo, un regalo envenenado que le entrega al salir a la Torre de Londres, donde se lo pide para demostrar que lo ha perdido. Y Paula comienza a ponerse enferma. Así todos los días, regresando a su prisión; ella misma ya sabía el camino, no salía de su habitación.
Entra en escena otra doncella (Angela Lansbury), para cuidar a la dama que está ‘enferma’, pero poco a poco se da cuenta de que no lo está; ella misma comenta con el servicio por qué dicen que está enferma, cuando ellos sabían que no era así. Pero la forma en que Gregory le trata, y las confianzas del caballero, hacen que la doncella entre de lleno en poner en evidencia a Paula.
En uno de los paseos Paula encuentra a Brian (Joseph Cotten), y le recuerda su pasado, cuando él era un admirador de su tía. De pequeño, sus padres le llevaban a la ópera y era un ferviente seguidor de la soprano, y el parecido de la sobrina le hace volver a entonces. Como es agente de Scotland Yard, busca y rebusca entre los papeles el caso del asesinato de la soprano. Mientras tanto, esa casa cada día es más aterradora. Desde las luces que a cierta hora de la noche bajan de intensidad, sin que nadie vea nada, hasta los ruidos en el desván que nadie oye. Paula vive en una terrible locura y, como siempre, el final es para vosotros.
La historia es realmente apasionante, la fotografía y la maravillosa interpretación de Bergman (que le valió un Oscar) no os dejarán indiferentes. Una de las reflexiones que se puede sacar de esta película es lo atemporal que es. No resulta nada antigua, salvo los ropajes y los enseres de la casa. Todo lo demás, por desgracia, nos define lo que hoy en día llamamos mobbing, bullying o maltrato: personas sin ningún tipo de escrúpulos a la hora de hacer daño, un daño que es realmente crueldad mental y llevan al otro al extremo.
Gregory lo tenía todo, no hacía falta el ensañamiento, pero hay personas que parecen disfrutar con este elemento de tortura. Y lo hacen muy bien. Pero para ello necesitan público, en este caso las doncellas, que en todo momento recurren al silencio cruel. Qué sería de los que abusan sin los cobardes que no hablan para ayudar, pero sí para acrecentar todavía más el daño.
Menos mal que en esta historia la justicia es encarnada por Joseph Cotten; por desgracia, no siempre hay esa justicia. Por eso, nada hay más despreciable que el respeto basado en el miedo.
Con todo el cariño, desde la Mecedora.
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