Todavía no alcanzaba los once años de edad, cuando me acerqué literariamente al Parque del Retiro. Fue con Avelino Hernández con quien pude conocer palmo por palmo sus jardines, a través de su novela juvenil Conspiración en el Parque del Retiro. Por aquellas calles que ahora recorro, decía Hernández que caminaban, con nocturnidad y alevosía, Machado, Valle-Inclán, Galdós o Pío Baroja, a quien dedicó por completo aquella modesta fábula. Un lugar tan emblemático, tan personalmente señalado, reverdece cada primavera con la llegada de quienes vigorizan la sabia de las letras con sus libros, constituyendo una feria literaria única por su grandiosidad y por su cercanía.
Imagen del cartel de Fernando Vicente para la Feria del Libro de Madrid 2015. Todos los derechos reservados.
Porque el Retiro unifica a todos, autores y lectores, en una atmósfera de agitación, de estreno, de sofocante insolación. Entre volúmenes de toda índole, se pueden encontrar a quienes esforzadamente llenan de fantasía nuestras horas, quienes nos alejan del bostezo, de las largas colas, de la espera. Son tantos los autores que he visto y que admiro, que ante la imposibilidad de acercarles un agradecimiento personal, me permitirán, con la venia de don Pío, que les entregue mi gratitud en lenguaje binario y clave cinematográfica. El primer flechazo, en honor a Fernando Vicente y su cartel en esta edición, se lo debo a Elvira Lindo, artista polifacética, amante y amadora de los libros que también ha hecho que varias generaciones de lectores los amen. Instagramer de pro, captadora de niños de Norman Rockwell y cafeterías de Edward Hopper, gracias Elvira Lindo por horas de literatura y cine de su puño y letra. Gracias por El cielo abierto, y por La primera noche de mi vida; gracias por Manolito Gafotas, por La vida inesperada y por todo Lo que me queda por vivir.
Imagen de “El cielo abierto”, producida por Aurum Producciones, Bailando en la Luna, Canal+ España. Distribuida por Aurum Producciones. Todos los derechos reservados.
El volumen de asistentes y el calor aumentan de manera exponencial. Es Madrid, es junio. Quien no parece acusarlo es el gran Antonio Muñoz Molina, cercano a Lindo en espacio y en muchos otros sentidos, que firma con total amabilidad a la hilada de seguidores que, como yo, se han sentido fascinados por sus novelas y sus adaptaciones cinematográficas. Gracias señor Molina por Plenilunio, por Beltenebros, por El invierno en Lisboa, por tantos pasajes magníficos literarios, y por actuaciones para el recuerdo en La primera noche de mi vida y, sobre todo, en El cielo abierto.
Imagen de Plenilunio, producida por Aiete-Ariane Films, Canal+ España, Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) Distribuida por Warner Sogefilms A.I.E. Producciones. Todos los derechos reservados.
En caseta diferente y mismo genio, Almudena Grandes firma con garbo los ejemplares de una columna de seguidores. A esta madrileña le agradezco no solo su talento, sino Malena es un nombre de tango, Aunque tú no lo sepas y Atlas de geografía humana, en las que se une a la capacidad de Grandes, el trabajo de Azucena Rodríguez, Gerardo Herrero o Juan Vicente Córdoba. Me encuentro rodeada de jóvenes que, en plena exaltación literaria, esperan con ansia la firma de Francisco de Paula Fernández, escritor que siempre aparece enfundado en sus “Blue Jeans”. Célebre para muchos por la adaptación El club de los incomprendidos, somos muchos los que, además, le recordaremos porque un día nos despertó con Buenos días princesa.
Imagen de “El club de los incomprendidos”, película distribuida en España por DeAPlaneta © 2014 Bambú y Atresmedia Cine. Todos los derechos reservados.
A lo lejos distingo, entre decenas de seguidores, a Albert Espinosa, a quien tuve el honor de conocer durante Sant Jordi, mientras presentábamos nuestros libros en la edición de 2013. Cómo no reconocer en Espinosa a un escritor grande, a una persona grande, a un guionista grande. Suyos son los textos de Planta 4ª y Tu vida en 65’, entre otros muchos, así como lo fue No me pidas que te bese, porque te besaré, firmada y dirigida por él. Gracias por su valía y valentía, señor Espinosa. En aquella mágica Diada, también tuve la oportunidad de compartir celebración con Sandra Barneda y Lorenzo Silva, autores a los que reconozco igualmente hoy en el Retiro, la primera con su novela La tierra de las mujeres y el segundo con Música para feos. A Silva le agradezco no solo su sonrisa, su cercanía, su dulzura, sino las novelas El alquimista impaciente y La flaqueza del bolchevique, ambas magníficas en papel y en celuloide, dirigidas respectivamente por Patricia Ferreira y Manuel Martín Cuenca. Sigo caminando y encuentro una lista de autores todavía más dilatada, algunos como Julio Llamazares, me recordaron a mi infancia cuando, seguramente antes de tiempo, me adentré en La lluvia amarilla para ser vencida por el mejor pasaje febril que he leído en una novela; otros me remiten a años que me son más próximos como el televisivo Miguel Ángel Revilla, el radiofónico y siempre encantador Javier Cárdenas, o la referencial Clara Tahoces, a quien debo los recorridos más gratos por el Madrid mágico, las más precisas enseñanzas grafológicas y mis matutinos escrutinios oníricos. El gran Javier Reverte dedica el mejor Otoño romano mientras escudriño entre las últimas casetas, dejándome guiar por las indicaciones que me sirven por megafonía. Y es que, junto a la hilera de estatuas de monarcas, de literatos, de personajes emblemáticos e hijos adoptivos de Madrid, aparece un Premio Oscar, el primero español tras el francés de Buñuel, que amablemente firma ejemplares. En la caseta de Notorius, nombre cinematográfico que presagia suspense, no encuentro a Ingrid Bergman, ni a Cary Grant ni al mismísimo Alfred Hitchcock, sino a quien durante años se ha encargado de acercarnos a estos y muchos otros personajes, enseñándonos qué grande es el cine. Me acerco a José Luis Garci no solo para que el cineasta me dedique Las 7 maravillas del cine, sino para agradecerle de primera mano, su participación en mi tesis doctoral. Sin la ayuda desinteresada de autores consagrados como Garci, no habría habido tesis, ni cine, ni tampoco futuro cinéfilo. En aquella caseta, compartiendo libros con imágenes de Gene Tierney y Audrey Hepburn, encuentro en pleno corazón del Retiro un pálpito cinematográfico, como el que también don Pío Baroja sintió cuando en 1955, Juan de Orduña le grabó en su adaptación de Zalacaín el aventurero.
Imagen de Zalacaín el aventurero, película producida por CIFESA © 1955. Todos los derechos reservados.
Voy alejándome ya de la Feria del Libro, y atrás dejo a los autores que al darme sus letras, también se han llevado parte de mi espíritu. Todos ellos representan el genio literario más creativo y, su mayoría, la mayor fuente creativa para nuestra cinematografía. Literatura y cine nunca han estado más cerca, retroalimentándose, queriéndose y fusionándose. Mi recorrido en El Retiro finaliza precisamente así, aunando ambos mundos. Miles de páginas en las que amablemente han participado, don Pío, los más célebres autores; miles de páginas que guarda en su interior un parque repleto de las mejores historias.
Deja un comentario