Título original: The descendants.
Dirección:Alexander Payne.
País: USA.
Año: 2011.
Duración: 110 min.
Género: Drama,comedia.
Interpretación: George Clooney (Matt King), Judy Greer (Julie Speer), Matthew Lillard (Brian Speer), Beau Bridges (primo Hugh), Shailene Woodley (Alexandra), Robert Forster (Scott Thorson), Nick Krause (Sid),Patricia Hastie (Elizabeth King), Amara Miller (Scottie King), Mary Birdsong (Kai Mitchell), Rob Huebel (Mark Mitchell). Guion: Alexander Payne, Nat Faxon y Jim Rash; basado en la novela de Kaui Hart Hemmings.
Producción: Jim Burke, Alexander Payne y Jim Taylor.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Montaje: Kevin Tent.
Diseño de producción: Jane Ann Stewart. Vestuario: Wendy Chuck. Distribuidora: Hispano Foxfilm.
Estreno en USA: 16 Noviembre 2011.
Estreno en España: 20 Enero 2012.
Calificación por edades: No recomendada para menores de 7 años.
Existen hojas de reclamaciones a disposición del público usuario. Este es el mensaje que debiera adjuntar la nueva propuesta de Alexander Payne porque reclamar, y hacerlo de veras, es lo que inspira este largometraje. Al albor de una era de absoluto relativismo, la manida y mal traída justificación de las emociones encontradas son el reclamo perfecto para una caterva de cineastas que creen en su eterna inteligencia, que parecer complejos les convertirá en el nuevo Fraçois Truffaut. Pues bien, la nouvelle vague acabó hace décadas y los cineastas autobautizados sin basamento sólido en los nuevos estandartes de la modernidad acabarán poblados de carcoma y mohín. Nada nuevo en la viña del show business. Esos realizadores que escandalizan con la palabra y lo creen más honroso que la estulticia de quienes disminuyen las neuronas activando las hormonas, son en verdad un espejismo, el parapeto bajo el que se cobija un público acostumbrado al mal gusto y al bajo instinto disfrazado de intelectualidad.
Alexander Payne, al que la vida ha debido infligir un gran tormento, ya ha pasado por todas las estaciones de la depresión cinematográfica, y aun del desconsuelo y la oquedad vitales, un desánimo que arrastra más como advertencia anímica que como un rasgo intelectivo. O bien nos llamamos a engaño y Payne, inteligente aviador, planea por encima del desencanto vital de un patio de butacas de por sí afligido, para entregar el placebo de la contigüidad y la adhesión. Mezquina opción, no cabe duda, aunque sea de recibo otorgarle el beneficio de la duda de un pesimismo fatal, el cual le ha reportado, paradojas del destino, tres nominaciones a los Oscar en las categorías de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión Adaptado. Redondo el ejercicio de autoflagelación.
En este caso particular, Payne adapta la novela de Kaui Hart Hemmings, opera prima de una autora que dará que hablar, aunque sea para bien, y que narra las desventuras de quien de por sí se cree desventurado, Matt King (George Clooney), un hombre que se autodefine como frío y distante con su familia y que tiene el infortunio, qué terrible azar, de poseer una familia, una profesión y un patrimonio envidiables. Pero hele aquí que juega en nuestra contra la tendencia a la fustigación, y King, aunque padre de unas hijas inteligentes y sanas, y marido de una mujer vital a la que todos adoran, es infeliz. Afortunadamente llama a su puerta la coartada real para tal abatimiento y su esposa, profesional de los deportes de riesgo, sufre una caída en el mar que le deja en coma severo. A cargo de una hija desconocida de diez años, y obligado a confesarles a todos los familiares y amigos que su esposa va a ser desconectada en cuestión de días, Matt decidirá entonces ir a buscar a su otra hija, Alexandra (Shailene Woodley), adolescente de diecisiete años que decide revelarle a su padre que su madre le era infiel. Desde ese instante, todos los parientes de la madre, desde su marido a su hija Scottie, de diez años de edad, llevarán a cabo un íntimo ajuste de cuentas con la matriarca, buscando con denuedo al amante de ésta para que, en teoría, pueda despedirse de ella.
Pero en realidad nadie quiere a la mujer postrada, ni tan siquiera su amante, quien no osa a despedirse de ella. Matt la repudiará por infiel, aunque desde el inicio se intuye que existen indicios más que suficientes para comprender la deslealtad de la mujer; tampoco la respeta su hija mayor, un insolente personaje al más puro estilo de Nabokov, que aprovecha el trance final de vida de su madre para liberarse de su perfección y optimismo. Y tampoco la querrá Scottie, quien con su escasa década, ya es suficientemente adulta como para saber que prefiere el caos y debilidad que rodea a su padre que las pautas y responsabilidades que le marca su madre.
A este friso de por sí desalentador, se suma que Matt, descendiente de una onerosa familia hawaiana, posee una gran porción de terreno virgen en las islas, el cual pretende ser vendido para que mayores dividendos vayan a parar a las arcas de la familia King; una reunión familiar y una veintena de votos después, demostrarán que hay cosas que no están en venta, aunque sólo sea para no favorecer al enemigo.
Película áspera e incómoda, cuya incorrección excede con mucho la mera formalidad, entrega al espectador un fatigoso sentimiento de hastío y agonía. La pose de las hijas, el trasfondo amargo de un marido que salda cuentas pasadas a vida vencida, y la desfachatez de una familia que no sabe guardar las formas ante situaciones de compromiso vital, resultan de un sopor tal, que tan sólo quedan mitigadas por lo marchito y desvencijado del Hawai que las ilustra. Si como bien dicen en la película, Hawai no es sólo beber cocktails, agitar las caderas y ser felices, qué duda cabe de que en esta película lo ponen de manifiesto y además con nota, ya que nunca un destino turístico con semejante riqueza natural ha podido verse más deslucido y lánguido, incluso triste.
Por otro lado George Clooney, magnífico actor con inmensas dotes interpretativas, puede permitirse papeles caricaturescos porque busca, desde hace años, un Oscar que corone su carrera como intérprete; bien es cierto que podría haber leído la letra pequeña de su contrato, entendiendo que su imagen quedaría muy oscurecida con sus besos hoscos, su sudor frío y su facción bronca.
Dicen en el filme que a los hijos hemos de darles lo suficiente para que hagan algo, pero no tanto como para que no hagan nada; pues bien, actuemos en consecuencia y dejemos de dar tantas cortesías a Alexander Payne porque, de tanto conocer mieles, seguirá a cambio entregando este tipo de hieles. Decepcionante.
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